Este sándwich no puede ser más sencillo, pero al mismo más apetecible. No necesitarás más que cinco minutos para prepararlo. Es una vuelta de tuerca al sándwich de jamón y queso de toda la vida, sobre la que puedes hacer alguna que otra variación, como añadir unas pocas nueces picadas, mezcladas con el queso, o cambiar la lechuga por alguna otra hoja verde que te guste, como los canónigos. Lo importante es emplear un jamón de York de calidad, y un tomate bien maduro y rico… ¡y si es de temporada, de la huerta murciana, mejor que mejor!
En primer lugar, tuesta ligeramente el pan en la tostadora o en una sartén. Deja enfriar el pan antes de colocar ningún ingrediente encima.
Extiende el queso cremoso sobre las rebanadas de pan de tal forma que quede una capa muy finita. No queremos hacer un sándwich de queso cremoso, sino que éste, más saludable y ligero, sustituya a la mayonesa para darle un toque de cremosidad al sándwich.
Coloca sobre la mitad de las rebanadas de pan las lonchas de jamón de York y por encima, el queso cheddar en lonchas.
Parte el tomate en rodajas y ponlas encima. Aliña con un poquito de sal el tomate, ya colocado en el sándwich.
Cubre con las hojas de lechuga, perfectamente lavadas y escurridas. Para evitar que mojen el pan, lo ideal es secarlas un poco con un papel de cocina.
Cierra el sándwich con las tapas de pan que tienes reservadas.
Corta el sándwich en dos, formando dos triángulos, y estos, a su vez, en otros dos. Pincha con unos palillos o banderillas, para que ni pierdan la forma, y sirve inmediatamente.
Si quieres dar un toque especial al sandwich y muy diferente... ¿que tal picar un poco de alguna fruta y untarlo junto al queso cremoso sobre uno de los panes? Puede ser manzana, o uvas o ciruelas. ¡Pruebalo!
Según cuenta la leyenda, el sándwich tal y como hoy lo conocemos (ese ‘bocata express con ingredientes variados…) tuvo un inventor con nombres y apellidos. Cuenta la leyenda que fue inventado por el británico John Montagu, conde de Sandwich, al recibir la visita de unos amigos en casa. Pidió a uno de sus sirvientes que le llevara algo para que comieran rápido y el conde ordenó una mezcla de huevos, tocino y algunos otros ingredientes entre panes. Ante la sorpresa de sus invitados, lo bautizó con su apellido y pasó a la historia.
