La tuberculosis renace. Y lo que es más grave: han aparecido ya cepas farmacorresistentes a los dos medicamentos más potentes que existen para curarla: la isoniacida y la rifampicina. El drama es que, como dice la Organización Mundial de la Salud, pese a ser tratable y evitable, ha sido descuidada durante mucho tiempo y ahora ningún país está a salvo. El director del programa mundial contra esta enfermedad proclamó que se ha perdido ya demasiado tiempo y que para vencer a la epidemia urge el compromiso político necesario y el consiguiente apoyo financiero.
Varias circunstancias han determinado que la enfermedad haya resurgido. Quizá la primera haya sido la creencia de que la enfermedad estaba dominada. Y la segunda, la debilidad inmunológica de los enfermos de sida que ha sido muy ventajosamente aprovechada por el bacilo para agazaparse y para difundirse.
Lo más grave es que al no reconocer la gravedad de la situación no le prestamos atención debida. Hasta el punto de que algunos especialistas comentan que es una suerte que alguien tosa con un poco de sangre porque eso le asusta y le lleva hasta el médico. Así se puede tratar. Porque cogida a tiempo, no representa ningún problema.
Hoy la tuberculosis no es tan grave como lo fue en época de escasez y de penuria. No tiene tampoco las connotaciones sociales de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Pero está ahí y además atacando ahora a los más jóvenes. Por eso, la mejor prevención se basa en conocer cuanto antes que se padece porque en sus comienzos se cura siempre.
Comentaba un especialista que en muchas ocasiones, quizá por el ambiente, quizá por lo inesperado, ante un enfermo, no se cae en la cuenta de que, en efecto, puede tratarse de una tuberculosis.
Y por supuesto, debe pensar en ella el propio paciente. El diagnóstico es simple. Suele hacerse por reacción a la tuberculina, inyectando una mínima cantidad bajo la piel. Si hay reacción es que tiene defensas contra el bacilo y por tanto es señal de que hay infección. Otro sistema se basa en pegar unos sellos en la piel y comprobar a las 48 horas la reacción. Ante una tos, con expectoración, un decaimiento, una falta de apetito –sobre todo si dura más de tres semanas– debemos acudir al médico. Quizá nos hable de un infiltrado.
El diagnóstico precoz es básico para el control de la enfermedad, ya que si se realiza tarde se pueden generar brotes epidémicos que, a veces, originan auténtica alarma social.
El bacilo –descubierto por Koch en 1882– se difunde por vía aérea proveniente de las gotitas de tos o de esputo de portadores. Llega y penetra en el pulmón que, sin que pueda fijarse un plazo, empieza a inflamarse a base de unas pequeñas lesiones redondas, diseminadas por todo el tejido pulmonar y que originan lo que desde hace mucho tiempo se llaman tubérculos. Los bacilos anidan, los tubérculos proliferan, crecen y si no se toman medidas se diseminan por todo el organismo. Si esa diseminación es masiva, se produce el cuadro más grave de la enfermedad (tisis galopante, hoy muy poco frecuente). De todos modos, parece haber acuerdo general en que en los países desarrollados la tuberculosis hoy se cura y solo haciendo las cosas deliberadamente mal, puede matar.
Pero hay que insistir: se trata de una enfermedad contagiosa. Como un mínimo catarro, se transmite por vía aérea. Un tercio de la población mundial es portadora del bacilo. De ellos, puede decirse que entre el 5 y el 10 por 100 llegarán a estar enfermos. Y un individuo infectado, con una tuberculosis evolutiva que no esté en tratamiento, infectará por término medio a 15 personas cada año.