De origen árabe, las almojábanas son uno de esos de esos bocados dulces que saben a tradición y a los que nadie se puede resistir. Son perfectas a la hora del postre, acompañando el café o el té, pero también para desayunar o merendar.
Para el almíbar:
Para hacer esta delicia, acercamos una olla al fuego con el agua y añadimos un pellizco de sal y el aceite de oliva. Calentamos, mientras vamos removiendo con unas varillas.
Cuando rompa a hervir, apartamos del fuego y añadimos la harina de golpe para que se escalde.
Casi inmediatamente comenzamos a remover vigorosamente hasta que forme una masa que se despegue de las paredes de la olla o cazo que hayamos empleado.
Dejamos reposar para que pierda un poco de calor antes de empezar a amasar.
Si tienes robot de cocina, es momento de usarlo. Pero también puedes hacer la siguiente operación a mano. Incorporamos los huevos de uno en uno. Y no añadimos el siguiente huevo hasta que, amasando la masa, no haya absorbido bien el anterior.
Una vez que se haya incorporado el último huevo, tendremos como resultado una masa uniforme, lisa y brillante.
Vamos colocando montoncitos de la masa sobre la bandeja del horno cubierta con papel sulfurizado de horno, bien separados unos de otros puesto que luego crecerán un poco durante el horneado. Presionamos en el centro para formar el agujero típico de las rosquillas. Haciéndolo de esta forma tendrán el aspecto tradicional que las caracteriza, muy rústico. Ahora bien, si dispones de una rosquillera, también puedes utilizarla.
Metemos en el horno, que ya estará precalentado a 200°C y horneamos durante 25 o 30 minutos.
Una vez hechas, las sacamos del horno.
Mientras se van enfriando, sobre una rejilla, preparamos un almibar sencillo. Calentamos la miel en un cazo al fuego junto con dos cucharadas de agua y removemos hasta que hierva. En ese momento apartamos del fuego y pintamos con este almíbar caliente la superficie de cada almojábana.
