
Martes 1 de abril de 2025
7 minutos
En un artículo anterior, publicado en este diario el día 25 de marzo, me centré en los aspectos biológicos inherentes al proceso de envejecer aquí y ahora. Esos aspectos están determinados por aquellos procesos mórbidos que inciden de manera especial en el rendimiento cognitivo de las personas; se trata, obviamente, de las demencias en sus más diversas modalidades, así como de aquellas enfermedades o trastornos mentales que, sin comportar procesos neurodegenerativos sí afectan el rendimiento cognitivo.
Pero los aspectos biológicos no son los únicos que conllevan riesgos para las personas ancianas. Existen, además, factores sociales que configuran un magma adverso, generador de intensos malestares e, incluso, de patologías médicas y neuropsiquiátricas.
No parece que el proceso de envejecer haya sido contemplado o vivido como algo positivo en algún momento de la historia de la humanidad. Así, si recurrimos a De senectute, uno de los textos clásicos sobre la vejez, escrito por Marco Tulio Cicerón, leemos las palabras con las que Escipión se dirige a Catón expresándole su admiración no sólo por su excelente sabiduría sino, sobre todo, por la sensación de que a Catón no le resultara una carga la vejez como sí lo era para muchos ancianos. Catón propone a sus interlocutores cuatro argumentos que gravan, supuestamente, la vejez. El primero, porque aparta de la gestión de todos los negocios. El segundo, porque la salud se debilita. El tercero, porque nos priva de casi todos los placeres. Finalmente, el cuarto porque la muerte ya no está lejos. Pero, a continuación, por boca de Catón, Cicerón expone las debilidades de esos argumentos y los cuestiona de manera brillante. Claro que esto sucedía en la Roma antigua, pero, ¿qué es lo que sucede ahora, en nuestra sociedad?
Para intentar dar una respuesta es preciso señalar algunos elementos que caracterizan nuestra sociedad. Muy lejos de mi ánimo ser exhaustivo en este análisis, pretendo solamente referirme a aquellos puntos que me parecen más relevantes.
En primer lugar, es la nuestra una sociedad que aspira a la máxima felicidad. Pero, ¿en qué consiste esta felicidad? Y, sobre todo, ¿cómo se consigue?
El ensayista francés Gilles Lipovetsky, en La felicidad paradójica, publicada en el año 2007, acuña la expresión homo consumericus, para referirse a un sujeto deseoso de mayor bienestar y sensaciones renovadas, es un sujeto aterrorizado por el envejecimiento del mundo sensible, alguien que necesita rejuvenecerse incesantemente y para ello compra compulsivamente o fantasea con realizar viajes y más viajes. No sólo eso, se trata de un sujeto que no soporta el impacto del tiempo en su cuerpo y para ello no duda en recurrir a la cirugía estética, a los fitness o a los fármacos energizantes. Y si el malestar asoma en su mente muy probablemente acabe consumiendo psicofármacos. Lipovetsky nos dice, además, que si la edad avanzada se relacionaba antes con la lentitud y la inactividad, hoy se ha convertido en un período de la vida caracterizado por el hedonismo y la sobreactividad consumista. El hiperconsumo senior funciona más aún que en otros tramos de edad, como una especie de terapia cotidiana, como una forma de exorcizar el sentimiento de inutilidad, la angustia de la soledad y del tiempo que pasa.
Esta aspiración a la felicidad se basa, por tanto, en el poder adquisitivo y en todo aquello que preserva al sujeto de los avatares propios del paso del tiempo.
En segundo lugar, el actual contexto social está caracterizado por la existencia del llamado sujeto neoliberal. El sujeto neoliberal es producido por el dispositivo "rendimiento / disfrute". Ya no se trata de hacer lo que se sabe hacer y consumir aquello de lo que se tiene necesidad sino que lo que se requiere del nuevo sujeto es que produzca cada vez más y disfrute cada vez más. En definitiva, que esté conectado con un plus de goce que ya se ha convertido en sistémico.
