Francisco Olavarría Ramos
Francisco Olavarría Ramos es profesional de la comunicación, con experiencia de trabajo en entidades y empresas relacionadas con las personas mayores o personas con discapacidad.
… saber más sobre el autorMartes 14 de febrero de 2023
2 minutos
Recuerdo esperar a mi padre terminar su consulta para irnos a casa, sentado en parecidas butacas desde las que pienso lo que escribo, pero ahora, la situación ha cambiado considerablemente. Hoy espero a que termine su visita con la geriatra. Escucho tras la puerta las preguntas de rigor, esperando que mi padre le oriente en su diagnóstico. “Señor, ¿qué día es hoy?, ¿quién es el presidente del Gobierno?, ¿cómo se llamaban sus padres? ¿Y su nieto?”. Y así continúa el interrogatorio hasta que se rinde a lo obvio, el anciano tiene dificultades cognitivas, que nos plantea atajarlas con la estancia en un centro de día y una batería de instrucciones para la familia.
Mientras espero, me desconecto –como hace mi padre cuando algo no le interesa– y me veo como Forrest Gump, abstraído contemplando su caja de bombones y rememoro las líneas de su famoso guion, en las que decía que “la vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”, para proponerme una alternativa basada en mi experiencia profesional y personal, concluyendo, que la vida también es una sala de espera, en la que tienes que estar alerta y preparado a que sea tu turno. En estos escenarios he tenido mis ideas más claras. Agradezco esta visión y aprendizaje que comparto con vosotros, porque me han permitido no desesperar, echar el freno, no opinar si no te dan paso, moderar mis ansias de recompensa inmediata, respetando los turnos y, sobre todo, entendiendo que las relaciones de calidad suceden de manera tranquila en espacios respetuosos, de reflexión, atención y escucha.
Para los que me preguntéis por privado, tras haber leído algunos detalles de su valoración médica, mi padre vive en un mundo muy tranquilo, de eterno presente, sin expectativas ni preocupaciones, atendido en su casa por su mujer e hijos –que le consienten con bombones, a pesar de la diabetes– y aceptando que la vida, como dice su hijo, es siempre una sala de espera. Esa espera está siendo muy fructífera. Y sí, siempre llega tu turno, en el momento preciso y con la vivencia que conviene.