Josep Moya Ollé
Opinión

La soledad en la vejez

Josep Moya Ollé

Martes 8 de abril de 2025

5 minutos

La soledad en la vejez

Martes 8 de abril de 2025

5 minutos

“Me siento sola, al separarme de mi pareja y cambiar de domicilio he perdido la mayor parte de mis relaciones sociales. Por si fuera poco, no encuentro trabajo y ello repercute no solo en mi economía sino que también afecta mis posibilidades de establecer nuevas relaciones”. Con estas palabras se expresaba una mujer, de 45 años, en la consulta de un psicoterapeuta; pero su queja no constituye un caso aislado, sino que se trata de un síntoma que podríamos considerar 'social'.

En efecto, el sentimiento de soledad se ha convertido en una queja recurrente en los dispositivos de salud, de salud mental y de los servicios sociales. Hace unas semanas, en el contexto de una valoración del estado mental de una anciana de 86 años pude escuchar su amarga queja: “Sí, vivo con mi hijo y su mujer, me tratan bien, estoy bien atendida pero ya nada es como antes. ¿Qué pinto yo aquí, si me falta lo más importante de mi vida: mi marido?” o, esta otra queja, de un enfermo de esquizofrenia: “No tengo vida social, no tengo amigos, bueno, nadie de mi familia tiene amigos. Como estoy enfermo, nadie quiere saber nada conmigo. Salgo a pasear solo, doy una vuelta por el parque y regreso a casa. Siempre estoy solo”.

Sin embargo, esta vivencia de soledad –no deseada– se encuentra en la base de ciertos casos de malos tratos a las personas mayores. Así, en el contexto de una intervención del SEAP (Servicio de atención a las personas mayores), que depende estructuralmente del Consell Comarcal del Baix Llobregat, pude escuchar como una anciana de 80 años, que vivía en un centro geriátrico, y a la que una “amiga” suya la estaba expoliando económicamente, me explicó que ella era consciente de la conducta reprochable de su amiga pero: “Ya sé que me roba, pero al menos viene a verme cada semana y me da conversación”.

En este artículo no me voy a referir a la soledad en tanto una persona vive sola o está sola, sino a la vivencia, dolorosa, de sentirse sola o ninguneada por aquellos con quienes se relaciona habitualmente, es decir, familia, pareja, amigos, vecinos. No solo eso, siguiendo a Noreena Hertz, la soledad implica también el hecho de sentirnos desatendidos por la comunidad, el gobierno o la ciudadanía. Es la sensación de desconexión, no solo con respecto a aquellas personas en las que deberíamos confiar, sino también con respecto a nosotros mismos. Se trata no únicamente de la falta de apoyo social o familiar, sino también de la sensación de exclusión política y económica.

Hertz añade que, para ella, la soledad es un estado interior y al mismo tiempo un estado existencial, es decir, personal, social, económico y político. En este sentido, la autora se sitúa en una línea similar a la de Emile Durkheim y Hannah Arendt.

La soledad es una carencia emocional que afecta al lugar de la persona en el mundo aunque, para ser más precisos, tendríamos que escribir el 'no lugar' en el mundo.

La soledad ha sido calificada como una “epidemia social” que tiene repercusiones tanto en lo social como en la propia persona, en su salud física y mental. Pero, antes de abordar esto último, nos hemos de preguntar, siguiendo nuevamente a Hertz, ¿cómo hemos llegado a esto? Para ella, el estilo de vida, la naturaleza cambiante del trabajo y de las relaciones personales, el modo de construir las ciudades y diseñar las oficinas, la manera en que nos tratamos unos a otros y en que la administración nos trata a nosotros, la adicción a los teléfonos móviles o, incluso, la manera de amarnos.

