
Lunes 17 de febrero de 2020
2 minutos
Habrás oído mil veces la frase que encabeza este comentario. Lo sabemos todos; pero cuando llega el picor, parece inevitable acudir al rascado. El picor, prurito dicen los especialistas, es el resultado de un estímulo sobre la superficie de la piel. Es como si fuera un "dolor pequeño". Lo puede producir cualquier cosa: un roce, la costura de una camisa, un hilo...
También puede tener un origen psicológico. Hay mucha gente que el simple hecho de ver volar algún insecto hace que le pique la cabeza. En ocasiones, hablar de picores los produce.
Cuando lo sentimos, tendemos a rascarnos. Y el hecho de rascarse no es otra cosa que un mecanismo de sustitución. Se dijo siempre que un dolor agudo quitaba un dolor leve. Pues en este caso estamos ante lo mismo. Al rascarnos, provocamos un dolor ligeramente más fuerte, estimulando capas más profundas de la piel. Ese nuevo estímulo, más intenso y más interno, es suficiente para anular el superficial y tenue que era el picor. Anular un dolor con otro, aunque los dos, ciertamente, sean muy leves.
Pero a veces es contraproducente. Un rascado fuerte, enérgico y repetido puede producir en muchas personas un engrosamiento de la piel en esa zona. La piel se enrojece y esa piel, entonces, adquiere una mayor sensibilidad tanto al picor como al dolor, con lo que se establece un circulo vicioso: pica, se rasca, la piel enrojece, pica más, se vuelve a rascar y así hasta que el picor se convierte en dolor y la zona enrojecida en una llaga.
La verdad es que según todos los dermatólogos tenemos la piel muy poco hidratada. Y en una piel así, el picor, además de más frecuente, es más intenso.
El problema es de la serotonina que produce el cerebro. Nos pica, nos rascamos y entonces ante el estímulo el cerebro produce más serotonina y por tanto, más picor. Y esto, que se sospechaba acaba de refrendarlo un experimento con ratones. Se les inyectó un producto que producía picor en la piel, y luego a unos se les bloqueo la producción de serotonina y a otros no. Los que tenían bloqueada la serotonina se rascaban muchísimo menos que los otros.
Lo grave es que no se puede bloquear la serotonina para aliviar el picor, aunque sea crónico, porque interviene en muchísimos procesos corporales como el crecimiento, el metabolismo de los huesos.