Joaquín Ramos López
Opinión

Soberbia y orgullo (ida y vuelta)

Joaquín Ramos López

Miércoles 16 de octubre de 2024

4 minutos

Soberbia y orgullo (ida y vuelta)

Miércoles 16 de octubre de 2024

4 minutos

Antes de decidirme a escribir lo que seguirá, quise plantearme la validez de coincidencias que, entre los valores aplicables a una determinada conducta personal, son adjetivados o denominados como de soberbia y orgullo, y pulsar su confusión, sinonimia o especificación, durante el uso coloquial común.

Por ejemplo, si nos dicen que una persona tiene un comportamiento soberbio, normalmente estamos entendiendo que se califica así a alguien que actúa con cierta vanidad, que se jacta de su valer o ser ante los demás.  

Pero si de otra persona nos explican la calidad, oportunidad o valor de algo meritorio propio de su hacer y lo catalogan como un soberbio trabajo, estamos aceptando que se le honra con esa expresión. 

Si un determinado personaje, al explicarnos sus logros profesionales, personaliza en si mismo los éxitos de la empresa, pone por delante su aportación directa al positivo resultado o hace referencia a su preparación y listeza al efecto, lo tildaremos de orgulloso.

Por el contrario, cuando valoramos el mérito de alguien que ha conseguido superar esa difícil prueba de acceso; el favorecer un descubrimiento muy deseado; o subir de categoría con el fruto de su esfuerzo, habremos de admitir que se sienta ufano.

Tengo claro que, casi todos estaremos de acuerdo en que el fino hilo de medir que puede suponer tales antagonismos, no será otro que la intención, la íntima consideración que el sujeto manifestante tenga, honesta o interesadamente, del juicio de ese “valor” y de su personaje. 

El uso oportuno y ajustado del idioma a las circunstancias de lo que se habla y la disposición del hablante respecto de su propósito de hacerse entender, nos convierte en prisioneros de la voluntad de resultar influyentes, de dejar dicho lo que creemos o sentimos y, si cabe, congeniando lo posible la transmisión.

Ocurre, ahora más que no hace tanto y seguramente para menos bien, aunque se confunda la acción con su intención verdadera, que la modestia sincera vale poco –la inmodestia, nada– y, en cambio, lo preciado de uno mismo está al alza. Ahora valemos más y nos cuentan que los individuos prevalecen.

Lo importante es vivir, tener recursos y seguir adelante sorteando el IPC, las falsedades políticas, los reveses de la suerte, las soflamas comerciales, los insultos deportivos y las fracturas familiares. 

¿Y el empleo, el ahorro, la formación, el cultivo de la personalidad, la inmersión social? Seguro que muchos sienten y comparten estos valores, que actuamos con la idea puesta de su realización y en la creencia de su conveniencia. Pero ¿cuántos superan los mínimos necesarios para tratar de sentirse orgullosos?

Vengo observando, gracias a esas lecciones que del aula callejera resulta fácil aprender, cómo los humanos tendemos a una práctica de actos y conductas poco o nada orgullosas y bastante cercanas a la soberbia. Se podrá decir que no es para tanto, pero le suena a Ud. lector eso de “yo también tengo derecho”

Negamos y nos ensuciamos en lo que, inducidos o deducimos sin reflexión, confiando en lo que nos cuenta el último que llega, creyendo lo que no nos gusta, sin lectura varia y contraste de opinión cabal. Y también hacemos pies juntillas de todo aquello que nos gusta oír y vemos necesario. Pero ¿nos implicamos?

Creo que una apuesta y su ejercicio por una vida mejor para uno mismo y sin olvidar a los demás, pues todos juntos formamos un yo global inseparable, de lo que nos olvidamos a menudo, debe contemplar algo menos –mejor mucho– de conducta soberbia y algo más –mejor mucho, asimismo– de sentir orgullo.

Qué mayor satisfacción de conseguir destacar en algo del común denominador del ser humano. No estamos en un mundo de iguales y quien así lo crea o persiga, yerra. No ocurre nada impertinente en querer ser mejor. Es motivador superar metas personales. Es un bonito regalo estar orgulloso de uno mismo. 

¿Se imagina que una mayoría de seres humanos se sintieran orgullosos, que no vanidosos ni engreídos, solo contentos y agradecidos de la vida? ¿Y que ellos formasen una comunidad mundial de humanos satisfechos? 

De ser así, la llamada soberbia que caracteriza al engreimiento y la altivez e inmodestia, quedaría anulada y restaría nominalmente en exclusiva para alabar esa magna conducta que también definimos como tal y que por su grandeza enorgullecería a la especie humana.  

Sobre el autor:

Joaquín Ramos López

Joaquín Ramos López

Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.

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