Respirar es un hecho mecánico al que nadie nos enseña. Solo nos damos cuenta de lo importante que es cuando tenemos dificultades. No somos conscientes de que la vida es una aventura maravillosa que gira en torno al oxígeno. Oxígeno que tenemos en el aire en una proporción estable del 21%. Y claro, si hay exceso o hay defecto, es el organismo quien lo detecta de forma inmediata. Para la vida normal, la constancia en esa proporción es una necesidad absoluta.
Pensemos: la superficie de los alvéolos pulmonares que se inundan de oxígeno en cada respiración se estima, para el adulto, en 90 metros cuadrados. Los capilares sanguíneos del pulmón donde se efectúa la recarga del oxígeno, tienen una superficie de 140 metros cuadrados. La sangre se renueva constantemente en ese sistema capilar. Cada minuto pasan por ahí unos 20 litros de sangre y cada litro de sangre transporta 160 centímetros cúbicos de oxigeno.
Todo eso que tendría que ser perfecto y que tenemos dispuesto para que así sea, lo destrozamos con agresiones y más agresiones. Y una de ellas proviene de que no sabemos respirar (y si sabemos, no lo ejercitamos).
Muchas veces, tendemos a respirar por la boca, lo que no es aconsejable por que se resecan las mucosas. Debemos respirar por la nariz, que está perfectamente preparada para ello. Gracias a los pelillos que recubren su estructura interior, filtra el aire; además, a través de las mucosas que posee, ese aire se humedece adecuadamente para que no se resequen los conductos interiores; y como por la nariz tiene que hacer un recorrido mucho mayor, aprovecha para ponerlo a la temperatura adecuada. Esa es la gran ventaja.
El aire penetra pues, por la nariz. Por la tráquea, llega a los bronquios. Cada bronquio se dirige hacia un pulmón. Los bronquios se van dividiendo en ramificaciones cada vez más pequeñas hasta que forman un auténtico y espeso ramaje. De ahí que se le llame, con toda propiedad, el árbol bronquial. Esos conductos, cada vez más pequeños, se dirigen al tejido pulmonar que está formado por multitud de pequeñas cavidades y recovecos que son los alvéolos.
Cada día pasan por todo este sistema nada menos que 13.500 litros de aire. Los alvéolos están recubiertos por un mínima red de vasos sanguíneos tan pequeños que sólo puede pasar un glóbulo de cada vez. Y es ahí, precisamente ahí, en el alvéolo, donde se produce el intercambio de gases. Al inspirar, el aire con oxígeno llega al alveolo; en esos capilares el oxígeno pasa a la sangre. Y es cuando se realiza el intercambio: recibe de la sangre el dióxido de carbono, que hace el recorrido inverso para que lo expulsemos al exterior.
Y recuerde que los pulmones de una persona de 80 años tienen la mitad de capacidad para captar oxígeno. Si la sangre de un hombre de 20 años recibe 4 litros de oxígeno por minuto, la de un hombre de 80 años, apenas 1,5.
Las agresiones
Al respirar por la boca, con las mucosas resecas, las agresiones del ambiente pueden ser mucho más frecuentes. Un ejemplo claro lo tenemos en la contaminación. Al respirar por la boca, en época de sequía y en zonas polución abundante, las consecuencias pueden ser catarros, toses, carraspeo permanente y ronqueras.
No es preciso insistir en el tabaco. Por los pulmones del fumador pasan miles de litros de aire toxico que van destruyendo ese preciso mecanismo que decíamos al principio. La consecuencia es que el calibre del bronquio y de sus cada vez más estrechos conductos se va haciendo menor. La respiración se hace sibilante. Más de un fumador habla de que tiene como un gato en la garganta. Esa reducción del calibre de los bronquios se produce poco a poco, pitillo a pitillo. Y entonces permite al fumador ir acostumbrándose a los avisos que el organismo lanza. Tos, expectoración, flemas. Pero les quita importancia. Siempre es aquel catarro que no se acaba de quitar. El primer efecto del tabaco es destruir los pelillos que recubren los conductos y que sirven para filtrar. Imagínense un terciopelo. Así de terciopelo, tenemos el interior de nuestras vías. El tabaco, como efectúa una agresión continuada, va aniquilando esos cilios; como si a un terciopelo le echamos pegamento. Los pelillos que filtran, limpian y sirven de freno a sustancias extrañas, desaparecen. La irritación de los bronquios hace aumentar la secreción y como no tiene esos pelillos que se llaman cilios, que la activen, se acumula. Por eso viene la tos.