Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorJueves 22 de septiembre de 2022
3 minutos
Con la identidad personal resuelta por los nombres propios, el ser racional necesitaba recurrir a su cuerpo, ya adecentado con cuidados y protegido de inclemencias, para marcar sus diferencias corporales respecto de los animales.
La evolución ha determinado vestirse a los humanos desde las primeras pieles de los cazadores recolectores hasta los emperifollados más actuales. Y de los hábitos y costumbres, ropas de trabajo, ocio, deporte y fiesta, o disfraces para la ocasión, hemos llegado al escaparatismo corporal.
Recuerdo que ya en las primeras obras del séptimo arte solían cruzarse, tras los primeros planos urbanos, unos personajes llamados hombre-anuncio que, por algún dinero, proponían productos novedosos e incluso leer cierta prensa.
Esa vieja vivencia me lleva a plantearme si, por puro mimetismo, jóvenes –y no tan jóvenes– estarán tratando de dar a conocer algo de su personalidad, vistiendo ropas “personalizadas” con leyendas jocosas, culturales y hasta publicitarias.
¿Y a santo de qué tanta camiseta con grandes muestras de iconografía marquista? ¿Son más baratas, les pagan por lucirlas, forman colectivos guay? O quizás sólo sea una manera de presumir de desencanto por las prendas de diseño poco conocido.
La vestimenta ha sido en toda época el celofán del cuerpo; una “transparencia” de su condición. Es aquello del hábito no hace al monje pero sí lo distingue.
Significativamente, en estos últimos tiempos está dándose una fuerte expansión de los tatuajes sobre la piel humana. Es como sí el deseo fuese jugar a la confusión con nuestro cuerpo natural, se le disfraza, se le adorna y hasta se le enmascara, más allá de lo que pudiera ser un elegante o penitente motivo de veneración.
El tatuaje, lejos de la otrora mensajería de la condición o comportamiento de algunos pocos, también aporta hoy un cierto brindis al personalismo deseable, a transmitir un yo me siento así.
Por demás, el acortamiento o reducción del ropaje de una determinada parte de la población actual, viene a favorecer la proclama de una nueva identidad corporal, cuando la comodidad y el atractivo personal no consiente limitaciones sociales anteriores.
Recientemente, el feminismo más decidido –¿progresista?– dice reivindicar que las mujeres puedan llevar, cuando gusten, sus mamas al descubierto tal como lo hacen los hombres, sin que ello deba suponer distorsión alguna del vecindario.
De lograr que se decidan muchas féminas, podrían darse como lugar de su estreno las tribunas de algún estadio deportivo durante un evento futbolístico –dónde se ha vuelto costumbre se despechuguen los chicos– ahora que los hay de ambos sexos y abundan las espectadoras.
Vístase como quiera; es de lo más libre. Presuma de ser como es; lo justifica su existencia. No se olvide de las inclemencias; no se desvista mucho, su piel es el órgano más grande de su cuerpo. Disfrute de las modas; pero no caiga en la banalidad de quitarse la corbata –si le place– a cuenta de otros oportunistas.