Pero, además, hay que considerar otros aspectos derivados del discurso predominante, es decir, el discurso neoliberal. En efecto, como afirmó Margaret Thatcher en 1981, “la economía es el método, pero el objetivo es cambiar el alma y el corazón”. Y, ciertamente, lo ha conseguido porque ese discurso ha transformado por completo la forma de vernos a nosotros mismos y las obligaciones que teníamos para con los demás, valorizando cualidades tales como la hipercompetitividad y la búsqueda del interés personal, sin tener en cuenta las consecuencias. En efecto, hemos entrado en un marco en el que las relaciones laborales están determinadas por la competitividad. En muchos centros se valora el rendimiento de un trabajador, del ámbito que sea, a partir de compararlo con el resto de sus compañeros. De esta manera, se fomenta un tipo de relación basado en la desconfianza y en poner la zancadilla, no tanto para perjudicarlo sino para “superarlo” en la evaluación periódica.

El pronombre personal en plural ha sido sustituido por el 'yo'. Ya no 'somos', ahora solo soy 'yo'. Hemos construido una sociedad solitaria y es en este contexto en el que la soledad de los mayores adquiere dimensiones cada vez mayores. 

La residencia geriátrica es el síntoma dramático de una realidad social. Condicionados por un objetivo de “realización personal”, individualista y profundamente egoísta, nos negamos a cuidar a aquellos que, años atrás, cuidaron de nosotros y nos ayudaron, precisamente, a alcanzar, aunque no siempre, nuestros objetivos. En otro caso en el que intervino el SEAP, nos ocupamos de un anciano a quien una sobrina había expoliado económicamente después de haberlo convencido de que le otorgara poderes notariales. Además, ella lo estaba presionando para que se fuera a vivir a otra población para así quedarse con su piso. Aquel hombre me explicó que cuando salía a pasear por el pueblo mucha gente lo paraba y le daba conversación, sin embargo, si se marchaba a un pueblo en el que no conocía a nadie se iba a sentir muy solo.

Individualista, egoísta, y, en algunos casos, maltratadora, es así como la sociedad del neoliberalismo trata a los ancianos y los condena, en muchas ocasiones, al ostracismo y a la más dolorosa soledad. Pero todo ello tiene, como he avanzado antes, repercusiones en la salud física y mental de las personas que se sienten solas. Así, ha sido señalado que si una persona tiene la vivencia de la soledad, las probabilidades de padecer una enfermedad coronaria aumentan en un 29%, y las de sufrir un ictus, en un 32%. Además, desde la Fundación Pascual Maragall, se ha señalado el vínculo entre soledad y riesgo de demencia, y ello por diversas razones. Así, el aislamiento social percibido induce una mayor reactividad al estrés, conduciendo dicha alteración a problemas de sueño, alteraciones en el sistema inmunológico, aumento de los niveles de estrés oxidativo, sobreexpresión de genes proinflamatorios. Todo ello relacionado con el deterioro cognitivo. 

Para concluir, la soledad es un fenómeno social que afecta a todas las franjas de edad y, de una manera más cruda, a los mayores. Este fenómeno es un síntoma del tipo de sociedad en el que vivimos y del que, en parte, somos responsables. Hemos vuelto la mirada hacia nosotros mismos, en un giro narcisista que nos lleva a distanciarnos de los demás, sobre todo si esos otros son mayores y nos suponen una carga para el desarrollo de nuestros proyectos personales. De nosotros depende, también, el efectuar un giro de 180 grados y dirigir nuestra mirada y nuestro soporte a aquellos que se sienten solos.

Sobre el autor:

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé (Barcelona, 1954) es psiquiatra y psicoanalista. Actualmente es presidente de la Sección de Psiquiatras del Colegio Oficial de Médicos de
Barcelona.

Ha trabajado activamente en el ámbito de la salud pública, siendo presidente del comité organizador del VII Congreso Catalán de Salud Mental de la Infancia y psiquiatra consultor del SEAP (Servei Especialtizat d'Atenció a les Persones), que se ocupa de la prevención, detección e intervención en casos de maltratos a mayores.

Es el fundador del Observatori de Salut Mental i Comunitària de Catalunya.

Su práctica clínica privada la realiza vinculado a CIPAIS – Equip Clínic (Centre d’Intervenció Psicològica, Anàlisi i Integració Social) en el Eixample de Barcelona.

Como docente, imparte formación especializada en ACCEP (Associació Catalana per a la Clínica i l’Ensenyament de la Psicoanàlisi), en el Departament de Benestar Social i Família y en el Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada del Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya.

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