
Martes 3 de septiembre de 2019
2 minutos
Estamos asistiendo a una especie de Renacimiento, en donde el cuerpo es objeto de culto y, casi diría, adoración. Y parece lógico en una sociedad de modelos, en donde aparentar tiene más valor que ser. Por eso se imponen modas, tipos, personas... Una modelo de Rubens pasaría de la gloria de su época a la desgracia de hoy. Y un tipo que hace años sería la encarnación de la tisis, gozaría en la actualidad de un prestigio corporal envidiado por quienes padecen el kilo de más.
Otro problema añadido es el de las arrugas. Los años son inexorables aunque nos empeñemos en que no sea así. Y apelamos al tinte del pelo, al estirón o al relleno de labios para evitar el “código de barras”... Hay quien no sonríe para que no aparezca el surco en el rostro. Y va con cara de cartón piedra por la vida. Aquí sí que habría que pregonar que si algo bello hay en el mundo es la sonrisa. Aunque arrugue. La sonrisa es bella. Y además es la que da a la cara la expresión de que pertenece a alguien y no a algo. Esa es la cuestión.
Si uno o una se convierte en cosa que no quiere envejecer, que no quiere arrugarse, que tiene que estar delgada, que tiene que poner determinada ropa, se anula. Empieza a ser esa cosa perfecta, sin alma y sin sensibilidad. Es algo más o menos bien conservado, lacado podríamos decir, con la piel tirante y con brillo de madera con reparador. Pero será siempre un rostro impersonal, un rostro de algo y no de alguien. Porque ese alguien implica persona y sentimiento, y arruga de tristeza o arruga de alegría.
Quien está acostumbrado a manifestar humanamente su sentido, se le traduce en la frente o en la pata de gallo. Intentar que la goma de borrar el tiempo, elimine el trazo que éste deja es, insistimos, un ejercicio inútil. Es posible que logremos hacerlo desaparecer. Pero con el desaparecerá también parte de nuestra historia. Y quedaremos, como hay muchos ejemplos, metidos en el anacronismo más puro de nuestra existencia. Siendo "mayores", sintiendo en mayor, con una piel estirada de jovencita en edad de merecer. En el fondo es pasar las arrugas para adentro. Arrugar el alma por no comprender o no tolerar que se nos arrugue el cuerpo. Intentar evitar el paso de los años, es como tener una vejez vergonzante. Sobre todo, cuando para eliminar la arruga se opta por eliminar la sonrisa.