Saturno devorando a su hijo, Francisco de Goya, transportada a un lienzo, 146 x 83 cm., Museo del Prado
Esta pintura corresponde a la serie de las pinturas negras que Goya produjo en los últimos años de su vida, cuando vivía en la Quinta del Sordo, como la gente llamaba a su casa de campo en Madrid. Muestra un espíritu atormentado por las vicisitudes de la vida política y las torturas de la guerra.
La obra nos representa al dios del tiempo, Crono (Saturno en la mitología romana), devorando un cuerpo. A él, el paso por hitos y transformaciones le abrió puertas gigantescas. Comprobó así que los pasajes a momentos diferentes serán indispensables para el curso de la vida. Crono engullirá a sus hijos para que no hagan lo que él hizo a su padre, Urano. Crono le había cortado los genitales a Urano para que separándose por el dolor de Gea, la Tierra, la dejara parir, dando así a luz a todos sus hijos.
Hesíodo cuenta esta historia extensamente y llama nuestra atención sobre lo imperioso de realizar un pasaje a otro momento vital. Crono devora a sus propios hijos como Urano retenía a los suyos no dejándolos salir del vientre de Gea, su madre.
El ser humano repite esta historia insistentemente, produciendo así el Caos. El Caos gana a veces la batalla. Sin embargo, una vez que el Caos está bajo el dominio del Cosmos surge la potencia necesaria y colaboradora del Caos en el curso de lo vital. Crono, como uno de los representantes del Caos, ha pasado por muy distintos momentos destructivos y creativos, simultánea y/ o alternativamente. Ha incursionado en los misterios de la vida, por eso la imagen de un anciano representa a Crono, el dios del tiempo.
En el proceso de envejecimiento hemos comprobado ya que el curso de la vida no puede detenerse, que los momentos de desprendimiento y duelo son inevitables. Son también, según se los pueda elaborar, momentos de transformación y crecimiento. Más allá del tiempo cronológico, lo que el mayor vivencia es un tiempo subjetivo donde un instante puede ser tedioso o de profunda intensidad. Puede tratarse de un instante nada más, una circunstancia cargada de emoción que hace que volvamos a recordarla dándole significados diversos, integrándola a nuestra vida porque tuvo para nosotros mucho sentido.
Hacia el final de la vida, esta vivencia subjetiva del tiempo abre puertas al futuro. Brinda la posibilidad de vivir con intensidad, con fuerza creativa, contribuyendo a que se produzcan verdaderas transformaciones en los vínculos y en el mundo que creamos entorno a nosotros.
Sobre el autor:
Carmen de Grado
Carmen de Grado es Licenciada en Psicología, Máster en Psicogerontología, ex docente en la Universidad Maimónides de Buenos Aires (Argentina) y actualmente en el Instituto Iberoamericano de Ciencias del Envejecimiento (INICIEN).