Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorViernes 26 de abril de 2024
3 minutos
El tiempo tiene pasado. ¡Qué tiempos aquellos! nos decimos entre amigos y parientes cuando recordamos hechos, personas, vivencias de otros momentos bastante alejados de ahora mismo.
El tiempo tiene presente. El: ¿Cuánto tiempo necesitas para preparar la comida? Los invitados están a punto de llegar y se hace tarde. Ella: La hago enseguida, si no me hubieses entretenido con tus peroratas….
El tiempo tiene futuro. Ellos: “Confiemos cambie el tiempo, pues en otro caso nuestro viaje puede sernos baldío”
El tiempo que nos falta nos sirve de pobre pena para excusarnos, porque pretendemos justificar lo que no somos capaces de administrar con una práctica reflexiva en la priorización de nuestros actos debidos.
Es importante ese tiempo que nos damos, o sea, que nos reservamos especialmente, porque de su transcurso, lo que ocurra en nuestra vida mientras llega ese momento que “tiene que venir”, dependa algo importante para el futuro.
La historia, aquel tiempo de los otros que se nos adelantaron en el vivir. De aquellos que conformaron nuestro presente al ir creando y descubriendo nuevos medios y el de sus quehaceres, desarrollo y mejor supervivencia. Testigo de triunfos y quebrantos.
El porvenir, la esperanza de corregir defectos de esta hora. Ilusión de merecer compensaciones mayores. O desconfianza en lo venidero. Y la tranquilidad deseada de “quedarme como estoy”.
¿Es, o no es, un plural compañero, el tiempo? Siempre presente en nuestros diálogos y monólogos. Muletilla de tantas anécdotas. Refugio de otros sinsabores cuando nos enfada. Y dador de algunas alegrías que despejan la tristeza de causas molestas.
Lo es ese tiempo de magnitud, de medición, de duración de las personas y de las cosas, del verbo y del espacio, geológico, sideral y bastante más. Y tiene un influyente compañero, el tiempo atmosférico, el que constituye lo que conocemos por clima.
La naturaleza gusta de cambiarnos su modo de acompañarnos. Sea porque la provoquemos, como sostienen muchos defensores acérrimos del cambio climático, sea por sus propias condiciones sujetas a la evolución universal cíclica.
Ese tiempo, el del clima, lo es también geográfico. El planeta tierra, por su posición y movimiento astral, ofrece diferentes “estaciones” de tiempo, produciendo distintos modos de vida que suponen modelar culturas, dando lugar a costumbres influyentes en labores, festividades, alimentación y vestido.
En estos días de primavera que tienen poco de ser propios, el tiempo juega con nosotros a la duda de lo que hay que hacer, ponerse, como ir o adonde voy. Confunde lo previsible porque cambia sin cesar.
Parece como si el tiempo quiera justificar que bastantes jóvenes ya pasean como atletas y majorettes, al lado de compinches con sudadera y capucha, a modo de reto al clima de no importarles si airea, insola, enfría o moja, porque esa circunstancia no les abstrae de su disfrutar de la vida y han decidido hacer “un tiempo muerto”.