Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 5 de febrero de 2025
4 minutos
Tenemos al uniforme como una vestimenta, un traje peculiar, dice nuestra Academia de la Lengua. Y se describe –a mí me gusta más– en Wikipedia, como un conjunto estandarizado de ropa.
Ambas fuentes, a su modo, coinciden en su uso y destino de individuos, digamos, colegiados, pertenecientes a una misma profesión o clase.
El origen de los uniformes es ancestral, de tradición remota, de civilizaciones ya organizadas que precisaban hacerse distinguir en la batalla con los ejércitos enemigos.
A los niños, la mayoría, de siempre, la vestimenta militar ha supuesto un atractivo especial. ¿Quién no ha tenido, o deseado tener, su pequeña colección de soldaditos de plomo? ¿Quién no ha jugado en la calle a desfilar?
Las visitas al museo; las jornadas de puertas abiertas de cuarteles militares, policiales y de bomberos; la presencia en las paradas y desfiles, han sido a menudo eventos de señalada asistencia familiar, con la influencia de los vistosos e imponentes uniformes y su despliegue.
Uniforme significa igual, idéntico, parejo, respecto de algo, cosa o condición. Más allá de los uniformes de armas y cuerpos de seguridad de todo tipo, cabe considerar que, en la edad moderna, se ha dado el dotar de uniformes a las personas que sirven a profesiones muy diversas.
Médicos y sanitarios –con sus batas blancas– carteros, serenos, sirvientes y camareros, taxistas y repartidores, botones y ordenanzas, conserjes y bedeles, tranviarios y conductores de transporte público y privado, con o sin gorra los más, ahora, han sido puestos de trabajo identificados gracias a su uniforme.
Otro grupo de actividades que están relacionadas con el uso de esa prenda, son las religiosas. La sotana y el clériman para sacerdotes, los hábitos para los frailes y monjas. Asimismo, también letrados y jueces, con su reconocida toga, no dejan duda de su representativa labor.
Las féminas azafatas, con su atuendo característico de sus responsables tareas, en transporte aéreo, asistencia en congresos, presencia de apoyo en ferias y espectáculos, ofreciendo con su imagen uniformada y situación estratégica, una referencia muy útil.
Las niñas y niños, con su atavío escolar, dan fe de la importancia de la etapa infantil de la vida destinada fundamentalmente a la formación básica y alegran la vista aprobatoria de paseantes.
Pero algunos de todos estos uniformes, en las últimas décadas han ido perdiendo su honroso aprecio, en aras de un supuesto progreso en favorecer el aspecto de la condición humana, por delante, de su dedicación laboral y creerse su estima como inferioridad social.
Incluso algunos osan calificar negativamente a grupos humanos que lucen determinados uniformes, por desacuerdo con su deber profesional, confunden lo representativo con el disparate o contravención de sus ideas y propósitos, despreciando el orden social, la libertad individual y el respeto a su profesión.
Y, curiosamente, al mismo tiempo, se ha impuesto un sucedáneo universal para vestirse “uniformados” -¿a lo Mao?- con los muy populares “jeans”, vaquero o blue jean, a modo de uniforme “de paisano”, al que toda edad se ha entregado.
Sin embargo, el uniforme repunta, asciende y se está imponiendo, a modo de un nuevo enfoque de su utilidad. Y hasta, oiga Ud., se presume. Se ha producido la metamorfosis del traje distintivo, del uniforme. Cada día más es perceptible el amplio discurrir callejero de personas uniformadas, de hombres y mujeres “anuncio”. Sí, con publicidad, aunque positiva la mar de veces.
Porque empresas y servicios de todo tipo han llegado a la conclusión que, vistiendo a sus empleados con símbolos, iconos, nombres y funciones laborales, generalmente a su espalda, supone publicidad, prestigio, imagen corporativa y hasta hace reproducir la autoestima de sus trabajadores por ello.
No voy a olvidarme de otros uniformes populares, llamativos y muy en boga, cuya efervescencia anímica general bien valdría extrapolar hacia el afecto a virtudes personales y comportamientos sociales, ahora a precario. Seguro que lo ha adivinado, querido lector, si no, se lo escribo: la equipación deportiva, en concreto.