De lo que hay que preocuparse es de la enfermedad; y lo que no hay que descuidar es la salud. Lo que ocurre es que solemos cambiar los verbos. Y descuidamos la salud hasta que nos llega el aviso en forma de preocupación. Y no somos conscientes de que es precisamente esa pre-ocupación, lo que nos impide realmente una visión positiva de la vida.
Cuando nos hace daño un zapato -me decía un buen amigo, psicólogo, Miguel Silveira- nos ponemos una tirita; pero solemos ignorar que también hay tiritas para el ánimo. Lo que ocurre es que no son de esparadrapo, sino de aceptación, de sonrisa, de reconocimiento, de autoestima o de decir “gracias” o “perdón”.
Eso de que todo es según el color del cristal con que se mira, es solo una parte de la verdad. La otra es dar a las cosas la realidad que tienen y verlas en su dimensión exacta. Ahí radica la mayor parte de los problemas. La proximidad de los acontecimientos nos hacen verlos con un tamaño que no es real. Y podemos hacer la prueba. Recuerde un disgusto que tuvo hace tiempo. No por algo irreparable, que esa es otra cuestión. Un disgusto por algún hecho concreto. Pues bien: ¿verdad que ahora con una perspectiva lejana, le parece hasta ridículo haber sufrido tanto por aquello? ¿Qué es lo que ha cambiado? Realmente solo una cosa: su forma de verlo.
Deberían enseñarnos la perspectiva de la mirada positiva y la mirada de la felicidad. Porque todos los especialistas coinciden en que se puede ser feliz. Y sobre todo en una realidad que pocas veces asumimos: que a ser feliz se aprende. Que son sólo unos ejercicios para integrarnos en nuestro mundo, unos ejercicios de pensar, de practicar un determinado ángulo de visión, de adquirir una perspectiva distinta.
La realidad nos lo dice: Viven bien los que están contentos con lo que tienen; los que tienen proyectos que les ilusionan y estimulan; los que persisten a pesar de los reveses; los que usan el sentido del humor y no se dejan dominar por el pesimismo; los que cosechan afecto y apoyo social porque lo sembraron. Una primera lección.
La felicidad se aprende y se conquista. Si aprender es conocer y experimentar y si la felicidad es un estado que se complace en la posesión de un bien, se puede lograr ese estado reconociendo todos los días las cosas positivas que uno tiene y que son muchas.
De los disgustos se extraen lecciones positivas. Saber descubrirlas trascendiendo la parte negativa hace más feliz que quedarse atrapado y angustiado en la adversidad. Lo mismo que convertirla en desafío o en reto.
El miedo es el mayor freno emocional que tenemos. Y debe superarse. Somos lo que pensamos. Y si se piensa que va a ser rechazado, lo será; como si piensa que es un perdedor, lo será. Hay que pensar en positivo, esa es la clave.
Y en cuanto a la salud, hay que acostumbrarse a considerar la vida como una aventura de alto riesgo.
Y como decía el clásico, saber que la salud es un estado transitorio que no augura nada bueno. Pero que siempre se verá mejor si partimos de las estrategias de mi amigo Silveira.