A Rogelio y a los que el Covid robó su maratón
Diego FernándezMartes 28 de septiembre de 2021
2 minutos
Martes 28 de septiembre de 2021
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No siempre se vuelve con la frente marchita, como dice el tango. El domingo se volvió a correr la Maratón de Madrid y, en ella, las frentes se arrugaban sobre los ojos, pero de sorpresa. En el año II post Covid, muchos no creíamos estar allí porque muchos no estaban. Antes de la salida se guardó un minuto de silencio por los corredores que han muerto durante la pandemia. En ese momento me acordé del desconfinamiento, de ese día en el que abrieron nuestras jaulas y pudimos volver a salir a hacer deporte. El día que probablemente más chándals se han estrenado en la historia. Hasta la Asociación Española de Ciudadanos Sedentarios salió a hacer deporte. Esa fase de la desescalada era la de la incertidumbre ¿Qué pasará con el ocio? Museos, cines, teatros, estadios, conciertos... ¿volverán? ¿Y las carreras?
Para los que corremos, calzarnos las zapatillas y salir a trotar es parte de nuestra vida. Lo hacemos porque nos gusta y nos ayuda a sentirnos bien, no hacen falta más explicaciones. Es un ritual que algunas personas llevan décadas practicando y que es mucho más profundo y sentimental que lo que las marcas comerciales han convertido en moda y producto de masas bajo el nombre anglosajón ‘running’.
Correr es emoción y el domingo me emocioné. Cuando llevaba menos de un kilómetro corriendo de nuevo la Maratón de Madrid, apareció. A trote lento pero con pisada segura, Rogelio avanzaba hacía la meta de una Maratón de Madrid más. En su caso, la número 43. Cuando no sé si reír o llorar de felicidad, tiendo a no hacer ninguna de las dos cosas y quedarme con la boca abierta y cara de tonto. La cara que puse al encontrarme de nuevo con Rogelio.
La primera vez que corrí la Maratón de Madrid, en el año 2013, también le vi. Corría junto a un compañero de su quinta, que esta vez no marchaba junto a él. No me atreví a preguntar por qué, pero sí empecé a pensar en todos los ‘Rogelios’ que se ha llevado el Covid. Corredores de más de 60 años que cuando la maratón llegaba a su tramo más duro adelantaban a treintañeros como yo. La curita de humildad venía siempre acompañada de un regalo de humanidad. Ánimos que venían muy bien para llegar a la meta, cuando las fuerzas escaseaban. En ese momento, su voz de la experiencia decía: “Sigue así chaval que te la acabas. ¡Ese es el ritmo!”.
Esta maratón y las siguientes van por ellos. Por los veteranos que hacen que esta locura deportiva tenga sentido y hurtan de postureo a esta prueba de élite y la inundan de buen rollo. Por eso, para mí no hay mayor medalla que haberme encontrado con Rogelio. Por él y por los valientes que se llevó el Covid. Ha sido el mayor honor correr con ustedes.