
Jueves 9 de enero de 2020
3 minutos
Las alarmas sobre cuestiones de alimentación son recurrentes. Unas veces, porque la noticia la contiene; otras porque nosotros, como periodistas, presentamos un hecho con tintes verdaderamente sensacionalistas. No hablamos de las cabezas de gamba o de langostino, porque ya esta aclarado que no es algo que tengamos habitualmente en la dieta. Y que aunque la advertencia haya saltado estas Navidades, la autoridad sanitaria ya nos lo advirtió hace más de ocho años.
Pero ahora se insiste por la contaminación de sales de mercurio en el pescado. Poco más o menos se indica que el consumo de pescados "grandes" podría entrañar peligro por el riesgo de su contenido en mercurio. Ya, ya sé que la afirmación televisiva no fue tan rotunda. Pero es que el receptor de los mensajes, es decir nosotros, los consumidores, tenemos dos características: captar solo una parte de la información; y llevar las conclusiones a los extremos. Se oye decir por ejemplo que el exceso de grasa saturada favorece las enfermedades cardiovasculares y la deducción inmediata es que la grasa –toda la grasa– es mala para la salud. Carlos de Arpe nos lo comentaba poniendo un ejemplo claro. Vean este silogismo sencillísimo:
- La piel de la fruta contiene fibra y vitaminas. El organismo necesita fibra y vitaminas, luego, debemos comer la fruta sin pelar.
Pero podemos darle la vuelta:
- La piel de la fruta puede contener residuos de pesticidas. Los residuos de pesticidas son tóxicos, luego, debemos consumir la fruta pelada.
¿Se dan cuenta como tendemos siempre a los extremos...? Por eso creo que hay que medir mucho esas advertencias.
¿Qué el atún, el pez espada o el emperador pueden tener restos de mercurio? Claro. Pero en vez de asustar y de inclinar al gran público a no comer pescado, bien podría decirse que si se ingiere con verdura y con una guarnición que tenga fibra, la absorción de ese metal se reduce hasta en un 70 por 100.
Quien me siga, sabrá mi postura acerca de lo que comemos. Y es simple: que tenemos una vigilancia grande, que las alarmas saltan precisamente porque hay un control, que hay una trazabilidad que sigue la pista de cada alimento. Y lo más importante : que nunca se ha vivido ni más ni mejor que ahora. A pesar del mercurio y del cadmio de las cabezas de gamba.