Salud

65Ymás entra en la Planta Covid del Hospital Puerta de Hierro que trata a mayores de residencias

Pablo Recio/ Fernando Quintela

Foto: Fernando Quintela

Lunes 14 de diciembre de 2020

ACTUALIZADO : Lunes 14 de diciembre de 2020 a las 9:49 H

8 minutos

"Solamente les dejamos ver a los familiares (en directo) cuando están muy malitos"

65Ymás entra en la Planta Covid del Hospital Puerta de Hierro que trata a mayores de residencias
Pablo Recio/ Fernando Quintela

Foto: Fernando Quintela

Lunes 14 de diciembre de 2020

8 minutos

Una geriatra de la planta COVID de un hospital alerta de las posibles consecuencias de las navidades

Habla una geriatra que medicalizó residencias en Madrid: "Nos vimos desbordados"

Para quien nunca haya estado en la planta COVID de un hospital, se trata de una zona normal y corriente que la pandemia ha transformado en el escenario de una película de ciencia ficción. Es un área que se rige por normas propias y que está completamente aislada del resto del centro y delimitada por carteles que alertan del peligro de contaminación: 'Está entrando en zona sucia'.

El pasillo está levemente iluminado con luz artificial, porque las puertas de la habitaciones, que dan al exterior, suelen estar cerradas y los sanitarios no visten como en el resto del hospital, sino que se enfundan el famoso EPI –traje de protección que se parece al mono de un astronauta– cada vez que van a ver a un paciente: se ponen uno distinto para cada visita. Además, todos llevan mascarillas de la máxima protección, y algunas veces portan varias, unas encima de otras, por miedo a contagiarse. 

No sabemos a qué huele esta planta, porque las mascarillas FPP2 que se usan en estos espacios impiden oler, pero seguramente sea a desinfectante, porque todo se higieniza regularmente. Es más, cada pocos metros hay colgado un bote gel hidroalcohólico de la pared. "Echaos cada vez que veáis uno", recomendaban las sanitarias al equipo de 65Ymás al entrar al pasillo de la planta Covid del Hospital Puerta de Hierro. La máxima aquí es: mejor pecar de precavidos. 

Aun así, a principios de diciembre, lejos de lo que se podría esperar, los pasillos de la planta COVID de este hospital estaban muy tranquilos, algo que contrasta con lo que se nos contaba sobre la situación de marzo o abril e incluso con lo que se decía de los hospitales durante el pico de la segunda ola. "Bueno, va cambiando. Porque a la hora de dar la medicación, esto se vuelve una locura", indicaban las sanitarias. 

Ponerse el EPI

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Zona limpia de la Planta COVID, donde los sanitarios se ponen el EPI para visitar a los pacientes en sus habitaciones. Cuando salen, se quitan el traje en la zona sucia, situada en otro espacio de la planta. En la foto: el redactor Pablo Recio. 

 

Al igual que el resto de sanitarios, para entrar en las habitaciones de los pacientes –donde estaba Viviano (en la foto, arriba)–, el equipo de 65Ymás tuvo que ponerse el EPI –cómo no, como la mayoría del material sanitario, importado de China–. 

Colocárselo es más o menos sencillo, pero quitárselo, sin tocar nada y siguiendo los protocolos, requiere de experiencia. Lo fundamental es desinfectarse lo más posible y la mayor cantidad de veces. Y bajo el traje –que agobia y da calor–, la o las mascarillas, la pantalla protectora, los guantes y las calzas, se establece relación con el paciente de una forma distante, muy diferente al contacto piel con piel. 

Y luego está el prisma del ingresado, que, es de suponer, tendrán la misma sensación sobre los médicos y enfermeros con los que tratan a diario, puesto que lo único que ven de ellos son sus ojos. Una imagen a la cual nos estamos acostumbrando demasiado con el paso de los meses, pero que no deja de ser marciana.    

En la habitación de Viviano

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"Quiero ir a la cama. Estoy cansado", le dice Viviano a la doctora Ana Suero, cuando se sienta a su lado en el sofá de su habitación del Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda. "En un ratito. Recuerde que esta tarde va a ver (por videollamada) a su mujer. Voy a llamar a Leticia (su nieta) para decírselo", le responde la geriatra, mientras ausculta a su paciente y explica al equipo de 65Ymás: "Es importante sentarles, porque si no, están mucho en la cama y se deterioran". 

