Lunes 6 de julio de 2020
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Otro virus se ha colado por los resquicios del Covid-19, un virus con mucha menor letalidad, más sigiloso y taciturno. Un virus que ya conocíamos, que había sido descrito por la comunidad científica, ante el cual suponíamos tener cierta inmunidad de rebaño aunque, de tarde en tarde, nos sorprendiera con algún brote esporádico siempre doloroso. Un virus sin corona, menos glamuroso, pero que también causa sufrimiento y zozobra moral: el edadismo.
El Covid parece haber creado las condiciones idóneas para que el virus del edadismo crezca y se expanda: el miedo al contagio, la falta de recursos, la angustia por las personas que queremos, la posibilidad de morir, el padecimiento por las personas que han muerto, las secuelas, las expectativas truncadas, la seguridad perdida… Los síntomas del edadismo son fácilmente identificables: van de la discriminación por edad a los estereotipos negativos relacionados con esa misma edad pasando por las actitudes prejuiciosas o la consideración de la vejez como un colectivo homogéneo sin observar la diversidad que encierra. En los casos más graves también se puede percibir rechazo a los mayores, trato inadecuado e infantilización.
¡Seguro que reconocen algunos de estos síntomas! Quizás al leer la prensa, cuando se habla de los “internos” para referirse a las personas que viven en una residencia o de los “ancianos” para referirse a las personas mayores. A veces en la cola del supermercado, cuando un cliente dice a otro “no te preocupes, este virus solo ataca a los viejos”; o cuando decimos “esto es cosa de la edad”; o cuando manifestamos que “no merece la pena hacer un esfuerzo por la vida de esta persona, porque es mayor”. Todos estos síntomas y muchos más, claramente identificables de lo que llamamos edadismo, llevan meses campando a sus anchas entre nosotros al calor de la pandemia.
En el brote actual se han observado además ciertas particularidades asociadas al virus del edadismo que conviene recordar por notorias: falta de equidad con las personas mayores que han visto sus derechos más restringidos que la población general, marginación en el acceso a la salud por razón edad (o situación de discapacidad y/o dependencia), existencia de una notable brecha digital (que cercena el derecho a la información de los mayores), falta de consentimiento informado (aceptar o rechazar cambios significativos para la vida como cambios de domicilio, de habitación, de gestión de los bienes personales…) o ausencia de privacidad, intimidad y confidencialidad.
El virus del edadismo tiene un extraño comportamiento: por un lado exacerba y, por otro, inhibe. Exacerba las miradas teñidas de paternalismo e infantilización que responden a un patrón ya conocido: “Por el bien de los mayores, pero sin contar con ellos”. ¡Como si las personas mayores no fueran adultos y ciudadanos con iguales derechos que otros adultos, independientemente de su vulnerabilidad y de la necesidad de ayuda! E inhibe la posibilidad de ver –invisibiliza– la vulnerabilidad y la dependencia, dejando de lado a personas que necesitan cuidados y a sus cuidadores, a los que viven en soledad, a las personas que sufren problemas de salud mental, y un largo etcétera. Nos facilita olvidar a los que han fallecido quizá sin los apoyos necesarios o sin la atención para poder morir con dignidad.
Hace escasamente dos semanas, el 15 de junio, hemos conmemorado el día de la toma de conciencia contra el maltrato y el abuso a las personas mayores, en medio de una epidemia de edadismo sobre la cual tenemos que reflexionar y tomar conciencia como sociedad. Debemos evaluar la atención y el papel que hemos asignado a los mayores en esta pandemia y especialmente tres cuestiones nucleares: el trato homogeneizador y la infantilización de los discursos; el aislamiento social que ha entorpecido gravemente la cobertura de las necesidades básicas y emocionales, singularmente de las personas que viven solas, de las que padecen soledad y/o precisan ayuda con consecuencias psicológicas negativas a veces muy difíciles de revertir; la falta de apoyo a las personas mayores que lo requieren, lo que ha generado situaciones de sobrecarga y estrés añadido a la tensión que ya padecía el extenso colectivo de cuidadoras y cuidadores, a los que nunca deberíamos haber dejado solos.
El pasado 27 de mayo, 150 intelectuales franceses publicaban un manifiesto en Le Monde por una revolución de la longevidad. Los que en aquel otro mayo, el del 68, tenían 18 años volvían a salir a la calle cinco décadas después para “gritar” que se les tenga en cuenta: “Vous ne ferez plus contre nous. Mieux: Vous ne ferez plus sans nous”, proclamaban (“No haréis nada más contra nosotros. Mejor: no haréis nada más sin nosotros”). Este es objetivo de este artículo, apoyar esta demanda, gritar calladamente: “Vous ne ferez plus sans nous”.
Javier Yanguas (@JaviYanguas), Doctor en Psicología y Director Científico del Programa de Mayores de la Fundación La Caixa (@FundlaCaixa).
Algunas ideas recogidas en este artículo fueron trabajadas con Marije Goikoetxea para un documento del Programa de Mayores de la Fundación La Caixa titulado: “Reflexiones sobre el buen trato a las personas mayores durante el COVID-19”.