Alrededor de 10 millones de españoles sufren hipertensión, un 35% de la población adulta. La gran mayoría la considera una enfermedad grave aunque un buen porcentaje no es consciente de que la padece y hasta un 60% no está debidamente controlado.
Una curiosa encuesta de PiC Solution señala que cerca del 29% de hipertensos dice que es el jefe la persona que más afecta a su tensión. La pareja y la suegra son las dos figuras que ocuparían las siguientes posiciones, con un 19,3% y un 10,9%, respectivamente. Muy por debajo de estos porcentajes se encuentran los padres, amigos, políticos, otros familiares y los hijos, que cierran este ranking con un 3,1%.
Según ese mismo estudio, la situación que más altera la tensión de los españoles es la que se produce en las discusiones. Y después, para el 16,1% de los entrevistados, el motivo que produce mayor aumento de tensión es la preocupación por no llegar a fin de mes, seguido de una infidelidad o un despido, con un 10,5% y un 9,5%, respectivamente.
El estrés constituye un factor de riesgo para la hipertensión, como cree el 80% de los expertos encuestados. A la hora de relacionar la hipertensión con el tipo de ocupación laboral, el 42,8% de los participantes considera que ser autónomo es la categoría profesional que más se asocian a esta patología. Por debajo se encuentran cargos como empresario o político con un 25,3% y 16,7%, respectivamente. Ser religioso es, según la encuesta lo que menos influye en la hipertensión.
El riesgo
Estadísticamente, una subida de 10 milímetros de mercurio en la presión sistólica –alta– y de cinco en la diastólica –baja– esta asociada con un aumento del 16% del riesgo de padecer una patología coronaria y en un 38% de sufrir un derrame cerebral. (Nótese que hablamos de milímetros, que es lo usual en todos los países. En España, solemos hablar de centímetros de manera que citamos como normal una tensión de 12 y 7, cuando en los demás países se diría 120 y 70)
Por si fuera poco, cuando el jefe es persona buena o justa, la tensión arterial desciende de forma apreciable ¿Y como se mide la bondad o la justicia de un jefe? Los especialistas señalan que la justicia o imparcialidad se define como una buena relación con el subordinado, especialmente elogiando el trabajo bien hecho, demostrando confianza y respeto y siendo constante, imparcial e inflexible. Si los empleados perciben que un superior es injusto y poco razonable, la forma de ser del jefe puede condicionar que un puesto de trabajo sea más o menos estresante. Y por tanto, puede afectar a la salud y a la disposición en el trabajo. Y de ahí, deducen que un lugar de trabajo en el que reine la justicia, la confianza y la consideración es el idóneo para reducir el riesgo de trastornos cardiovasculares.
Uno de los remedios que los psicólogos aconsejan es poner distancia; como no se puede evitar la postura del jefe, es uno mismo quien debe aprender a controlar el estrés y a poner espacio entre la actitud del jefe y la salud personal. Poner, en definitiva, la barrera de que “de aquí no pasa la preocupación”.
Para el subordinado lo peor no es que el jefe exprese su mal genio, sino ignorar cuándo y por qué. Normalmente se debe a que, como tal jefe, quiere demostrar de manera permanente su autoridad. Sobre todo, si su explosión de mal genio sobreviene cuando se les interrumpe. En ese caso, los psicólogos sostienen que lo más adecuado es mostrar calma y aparentar que no se siente afectado. Ahí, dicen, puede residir la clave del cambio. Si el jefe observa que le obedece, pero que no le teme, lo más probable es que a partir de entonces, se comporte de manera más adecuada y educada.
Para él la peor parte
El 'mal genio' es, en si mismo, un auténtico riesgo. Por eso, es el propio jefe quien se lleva la peor parte. Tras analizar a 14.000 sujetos adultos, los que tendían a enfadarse con más facilidad tenían un mayor peligro de desarrollar un infarto cerebral, aunque no tuvieran otro tipo de factores de riesgo.
Tras un seguimiento de ocho años, la primera conclusión fue que enfadarse consigo mismo se podía relacionar con un aumento del riesgo del ictus. Pero cuando además se sumaba el mal carácter el riesgo se multiplicaba por 3 en relación a los que se podían considerar de carácter normal. El por qué puede residir en el incremento de la presión arterial, y en el posible daño que las hormonas que se descargan con el genio pueden hacer a las paredes de los vasos.