Que el mal genio predispone al infarto y al derrame cerebral es algo sabido. Lo que los científicos sostienen también –y no se divulga tanto– es que los jefes injustos son una amenaza para la salud física de sus empleados. Y el reflejo inmediato es una notable y significativa subida de la presión arterial, lo que a largo plazo aumenta también el riesgo de un ataque cerebral o de un problema coronario.
El estudio se realizó entre auxiliares de enfermería británicas de 18 a 45 años. Cada una respondió a un cuestionario en el que tenían que valorar el comportamiento de sus jefes. Mientras tanto, llevaban un aparato durante doce horas tres días laborables a la semana que servía para anotar la presión arterial cada media hora.
Según se publicó, trece de las auxiliares estaban supervisadas por dos enfermeras en días diferentes. Una era considerada más justa que la otra. El otro grupo tenía una única jefa a la que consideraban buena. Las comparaciones en el segundo grupo pusieron de manifiesto una diferencia de tres milímetros en la tensión alta y ninguna variación en la baja.
Sin embargo, el equipo que contaba con dos supervisoras registró una diferencia de quince milímetros de mercurio en la presión sistólica (alta) y de siete en la diastólica ( baja), principalmente cuando estaban a las órdenes de la enfermera que consideraban injusta.
El riesgo
Estadísticamente, una subida de 10 milímetros de mercurio en la presión sistólica y de cinco en la diastólica está asociada con un aumento del 16% del riesgo de padecer una patología coronaria y en un 38% de sufrir un derrame cerebral.
Por si fuera poco, se comprobó que cuando estaban a las órdenes de una supervisora considerada buena o justa, la tensión arterial descendía también de forma apreciable.
¿Y cómo se mide la bondad o la justicia de un jefe?
Los investigadores fueron rotundos: la justicia o imparcialidad se define como una buena relación entre jefe y subordinado, especialmente elogiando el trabajo bien hecho, demostrando confianza y respeto y siendo constante, imparcial e inflexible.
Una de las primeras conclusiones es esta: "Si los empleados perciben que un superior es injusto y poco razonable, la forma de ser del jefe puede condicionar que un puesto de trabajo sea más o menos estresante, así como afectar a la salud y a la disposición en el trabajo". Y de ahí deducen que un lugar de trabajo en el que reine la justicia, la confianza y la consideración es el idóneo para reducir el riesgo de trastornos cardiovasculares.
Poner distancia
Uno de los remedios que los psicólogos aconsejan es poner distancia; como no se puede evitar la postura del jefe, es uno mismo quien debe aprender a controlar el estrés y a poner distancia entre la actitud del jefe y la salud personal. Poner, en definitiva, la barrera de que “de aquí no pasa la preocupación”.
El problema además no es que el jefe pueda expresar su mal genio. Para el subordinado no es esto lo malo; lo peor es que no se sabe ni cuándo ni por qué. Normalmente se debe a que, como tal jefe, quiere demostrar de manera permanente su autoridad. Sobre todo, si su explosión de mal genio sobreviene cuando se les interrumpe. En ese caso, los psicólogos sostienen que lo más adecuado es mostrar calma y aparentar que no se siente afectado. Ahí, dicen, puede residir la clave del cambio. Si el jefe observa que le obedece pero que no le teme, lo más probable es que a partir de entonces, se comporte de manera más adecuada y educada.
Para él la peor parte
El "mal genio" es, en sí mismo, un auténtico riesgo. Por eso, es el propio jefe quien se lleva la peor parte. Tras analizar a 14.000 sujetos adultos, los que tendían a enfadarse con más facilidad tenían un mayor peligro de desarrollar un infarto cerebral, aunque no tuvieran otro tipo de factores de riesgo. Tras un seguimiento de ocho años, la primera conclusión fue que enfadarse consigo mismo se podría relacionar con un aumento del riesgo del ictus. Pero cuando además se sumaba el mal carácter, el riesgo se multiplicaba por 3 en relación a los que se podían considerar de carácter normal. Esto puede ser por el incremento de la presión arterial y el posible daño que las hormonas que se descargan con el genio pueden hacer a las paredes de los vasos.