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Lunes 9 de septiembre de 2019
2 minutos
La tensión preside nuestras vidas. Por la mañana, la gente en vez de un saludo, te devuelve un gruñido. Sonríes y mucha gente debe creer que eres tonto. La desconfianza en el otro llega a tal extremo que cuando un individuo
se acerca empezamos a sospechar. Nos abrazamos a la cartera, miramos con el rabillo del ojo lo que hace el de atrás… Viajamos con el coche cerrado a cal y canto, por si acaso.
Sin embargo, deberíamos poner unos cristales distintos y empezar a ver la vida por el lado positivo que también lo tiene. Habría que organizar el día de la Amabilidad. Es verdad que es difícil cambiar la estructura social; pero no se
trata de apelar al conformismo, sino a la inteligencia de adaptarse; lo ideal mientras se van resolviendo los problemas es procurar que nuestra vida diaria no se impregne de esa pegajosa insidia del gruñido y del temor. Es evidente
que no vivimos en un mundo de rosas. Pero tiene que ser igualmente evidente que tampoco estamos en un infierno. Por eso hay que apelar a la visión de cada uno. Por eso hay que recuperar ese ser humano que llevamos dentro,
que es el de la sensibilidad y de la ternura.
¿Por qué no pisamos el freno durante un minuto? Ahora… ahora vamos a pensar en la amabilidad. A decir un buenos días sonriente y sincero. Pensando, de verdad, que queremos decir: “Ojalá tenga usted un buen día”. Y
no solo esa leve inclinación de cabeza que indica que tan sólo le has visto y le has mirado… Día de la Amabilidad. Yo, bien ¿y tú? ¡como me alegro de verte! Y realmente alegrarse…
Si lográramos crear ese día, lo sorprendente iba a ser la respuesta. Porque de lo que podemos estar seguros es de que una postura amable promueve más amabilidad. ¿Por qué no ponernos de acuerdo, en que por lo menos, ya que
tenemos que sufrir lo mismo, hacerlo con una cierta dosis de alegría?. Desde el plano egoísta es mucho más saludable. La adrenalina se ajusta a su nivel; el humor permanece en su lugar; la tensión se adapta a la necesidad de
vivir y la vida, en definitiva, transcurre con esa fluidez que sólo frena la crispación.
Y como ejercicio para iniciarse, recuperar al hombre que llevamos dentro y empezar a recordar que la ternura existe y está cerca. Y comunicarlo. Que sólo es cuestión de ponerse las gafas de verla y disponer el corazón para sentirla.
Con ternura y con amabilidad, la vida es mucho más saludable.