
Martes 18 de marzo de 2025
3 minutos
Pasión por la vida, pasión por las personas, pasión por el deporte… apasionarse por algo o alguien, causa o personaje. Tener pasión supone desear fervientemente alcanzar la máxima sensación de satisfacción en el disfrute personal de un logro propio o conseguido con el concurso de otros.
Los sociólogos estudian, incluso algunos se dedican con fruición, cifran y concluyen dictámenes sobre el grado de satisfacción que la población de un determinado colectivo, geográfico normalmente, consigue en comparación con otros asimilados. Es más, siguen su evolución, actualizada periódicamente.
Asistiendo a una sugerente ponencia, supe qué factores y parámetros de lo más común de las actitudes humanas, fruto de sensaciones realistas y generalizadas de las gentes, se entrelazan con funciones, reacciones, disfrutes y penalidades cuantificables.
Para mí, observador escéptico y lego en tamaño intríngulis cuántico, significaba ser atrayente, conocer cómo se llega a saber, o poder decir, que un país es más feliz, o está por delante de otro, en la media, o por debajo, en el ranking de la satisfacción por la vida.
Me convencieron, no obstante, los factores esgrimidos, no sin sorpresa por la gran cantidad de ellos tenidos en cuenta, a modo de compulsa, desde la propia composición de las tablas derivadas de las estadísticas y la antropología de la realidad humana observada.
Y me anoté dos conclusiones prácticas de tales estudios, relacionadas con el paso del tiempo y relativas al cómo se nos considera a los españoles, en tanto felices y satisfechos; una de cal, otra de arena.
Por supuesto, entendí que era una valoración puntual y no ajena al devenir de acontecimientos singulares del país, sus circunstancias globales entorpecedoras del acontecer normalizado en el tiempo e incluso sujetas al cedazo de su posible gratuidad.
Por un lado, muy positivo, España ocupa, en datos seriados anuales, un lugar prominente en la liga de países con población “empíricamente” más feliz.
Por otro, en la actualidad, ese bonito nivel de satisfacción está por debajo, significativamente, del que teníamos en las décadas 60 y 70 del pasado siglo, evaluado con igualdad de elementos.
Aquí es cuando podríamos preguntarnos ¿que no estamos haciendo bien? Si pudiendo tenerlo demostrado, hemos perdido brío en busca de la felicidad colectiva. ¿Qué valores o conductas respecto de poder sentirnos mejor con o qué hacemos, estamos abandonando?
¿Hemos preferido la acepción gramatical del vocablo PASIÓN, la del padecimiento, por una positiva como el entusiasmo? ¿Es deseable el arrebato por las calamidades combatibles, que la devoción por superarnos individual o colectivamente?
Es sin duda una contradicción, la defensa de ser más modernos, progresistas, digitales, ociosos, libres y desinhibidos sociales y reconocer que somos menos felices y estamos menos satisfechos de la vida, viendo solo las dificultades para superarla.
Pues pongamos una PASIÓN en la nuestra. Propongámonos una querencia nueva que, no exenta del propio esfuerzo y mucho de confianza en nosotros mismos, pueda llegar a apasionarnos.
Gastémonos buena parte de la honestidad de vivir en conciencia positiva. De desear lo que naturalmente podemos conseguir, no lo que sea, sino lo que nos resitúe mejor y nos incremente mucho nuestra felicidad. Recuperemos y ascendamos en esa liga de los mejores: ¡Campeones!