Los alimentos funcionales están de moda. Son esos alimentos a los que se les ha añadido alguna sustancia para tratar de que, al margen de su capacidad nutriente, nos sirva para lograr algún aspecto saludable. Pero la pregunta que el consumidor se hace es simple: ¿funcionan los alimentos funcionales ¿Sirven para algo? ¿Es verdad todo lo que su publicidad dice de ellos?
Parece que solo aquellos que demuestren su eficacia, en estudios similares a los que se llevan a cabo con los medicamentos, podrán utilizar efectos sanitarios en su promoción. Todos sabemos que los alimentos no son una medicina. Y todos sabemos también que muchas estrategias publicitarias están bordeando ese concepto; porque se atribuyen a determinados alimentos o a sustancias que se le añaden propiedades terapéuticas, preventivas o curativas. De lo que se trata es de que no haya “alegaciones de salud”; y si las hay, deben poder demostrarse con pruebas científicas que las avalen.
El consumidor está confuso
El consumidor está confuso. Como lo está con las grasas. Tantas veces ha oído decir que son nocivas que no sabe qué hacer. Oye hablar de las grasas saturadas, de lo nocivas que pueden ser las grasas de la bollería industrial, que duda permanentemente . Es verdad que las grasas saturadas –todas las de procedencia animal, excepto las del pescado– se deben ir reduciendo de la dieta. Y consumir aceite de oliva que, aunque es un alimento calórico, es la mejor grasa posible.
¿Y por qué se carga contra la bollería industrial? Por las llamadas grasas “trans”. Los ácidos grasos “trans” son los más nocivos que podemos ingerir. Se producen cuando se someten las grasas a procedimientos llamados de hidrogenación que las hacen más plásticas y utilizables para la elaboración industrial de determinados alimentos.
¿Y dónde se encuentran? Pues en una gran variedad de productos que consumimos a diario, como algunas margarinas, pan de molde, panecillos para salchichas o hamburguesas, galletas, pastelería, bollería industrial, cremas de untar, aperitivos, helados y multitud de alimentos. Debe decirse que NO todos los citados las contienen, ni en las mismas cantidades y cada vez se limita más su uso. Pero se ha demostrado que estas grasas “trans” son incluso peores que las grasas animales porque no solo elevan la fracción mala de colesterol, sino que incluso reducen el colesterol bueno. Su uso se va reduciendo.
En contraposición, los especialistas destacan las ventajas saludables de los fitoesteroles vegetales que están presentes en frutas y verduras. Del mismo modo parece que los frutos secos, la fibra y los ácidos grasos omega 3 (los que contiene el pescado azul) forman parte del patrón dietético recomendable. La FDA americana sostiene que el consumo de 2 gramos diarios de fitoesteroles reduce de un 15 a un 40% el riesgo coronario.
Por cierto: a más edad, peor se queman las grasas. La experiencia nos lo demuestra a diario; pero ya lo dice la ciencia: las mujeres mayores de 60 años queman un 30% menos de calorías que las de 30. Y se demostró también que la facultad de quemar grasas es mucho menor cuando se trata de comidas copiosas.
Así que grasas, pocas. Y a ser posible, de pescado.