Pero esto tiene unos efectos en el campo de la clínica mental: las clínicas del neosujeto. Estas derivan de un hecho crucial: El sujeto neoliberal sitúa su verdad en el veredicto del éxito, y esta verdad queda identificada con el rendimiento, tal y como éste es definido por el poder gerencial. El culto al rendimiento conduce a la mayor parte de los individuos a experimentar insuficiencia y a sufrir formas de depresión a gran escala. Es en este marco que la depresión aparece como el reverso del rendimiento, como una respuesta del sujeto a la obligación de realizarse y ser responsable de sí mismo, de superarse cada vez más en la aventura empresarial. La clínica mental nos confirma, día a día, que los pacientes con síntomas depresivos se presentan, mayoritariamente, con un discurso que tiene un núcleo constante: la depresión resulta de la diferencia existente entre sus ideales - de éxito personal - y la realidad, vivida como fracaso y humillación.
Ahora bien, este culto al rendimiento decae a partir del momento de la jubilación. Así, muchos sujetos, especialmente varones, suelen angustiarse los meses previos a la jubilación y se preguntan repetidamente qué van a hacer el día después, o mejor, que será de ellos a partir de aquel momento. Su “lugar en el mundo” se tambalea y muchos entran en un estado de zozobra mental. Su identidad laboral se ha difuminado y con ella su saber, acumulado a lo largo de todos los años de su ejercicio profesional. “¿El médico que le ha hecho este diagnóstico está en activo o ya se ha jubilado?”, me espetó una médica de urgencias cuando le informé que un cirujano cardíaco me había indicado la opción quirúrgica para resolver el problema de dos de mis válvulas cardíacas. Cabe añadir que la mencionada médica no era especialista en cardiología.
Y, a partir de estos elementos ya se nos configura el marco social: se privilegia la felicidad basada en un hiperconsumo, y se privilegia todo aquello que nos ayuda a rejuvenecer. No queremos saber nada referente al paso del tiempo, rechazamos las rutinas y, también, los saberes acumulados. Rendimiento, consumo, rechazo de la vejez.
Pero, ¿de qué forma se manifiesta actualmente el rechazo de la vejez?
Podemos responder centrando el foco en los medios de comunicación y en la publicidad. En relación a los primeros, ¿qué presencia tienen las personas mayores, los viejos y viejas, en estos medios? ¿Cuántas noticias son protagonizadas por este colectivo? Y, si aparecen, ¿en qué contextos se produce esta presencia?
La periodista Loles Díaz Aledo, en un artículo publicado el 31 de agosto del 2015, escribió que la relación entre las personas mayores y los medios de comunicación no era la adecuada cualitativa ni cuantitativamente. A pesar de que representaban más del 17% de la población, su presencia era escasa y frecuentemente, inadecuada.
Además, la imagen que se difundía desde los medios no se ajustaba a la realidad de los mayores españoles de aquel momento, ni reflejaba su pluralidad. Totalmente de acuerdo, pero no parece que la situación haya cambiado de manera considerable desde entonces. En la actualidad solo hay un periódico que se ocupe de los problemas y cuestiones de las personas mayores y es precisamente 65YMÁS. Para el resto es como si no existiéramos. Hace unas semanas le propuse a una periodista de un conocido periódico de Cataluña un artículo sobre los malos tratos a las personas mayores. Sigo esperando su respuesta.
Y, ¿cómo se sitúan los medios publicitarios? La respuesta es clara: transmitiendo una imagen de consumidores seniors, ya sea en la modalidad de turistas o de personas dependientes de empresas de cuidados geriátricos, sin olvidar los afamados vitalicios.
¿Y las administraciones públicas? Pues, responden con una actitud de escasas medidas encaminadas a la protección del colectivo de los mayores. Pero, esto no implica únicamente a las administraciones públicas, a los políticos, sino que se trata de un modelo de conducta extendido en todas las capas de la sociedad, como señalaba el antropólogo Josep Maria Fericgla en su libro Envejecer, publicado en el año 2002.
Nos encontramos, por tanto, ante un fenómeno peculiar: las personas mayores representamos cada vez un mayor porcentaje en la pirámide poblacional y, sin embargo, la invisibilidad y el rechazo son cada vez más patentes.
En cierta ocasión, un médico, compañero en el hospital en el que trabajé durante 25 años, se quejaba de que, siendo especialista de medicina interna, estaba atendiendo predominantemente a personas ancianas. Pues sí, estimado colega, es la consecuencia de la evolución demográfica: querías ser especialista en medicina interna pero te viste ejerciendo de geriatra.