Desde el origen de nuestras sociedades, la música en vivo y el canto son una herramienta clave de consolidación de las relaciones humanas y de intensificación de las mismas, de construcción identitaria y emocional. También fuente primordial de salud mental, teniendo especial valor las músicas tradicionales y populares propias y foráneas, por ser éstas interpretadas o experimentadas en conjunto y en común, eje fundamental de celebraciones y ritos de paso, de expresión individual y colectiva.
Más allá del valor consolidado y reconocido de la música como herramienta de intervención clínica u hospitalaria, es radicalmente prioritaria la implementación y recomendación de proyectos de salud comunitaria donde estén presentes la música en vivo y el canto, vinculados a nuestra historia de vida, a la historia colectiva y la cultura popular, poniendo voz así también a un sector silenciado y con mucho que decir: el de los hombres y mujeres mayores. Clave sería recuperar y adaptar la función social de estas músicas y esos músicos, amparándonos en su propia transmisión y escapando de las intervenciones puntuales, anecdóticas y voluntaristas: crear activos de salud.
En la gira que estamos desarrollando por Europa –La vida sigue igual– compartiendo las canciones con personas de edad, hemos comprobado que esta capacidad de la música para crear espacios positivos de relación sigue intacta, pero necesitada de espacios dignos. La evolución de nuestras sociedades en los últimos años incapacita, desde el paternalismo, la participación del ocio y la cultura propia en esta franja de edad, desprestigiando también profesionalmente el oficio de músico popular, gremio fundamental en nuestras culturas a pesar de no ser valorados con condiciones de trabajo dignas y espacios de música cercanos, regulares y accesibles económicamente, aun siendo reconocido por nuestras sociedades como una figura inherente a la vida.
Ahora que artistas como Rodrigo Cuevas –Premio Nacional de Músicas Actuales– triunfan entre la modernidad como herederos directos y legítimos de un patrimonio de valor incalculable, devolverles a las personas mayores esos espacios musicales que nos reclaman a gritos sería importante, espacios que serán sin duda herramienta fundamental de diversión y mejora vital, de ahorro de presupuestos públicos cargados de gastos farmacológicos prescindibles, al servicio de planteamientos sanitarios de intereses opacos, con propuestas narcotizantes en lo político, en lo humano y en lo emocional.
Empujar para construir espacios de intervención social y promoción de salud más amables y humanos, en colaboración con los trabajadores y trabajadoras de los centros, asociaciones y organizaciones, debiera ser una prioridad para las administraciones y también para los músicos, sacando lo mejor de cada uno de nosotros y nosotras, poniéndolo al servicio de la sociedad como trabajadores de esta disciplina artística: la música como un actor más. Aunque sería importante medir el riesgo de crear únicamente espacios artísticos de intervención, valorando positivamente la prioridad de vincular el desarrollo al tejido asociativo y comunitario ya existente. De no hacerlo, una parte parte de los nuevos profesionales de la música o de la musicoterapia, pueden caer en planteamientos que nos trasladen a espacios de intervención similares a los que pretendemos eliminar, asistencialistas y con complicidades amplias entre las tendencias biologicistas o farmacológicas.
En este mismo sentido, intentar acotar la definición de lo que debe ser el trabajo comunitario, trabajando sobre el marco –real– de aislamiento de las personas de edad, en colaboración con las estrategias comunitarias ya activas y desde una teoría que debata su red multicausal. Luchar a través de las canciones contra el envilecimiento de la vida en la vejez. Pondremos así, inevitablemente, en valor la importancia de los determinantes sociales en su salud, con un alto índice de pobreza estructural y marginalidad. También el impacto positivo que la música supondría para aquellos que no pueden tener acceso a un ocio de pago.
Podemos cantar únicamente porque tenemos las canciones, no las soluciones a los problemas estructurales de soledad ni a las patologías que de ahí derivan, tal y como informa recientemente en sus estudios la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es éste un problema de salud pública que debemos abordar entre todos y todas, mucho más en contextos residenciales o domiciliarios en los que la vida fluye con emociones y ritmos complejos.
Apropiémonos una vez más de los itinerarios de salud, recetémonos canciones y música. Dignifiquemos nuestras vidas, porque vivir no es durar.