Ya sé lo que te pasa; como crees que eres mayor, lo relacionas con la salud y estás empeñado en que está mal. Pues no lo estás, te aconsejo que vayas a un hospital y verás que te quedan más vidas que un gato.
Mira, yo hace unos días estuve en uno, no por nada grave, que grave es estar en un cementerio; sino por acompañar a un amigo y fue toda una experiencia.
Estaba en la habitación, cuando decidí salir para fumar un cigarrillo, y al llegar a la planta baja y al abrirse la puerta del ascensor… ¡Dios!, ni que estuviera en una película de zombis.
Un susto, pero un susto… voy a salir y me encuentro de frente a uno con un ojo vendado, otro con un brazo escayolado, uno más con una especie de bastón de peregrino llevando un gotero; y ya decido no salir, no vaya a ser que lo haga y los tire a todos como si fueran bolos.
Entonces comenté que iba a la décima planta, y todos dicen que también, que también iba a esa planta y, claro, te empiezas a mosquear porque ya es casualidad que todos, justo todos, coincidamos siendo ya las doce de la noche y casi vacío el hospital.
Y, por eso de que existen las matemáticas, hice un cálculo: diez plantas a tres segundos por planta… treinta segundos. Treinta segundos, a paliza por barba de los tres que van conmigo en el ascensor, le sale a cada uno diez segundos, que parece que no es nada, pero como el primero que se líe conmigo sea el del palitroque de hierro en el que va el gotero…
Subí con ellos y cuando el ascensor se paró y se abrió la puerta… ¡buah!, viví entonces una situación tan humana, pero tan humana… El que estaba peor quiso ayudar al que estaba mejor. El del gotero, que ya no sabía bien si la barra esa es para la bolsita o es para que se agarrara el tío, fue el primero que dijo que salieran otros y que tuvieran cuidado; el uniojo le comentó al del gotero que cuidado con las ruedas, que a veces se atascan con los hierros del suelo del ascensor; y el del brazo escayolado hizo una especie de contorsión para darle con la mano izquierda y… es que me emociono.
No le importó jugarse la vida haciendo el giro ese por el resto, por nosotros, por todos, incluso por mí, que estoy bien; pero que empecé a sentirme mal, fatal, tanto que me daban ganas de llorar por haber pensado tan mal de mis acompañantes. Y entonces quise sentirme unido a ellos y pegarme un cabezazo a ver si se me rompe la crisma y me la vendan para hacer piña y caminar todos juntos por esos pasillos de Dios a lo que sea. ¿Y tú dices que estás mal?, tú no sabes lo que es estar mal, te lo digo yo, que estoy fatal.
Del libro ¿Se es viejo a los 60?, tás de coña? (Amazon).