Ahora que cierta normalidad empieza a instalarse en nuestras vidas, y que muchos de nosotros visitaremos al médico, aunque no sea más que por saber cómo estamos , conviene hacer una reflexión. No se trata de una visita más. Es una visita importante y , por eso mismo, debemos prepararla.
Se cuenta que dos señoras ya mayores se encuentran en el ambulatorio y una le dice a la otra:
- ¡Maruja, hace tiempo que no te veía por aquí...!
-
Es que estuve enferma– le responde.
Era la forma de subrayar que acudir a la consulta no tenía una relación directa con la enfermedad, sino que se trataba más bien de una consulta de complacencia.
Bromas aparte, parece cierto que el número de consultas crece porque las enfermedades crónicas aumentan, se detectan primero y por tanto, los enfermos pueden estar padeciendo un proceso patológico durante muchos años; y en todo ese tiempo tienen, de una u otra forma, que ir a la consulta para comprobar el tratamiento, para hacer los análisis oportunos o para la vigilancia precisa. También es verdad que si la relación médico paciente es la deseable, el enfermo irá poco a poco conociendo su enfermedad y podrá ir tomando decisiones sobre su propia salud, haciendo realidad el dicho de que un paciente informado es siempre un mejor paciente.
Pero eso es todo un largo desarrollo que empieza en una primera consulta que tiene casi siempre un matiz negativo. No por el médico, ni por el centro, ni por la consulta en sí; sino porque el paciente, enfermo, se sitúa en una especie de desvalimiento moral en el que supedita todos sus derechos a ese otro sublime –y en ese momento casi sagrado– de ser atendido, de ser curado.
No tiene porque haber dificultades en la relación médico-paciente; pero es verdad que en muchos casos nosotros, como enfermos, no preparamos la consulta como es debido y no somos conscientes -más que en la espera– de que nuestro tiempo ante el doctor es limitado. Por eso lo ideal en la consulta es, tras el saludo, ir al grano. Cuál es la causa concreta de la visita, por qué está uno allí, qué sintió, cuándo, dónde, circunstancias todas que pueden encender la luz para encontrar la causa del malestar. Piense siempre en el tiempo y aprovéchelo lo mejor posible. Sería aconsejable llevar por escrito qué es lo que quiere consultar, con todos los datos que puedan ser útiles para caracterizar la enfermedad.
Otro problema bastante general es el de no entender el lenguaje profesional en que le hablan. Si algo no entiende, diga que se lo repitan o que se lo digan en lenguaje más coloquial para tener una idea clara. El médico sabe que usted es lego en la materia y por tanto no se va a escandalizar por que no sepa distinguir entre artritis y artrosis. Por lo mismo, debe huir de creerse poco menos que premio nobel porque ha leído todo en Internet. Debe saber que la red ofrece o puede ofrecer mucha y buena información; pero por lo mismo, puede empachar si no se sabe digerir.
Los profesionales que nos dedicamos a la divulgación sanitaria solemos decir que la información de este tipo dice más de lo que cuenta; porque es recibida por un público ansioso y en muchas ocasiones poco formado médicamente. ¿Y qué pretendemos con nuestra información? Pues lo hemos dicho muchas veces: lograr un mayor conocimiento del público en general con el fin de que pueda decidir libremente cuándo debe ir a consultar.
Ojalá pudiéramos conseguir que la sociedad tuviera la suficiente información como para ir al médico sólo cuando fuera necesario. Sería el mayor logro para el periodismo sanitario... y para el funcionamiento de la sanidad.