Además del fin estético, hoy no se le encuentra al pelo más utilidad que la de protección y abrigo. Sin embargo, la preocupación por su caída es constante y el mercado de sustancias para mantenerlo en su sitio es de una magnitud solo comparable a los fraudes que se cometen en su nombre.
Sorprende conocer las propiedades físicas del pelo. Para dar una idea: sería necesaria una carga de 50 a 120 gramos para romperlo, lo que quiere decir que una cabellera media –que tiene unos 125.000 pelos– podría llegar a resistir el peso de 12 toneladas. Su elasticidad también es notable: un pelo sano puede alargarse hasta un 25 o un 30% de su longitud y volver a recuperarse.
Un adulto posee unos 24 km de cabellera. Los pelos crecen de 1 a 1,5 centímetros al mes y lo hacen más rápido en verano que en invierno. A las mujeres les crece más deprisa que a los hombres. Se caen más durante los cambios de temporada, especialmente al comienzo del otoño y de la primavera.
La vida del cabello se cifra en unos cuatro años y se puede renovar hasta 20 veces en 75 años. La apariencia de la cabellera está determinada por ciclos regulares. La fase de crecimiento dura entre dos y tres años y en ese estado se encuentra el 85% de ellos. En la fase anágena el cabello descansa, la actividad reproductiva de las células disminuye y la papila finalmente se atrofia. Dura de dos a tres semanas y afecta al uno por ciento del cabello. En la fase pelógena el pelo se cae inducido por el crecimiento de uno nuevo que lo empuja. Solo de un 14 a un 15 por 100 de los cabellos pueden estar en este periodo para no tener motivos de preocupación, es decir, para que no surja un problema de alopecia.
Ya: usted se está preguntando por qué se cae. No es sencilla la respuesta. Hay, en primer lugar, un factor hereditario. El pelo se da por familias. Hay grupos familiares con un magnífico y fuerte pelo, mientras que otros tienden a la calvicie prematura. Hay un segundo factor de gran importancia: el hormonal. Aristóteles ya se dio cuenta y comentó: "Ni los niños, ni las mujeres, ni los eunucos son calvos".
Otra causa, aunque extrema, puede ser carencial. El pelo es, orgánicamente hablando, un lujo. No nos proporciona casi ningún beneficio y, sin embargo, consume vitaminas y minerales. Si el organismo en algún momento los necesita, los toma del lugar donde menos falta hace: del pelo. Y lo debilita. Por eso, los niños desnutridos no tienen casi pelo.
Y también hay un componente psíquico, que se resume en una frase curiosa: cuanto más se preocupe por su pelo, más se le caerá.
Durante algún tiempo se pensó que algunas alopecias –y especialmente la seborreica, común en los varones– podría tener relación con la dieta, ya que se asociaba a la grasa. Hoy parece tener más relación con el exceso de sudor y desde luego con la genética.
¿Soluciones? Hay tratamientos parciales, independientemente de implantes y trasplantes. Por ejemplo, para la alopecia androgénica obtiene algún resultado el tratamiento hormonal intentando reducir la acción de las hormonas masculinas. De hecho, el tratamiento es el mismo que el varón recibe para la próstata, aunque en dosis menores. También hay dos moléculas parecidas que pueden obtener resultados en distintos porcentajes de casos y en distintas circunstancias: son el aminexil y el minoxidil.
La historia de este último es muy curiosa. En 1971, una compañía norteamericana estaba investigando un medicamento contra la hipertensión arterial. El principio activo del medicamento era un hipotensor muy potente: minoxidil. Como el tratamiento contra la tensión elevada es crónico, el consumo del medicamento también .Y cuál no sería el asombro de los especialistas al observar que después de una temporada de tratamiento había un aumento del vello corporal, incluido el de la cabeza.
De todos modos, debemos de ser conscientes de que si hubiera un tratamiento eficaz, bueno y seguro contra la caída del cabello, no surgiría cada año un nuevo crecepelo.
Y un dato: el 30 por 100 de las mujeres que van a la peluquería acusan pérdida de cabello por estrés, fatiga, desequilibrios hormonales o dietas restrictivas.