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El ruido, una basura que no retiramos
Ramón Sánchez-OcañaMiércoles 16 de septiembre de 2020
2 minutos
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Miércoles 16 de septiembre de 2020
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El ruido nos afecta mucho más de lo que creemos. Es un residuo que nuestro modo de vida produce, una basura más, pero que no retiramos. Solamente la sufrimos. Y además, de una forma bastante impotente. Esa moto que pasa torpedeando el aire, deja detrás de sí cientos de taquicardias y cientos de conversaciones rotas. Nadie le recrimina y le dice que es una forma de ensuciar el ambiente tan grave como otra contaminación. Nos indignamos cuando el aire o el agua se contamina y no solemos poner el mismo énfasis hablando de la polución acústica. No somos conscientes de que también el ruido ensucia el ambiente. Con el riesgo añadido de que afecta de manera directa a nuestro oído, un órgano de impresionante precisión. Es capaz de reconocer al segundo 300.000 informaciones, porque el nervio auditivo tiene 30.000 fibras procedentes de las terminales sensitivas y que se concentran en una membrana que mide 30 mm. de largo, por 0,5 de ancho. Como un cable de telefónico en prodigiosa miniatura.
El problema más grave es que al ruido ambiental añadimos la moda de los auriculares permanentemente enganchados a la oreja. Nuestros muchachos ignoran que el oído necesita 16 horas de reposo para compensar dos de exposición a altos niveles. Por eso se va reduciendo el umbral de audición y por eso se pone cada vez a mayor volumen. No es que nos adaptemos al ruido: es que cada vez vamos oyendo menos. La conclusión de los expertos es clara: las nuevas generaciones van a ser más sordas. (El 30% de los profesionales de música rock tiene pérdidas auditivas por traumatismo acústico). Los aficionados al ritmo metido directamente en el oído, pueden soportar hasta 100 decibelios durante un tiempo largo. Así las células se exponen a esa vibración sin tener tiempo a descansar. No se recuperan y la pérdida de audición es lenta, pero segura. Y los expertos hablan de que el oído puede soportar ese volumen unas seis horas por semana, como máximo.
El peligro es múltiple. Pero hay un efecto devastador que debemos conocer. Porque el oído es un órgano que no recibe más energía cuando trabaja más, sino todo lo contrario. Por eso, ante el mismo estímulo, si es fuerte y se repite, ira reaccionando cada vez menos.
Y hay comparaciones que cuando menos resultan curiosas. Un muchacho de 18 años que tenga costumbre de oír música con auriculares tiene la misma agudeza auditiva, por término medio, que la de un anciano de 80 años que viva en África Central. Claro que en África, el oído resulta imprescindible para muchas cosas, aunque aquí sirva para poco.
De todos modos, el trastorno más grave, porque es irreversible, es la pérdida progresiva de la audición. La gran verdad –y a la vez, la gran paradoja– es que el volumen de la música acaba matando el oído.