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Miércoles 6 de marzo de 2019
1 minuto
Llegan los 65. Me jubilo y desaparezco. Por arte de magia. Sin esfuerzo alguno. La sociedad, dictada por unos magos de varita reluciente que ensalzan lo joven, lo nuevo, la perfección y lo efímero, lo dicta. Y yo... ¡chas! Lo acato. No hay salida. Todo me empuja. Me arrolla. No tengo escapatoria.
La publicidad, el cine, los medios de comunicación, los políticos, los bancos, las aseguradoras, la moda... todos lo tienen claro, ya no soy su público objetivo.
He llegado a la vejez programada y no hay opciones. Me apartan. Mi experiencia, mi capacidad de amar, mis ganas de dar parece que a nadie le interesan...
Luego pienso. ¿Estoy sola? Acudo a la contundencia de los números y encuentro que más de 8,7 millones están en mi situación (el 19% de la población). Una vejez programada que llega y es bien recibida, sin nostalgia, pero que me niego a que otros manipulen. Mi código es mio y yo lo manejo a mi antojo. Yo decido hacia donde pongo mi foco. Que me ignoren, no hay problema, que cada cuatro años seré libre de programar mi voto.