![Ramón Sánchez-Ocaña Ramón Sánchez-Ocaña](https://www.65ymas.com/uploads/s1/12/41/31/2/ramon-sanchez-ocana.jpeg)
Viernes 25 de octubre de 2019
3 minutos
Es curioso recordar que la ciudad nació como una liberación: la muralla protegía. Lo de fuera era ajeno, “extramuros”. Lo comentaba con certeras palabras el profesor Pinillos. Hoy nos organizamos en la ciudad de otra manera. Hay un espacio común, de todos, urbano, que se comparte, que nos duele y que nos agobia: la calle, la acera, el parque. Y hay otro compensatorio que es el espacio íntimo, el de cada uno de nosotros, nuestra casa. El problema grave es que ese espacio íntimo es cada vez más reducido. Y además se establece junto a otros muchos espacios íntimos que se van masificando, convirtiéndose en una especie de colmena dormitorio. El invento de la ciudad que en principio benefició al hombre, se está volviendo contra el propio ser humano. Sobre todo, porque sufrimos un problema de adaptación. La gran mayoría no tiene una cultura urbana, sino la que arranca de una localidad mucho más pequeña. La falta de adaptación tiene en la agresividad una de sus notas más características. No podemos olvidar que nosotros también pertenecemos a la escala zoológica. Y así como hay mamíferos que luchan por conservar su territorio, a nosotros nos ocurre algo parecido. Al sentirnos invadidos en nuestro espacio reservado, reaccionamos con una violencia más o menos educada. La agresividad del ciudadano, parte de ese hecho.
Lo curioso es que cuando se habla de la enfermedad producida por la gran ciudad, tendemos a pensar en el chabolismo y en las ratas del alcantarillado. Y no es así. El Prof. Pinillos sostiene que una ciudad sin miseria también es una ciudad insana. Y si antes protegía, ahora hace enfermar con unos síntomas claros. Uno de ellos es la soledad. El ciudadano se siente solo en medio de una multitud que le agobia. También padece sobrecarga de estímulos. Luces que se encienden y se apagan, ruidos, trafico, claxons, obras... Si además, unimos que nuestro espacio Íntimo se nos empieza a arrebatar, aparece nerviosismo y una irritación notable que se traduce en alteraciones del sueño.
Y la prisa gobierna la jornada. La consigna es la urgencia.
Como si por la mañana desayunáramos velocidad y tuviéramos ya todo el día la velocidad impuesta.
La deshumanización es el tributo; el estrés, una obligación; la prisa, un impuesto de la distancia. Hemos hecho las ciudades no a escala de seres humanos, sino de motos, de coches, de autobuses.
Deberíamos introducir en el vocabulario de nuestro día la palabra calma. Y darnos tiempo para compartir, charlar, escuchar, que es otra manera de vivir. Porque nos protege de la agresión inevitable que supone el grupo. Quizá sea este el tratamiento adecuado para esa curiosa patología que se llama ciudad.