Que la salud tiene una inmensa carga subjetiva es un hecho. Está bien quien se siente bien. Y quien se crea enfermo, lo estará aunque no aparezcan pruebas objetivas de que está sufriendo.
Tantas veces lo hemos repetido que ya parece un tópico: de lo que hay que preocuparse es de la enfermedad; y lo que no hay que descuidar es la salud. Lo que ocurre es que solemos cambiar los verbos. Y descuidamos la salud hasta que nos llega el aviso en forma de preocupación. Y no somos conscientes de que es precisamente esa preocupación, lo que nos impide realmente una visión positiva de la vida.
La autoestima y el optimismo son parte de la salud, porque nos permite dar a las cosas su dimensión exacta. Ahí radica la mayor parte de los problemas. La proximidad de los acontecimientos nos hacen verlos con un tamaño que no es real. Podemos hacer la prueba: recuerde un disgusto que tuvo hace tiempo por algún hecho concreto, no por algo irreparable ¿Verdad que ahora con una perspectiva lejana, le parece hasta ridículo haber sufrido tanto por aquello? ¿Qué es lo que ha cambiado? Realmente solo una cosa: su forma de verlo. Un psicólogo amigo, Miguel Silveira, sostiene que el 96% de nuestros temores no se cumple nunca. Y sin embargo, ¿cuántos de esos temores además de atenazarnos nos hacen perder la salud?
Deberían enseñarnos la perspectiva de la mirada positiva . Porque, convencidos de que uno está como se siente, la percepción de nuestra salud será también mejor.
Lo que no parece que esté muy estudiado es cómo el estado de ánimo puede influir en nuestra salud. Y a veces no solo influye, sino que determina. Es cuando nos preguntamos si es la enfermedad la que nos pone tristes o es que realmente la tristeza abre la puerta a los virus o despacha tranquilamente nuestras defensas.
La psicología hace mucho tiempo que sostiene que el carácter, la personalidad y las emociones están ligadas a la salud y a la enfermedad. Por eso aconseja que ante la enfermedad no es rentable la rebeldía; y que resulta mucho más positivo aprender a convivir con ella y, sobre todo, aprender a darle la dimensión correcta.
La tecnificación médica ha dado una visión mecánica al ser humano; como si la enfermedad afectara exclusivamente a la parte física del individuo, dejando lo emocional en el cajón de lo privado. Alguien tendrá que decir que determinadas características psicológicas pueden derivar hacia la enfermedad. Y no solo cuando se habla del infarto y de los ejecutivos agresivos.
Incluso parece que el modo de expresar los sentimientos está estrechamente relacionado con el tipo de enfermedad que una persona puede padecer. Quien siente ira y la dirige hacia los demás es más propenso a los problemas de corazón. Y las personas que reprimen sus emociones negativas, que no las expresan, que las dirigen hacia sí mismas, podrían tener una mayor tendencia a problemas tumorales.
En cualquier caso, no nos consideremos supermanes: la vida es, en si misma, una aventura de alto riesgo. Y la salud, como decía el clásico, es un estado transitorio que no augura nada bueno.