Sábado 22 de enero de 2022
4 minutos
Recientemente murió el que fue mi compañero de vida por más de 40 años, y durante los este tiempo he experimentado todo aquello, que como socióloga sabía. La sociedad patriarcal utiliza, desde inicios del tiempo, la viudedad de nosotras, las mujeres, en un arma poderosa para condenarnos al sufrimiento de por vida.
Ahora quiero usar esta experiencia y malestar para denunciar violencia contra nosotras, que nos han transmitido la religión y la educación de valores caducos. A la muerte de un ser querido, tenemos que hacer frente a un cuestionamiento público por no responder al patrón de mujer resignada en blanco y negro. Los hombres viudos, están a salvo. Ellos pueden disfrutar de nuevas aventuras y tiempos de ocio y alegría, aunque también es oportuno señalar que para ellos tampoco es fácil, pues la expresión natural de sus emociones ha sido censurada por considerarles afeminados. Ya ven como “lo femenino” castiga, porque las mujeres siempre seremos marginadas, sospechosas e histéricas.
En mi trayectoria profesional, como directora de programas para las personas adultas mayores me ha tocado acompañar a muchas personas en su condición de viudez y me he encontrado con todo tipo de reacciones, apegos dolorosos, angustia, desesperanza en el futuro, y lo más grave, personas muertas en vida, sin ilusión o propósitos vitales, y otras experiencias de negación o disputas familiares, como las que cuestionan y juzgan la vida de mamá.
Los tiempos están cambiando, para nuestro bien y los movimientos feministas, con mujeres berracas, algunas ilustres y otras anónimas como usted, están cuestionando los mandatos antiguos. La viudedad y la vejez son testimonios de una vida en proceso y en la que los derechos nos acompañan hasta el final.
Durante nuestros años de matrimonio, con mi marido hablamos de la muerte y todas las voluntades que deseábamos conservar. Los cuidados en los últimos meses nos enseñaron a valorar todo lo vivido y experimentar en propia carne la compasión. Cumplimos con todos sus deseos y cuando se cumplieron, él ya estaba listo para partir. Fue un hombre que respetó mi libertad desde el inicio y así será por el resto de días en que viva esta experiencia terrenal.
Con este texto, que escribo con serenidad, quiero invitar a tantas personas que han perdido a sus seres queridos –ya sea por la pandemia o cualquier otro motivo– a autoperdonarse por las culpas que pudieran sentir, a que se den las gracias, se reconozcan, se abracen e inicien un nuevo camino de despertar y aprovechar la vida de la mejor manera, sin renunciar a la alegría.
Acepto que mi vida continua sin él en su presencia física y estoy abierta a nuevas experiencias de amor por la vida y todas expresiones, porque así me lo hizo saber. Podemos ser viudas berracas, a todo color y por iniciar aprendizajes pendientes. Demostrándoles a la sociedad en su conjunto y a las familias que seguimos con espíritu de vida y siendo un ejemplo para las que aún no se atreven a oponerse a los juicios de aquellos que nos quieren mal. Nosotras debemos decidir por nosotras. No más viudas dramáticas, ni estigmatizadas. Sí a más viudas libres, y autónomas desde lo mental y físico, dejando atrás el qué dirán. Más color y menos negro. Más viudas comprometidas con proyectos sociales comunitarios y redes de apoyo renovando vínculos de sororidad y cuidados femeninos.
Por último quiero acabar con una mujer, Ana Belén, que le puso voz a lo que siento hoy, en aquellas estrofas de la canción Desde mi libertad:
“Debo empezar a ser yo misma y saber
Que soy capaz y que ando por mi piel.
Siempre habia sido una mitad,
Sin saber mi identidad…
Nunca me ensearon a volar
Pero el vuelo debo alzar”
Agradecida, me despido de mi Pachito Peña y su familia, que me respeta y quiere libre, con proyectos y vestida con alegres colores. Y sí, soy una viuda alegre porque tengo motivos.