Viviano es uno de tantos mayores de residencias que han pasado por la Planta Covid del Puerta de Hierro y que han tenido que soportar la enfermedad sin estar acompañados por sus seres queridos. "Solamente les dejamos ver a los familiares (en directo) cuando están muy malitos", reconoce la doctora Suero, que asegura que la soledad es uno de los daños colaterales más duros del coronavirus. 

Cuando este diario visitó el Hospital Puerta de Hierro, Viviano ya llevaba un par de semanas ingresado y se recuperaba lentamente de la infección. Recibía oxígeno y medicación o suero (no sabemos bien), por una vía. Por fortuna, a los pocos días le dieron el alta. 

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La geriatra del Hospital Puerta de Hierro Ana Suero que trata a Viviano. 

Menos pacientes de residencias con COVID

Con todo, Viviano, que reside en un centro sociosanitario de Majadahonda, tuvo 'la suerte' –si es que puede considerarse así– de contagiarse al final de la segunda ola. Y es que son menos los mayores de residencias que se han infectado de COVID este otoño en la Comunidad de Madrid, en comparación con la primavera. Por ello, pudo tener derecho a una habitación individual y, es de suponer, a una atención más personalizada que cuando ingresaban de 15 en 15 en el hospital. 

Es más, cuando este diario visitó el hospital –el 4 de diciembre–, sólo había ingresados dos mayores de residencias en la planta. Una situación muy distinta a la que se vivió durante la primera ola, cuando, cuentan las geriatras del Puerta de Hierro, recibían 100 llamadas al día de los centros residenciales de mayores y suponía un gran reto atender a todos.

En el vídeo, la doctora Bermejo habla sobre cómo vivieron la medicalización de las residencias durante la primera ola. 

 

"Fue muy duro. Nos vimos desbordados por una infección que no conocíamos. Pero ha hecho también que nos unamos muchísimo. Aunque está claro que hay muchos sanitarios que han colapsado", recuerda Cristina Bermejo, otra geriatra del hospital que estuvo al pie del cañón en marzo y abril atendiendo a los mayores del área sanitaria que cubre el Puerta de Hierro. 

Ahora, añade, por la alta inmunidad que tienen la mayoría de residencias madrileñas –más del 50% de los usuarios se han contagiado y cerca de 6.000 fallecieron durante la primera ola– y por la respuesta temprana que se da cuando se detecta un contagio, les es más sencillo atender a los mayores y, gracias a eso, no han tenido que revivir aquellos fatídicos momentos, aunque temen que con las fiestas navideñas esta situación se pueda revertir. 

"Tenemos miedo de que vuelva a haber otra ola y se vuelvan a sectorizar las residencias, pero bueno, estamos haciendo todo lo posible y trabajando diariamente para que todos estén lo mejor posible", sostiene la doctora Suero, preguntada por si teme rebrotes en Navidad. Pero añade: "Aguantaremos una tercera ola, si llega". Aunque lo hace un poco a su pesar, haciendo una apelación a la profesionalidad y vocación de los sanitarios, pero también pidiendo responsabilidad a la ciudadanía para estas navidades, para no tener que llegar de nuevo al desastre.

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Vestigios de la primera ola

Volviendo a la zona Covid. Aunque a principios de diciembre el Hospital estaba más tranquilo que en primavera, se podía sentir, por las expresiones verbales y faciales de los sanitarios, un trauma colectivo por el colapso vivido durante la primera ola y descontrol de casos en la segunda.

Por ejemplo, muchos sanitarios seguían llevando la doble mascarilla, es decir, por debajo una FPP2 y, encima, una quirúrgica. Una práctica, que se comenzó a imponer en marzo/abril, cuando muchos tenían que reutilizar los EPIs y algunos se cubrían con chubasqueros o bolsas de basura para atender a los pacientes.

Y es que ya son muchos los sanitarios que han pasado la enfermedad. En concreto, casi 100.000 profesionales de la salud han tenido COVID. Y las geriatras con las que conversó este diario no eran una excepción, también se habían contagiado.

Por otra parte, los rastros de la tragedia de primavera se notaban también en elementos físicos del mobiliario del hospital: las segundas camas que se instalaron en las habitaciones individuales en marzo seguían estando allí. Algunas, vacías, pero seguían, por si acaso se necesitaban.      

Por ahora, la situación sigue tranquila en el Puerta de Hierro, donde ya se han dejado atrás las consecuencias más duras de la segunda ola. Ahora, cuentan las sanitarias, lo que ven con más frecuencia son personas mayores de residencias con secuelas de la COVID, como malnutrición y deterioro cognitivo.   

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Pablo Recio/ Fernando Quintela