Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorLunes 11 de enero de 2021
3 minutos
Presumiendo que puedo meterme en un indeseado lío si pretendiese filosofar sobre principios de la razón tan importantes como consciencia y conciencia, yo me explico y usted, querido lector, haga su personal juicio respecto de su diferencia, de sentirla así, o de la apariencia entrambas; que no de su indiferencia.
Si no desea acudir en este momento a consultar el DRAE –que le aconsejo haga siquiera en otra ocasión– diré que no hay mejor lugar para comprender prontamente el alcance de estas palabras que en la obra magna de la docta Institución Académica.
No obstante, para mi modo de ver, basta con saber que llamamos consciencia a la facultad que nos permite saber quienes somos, o sea conocernos a nosotros mismos. Se trata sencillamente de sentirnos racionales, esa fundamental condición maravillosa, que nos diferencia de los demás seres.
Y tener conciencia no es otra cosa que gestionar la consciencia, aplicar el raciocinio a las decisiones que nos corresponde adoptar en el desarrollo de nuestra existencia humana.
La consciencia es una, natural e íntima de cada cual y tenemos por común y deseable lo sea plena y saludable. La consciencia no lo será así cuando las condiciones naturales que la conforman se hallen, por nacimiento, o deriven a posteriori en otras que dificulten su disposición plena.
La conciencia, puede ser calificada positiva o negativamente a nivel social y ha de suponer la valoración efectiva y moral de nuestros actos. Eso, ordinariamente, es hacer las cosas a conciencia o con conciencia.
Claro que si la conciencia de quien se estima consciente adopta decisiones negativas o contrarias al orden común de nuestra especie, la tendremos por negativa o por mala conciencia.
Pero mejor será poner un ejemplo que nos facilita, lamentablemente, la situación sanitaria general actual en el mundo como consecuencia de la pandemia de nuestros dolores fúnebres, físicos, morales y de todo tipo.
Porque resulta duro comprobar como el conjunto de los humanos, que damos por seguro que somos conscientes que el COVID-19 es perjudicial para nuestra salud, se torna incapaz del bien hacer colectivo, cuando la mala conciencia de algunos –ya demasiados– se comporta como enemigos de su defensa al no respetar las normas archisabidas de protección contra el contagio.
Esos algunos, no carentes de consciencia, se comportan como falsos inconscientes que, voluntaria o irreflexivamente se olvidan de la buena conciencia para con sus semejantes –incluso para con ellos mismos– vulnerando las limitaciones impuestas por la razón y el orden en la actual convivencia. Y se van de fiesta a cara descubierta (nunca mejor dicho).
No se si habré ayudado en algo con mi exposición a su principal propósito, que era unirme al intenso reclamo de cordura que nos envuelve a casi todos para reducir al máximo la deriva que, en estos días de cambio de año siempre felices, suponga no incrementar las ya malditas cifras de contagiados que se están produciendo de forma insolidaria y hasta descarada.
No ya las autoridades, que han fallado estrepitosamente y aunque haya que darles el beneficio de la inexperiencia, pero menos, porque su obligación de hacerlo mejor podría conseguirse abandonando las diferencias de siempre y delegando en verdaderos entendedores de soluciones.
Sino de toda la sociedad. Digo de todos a postas, porque todos somos responsables al consentir lo que la razón no consiente (la consciencia). ¿Será que somos una pandilla de inconscientes malavenidos conscientemente?
Pues tenemos un nuevo problema, amigo lector. Una seria cuestión de convivencia racional que mucho conviene ponerle algún remedio que ya otras dificultades no tuvieron reacciones ad hoc y que esta especie de plaga, dudo que divina pero que sufrimos como humana, habrá de obligarnos a recuperar cordura.
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P.D. Se de buena tinta que esta semana los Reyes Magos han repartido muchas dosis de esperanza. Confío que en su próxima visita no nos traigan demasiado carbón.
SOBRE EL AUTOR
Joaquín Ramos López es abogado y autor del blog Mi rincón de expresión