Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMartes 5 de noviembre de 2024
2 minutos
Martes 5 de noviembre de 2024
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¿Para qué tanta respetada comprensión? ¿Para qué tanta confianza depositada? ¿Para qué tanta presunción estimada? ¿Para quién la perra gorda?
Viene a mi recuerdo en estos tristes días, las múltiples veces y a los lugares remotos, y hasta recónditos, donde nuestros profesionales de la seguridad y rescate vienen acudiendo de siempre a la primera llamada de auxilio salvador.
Allá donde nuestra sensibilidad tradicional para con las desgracias humanas, los españoles llevan su genética humanidad; allí donde la vida y las cosas de comer de sus semejantes están en peligro por indefensión ante los empates de la naturaleza, de acá acuden los nuestros.
Qué estupendos y ejemplares nuestros compatriotas, con sus equipos materiales, sus perros, sus dotaciones profesionales y su desinterés personal.
Qué magnífica demostración de solidaridad, qué muestra silenciosa de caridad, qué dignidad de pabellón nacional en pechos y hombreras. Cuántas gracias merecidas.
Y hete aquí que, en propia casa, en nuestro Levante y Castilla españoles, nos dejan perder lo propio, vida y hacienda, ante las mismas causas de la ¿diosa? Naturaleza, nos abandonan los tutores de la patria.
De paso, mancillan la bonhomía y voluntad de sus gentes que claman poder ayudar a sus conciudadanos.
Sí, querido lector, lo habrá notado si ha sido Ud. lamentado observador de tanta miseria humana; de las víctimas y, a contrario sensu, de sus transgresores.
Porque esa es la impresión que me merece la ignominia actitud incomprensible –o maldita, quizás– de quienes tienen la obligación de paliar primero y corregir después inmediatamente tales desmanes naturales. Sí, nuestros gobernantes, ha acertado.
No se puede creer que medios disponibles a su abasto, personas bien dispuestas, colectivos preparados debidamente y sus responsables mandamases, no hayan saltado de sus retenes y poltronas en pocos segundos bomberiles, para salir bien pertrechados volando, abrir caminos y arropar lamentos.
Solo cabe pensar en un mal fario. No de suerte, sí de sino. Porque se sabía, los meteorólogos lo avisaron, Protección Civil lo advirtió, nos cuentan.
Pero otra vez no ha servido, porque “no conviene asustar”; esa moda falaz con que algunos rectores públicos de esta hora impregnan su fatua verborrea.
¿Cabría pensar en algún otro espurio interés? ¿Puede ser tan grande la incongruencia de querer gobernar haciendo el bien para todos, prometerlo y no hacerlo?
Y no es la primera vez. No hace tanto que sufrimos un descarado abandono de nuestra seguridad colectiva. Lo sufrimos con la malhadada pandemia del COVID19, cuando toda la nación pagó un alto, desproporcionado y políticamente maldito sacrificio.
Y ahora vuelve, con más muertos y renovado desprecio. ¿Tendrán pronto su merecido precio?