Rosa Roch
Rosa Roch es redactora especializada en temas de salud, alimentación y gastronomía.
… saber más sobre el autorEl tomate, sea verde, rojo o cualquiera de sus variedades, es un ingrediente que forma parte de una infinidad de recetas. Procedente de América, llegó a Europa en el siglo XVI, aunque no fue hasta principios del siglo XVII cuando se empezó a incorporar en las salsas, no tomando pleno protagonismo en la cocina hasta el siglo XIX.
Uno de los usos más populares del tomate es para preparar salsa. Actualmente en el mercado encontramos una gran variedad de ellas: el tomate pelado, triturado o entero; o salsas ya listas para utilizar directamente sobre alimentos cocinados como es el tomate frito o algunas que están preparadas junto con otros ingredientes, como la cebolla y aceite, para hacer un sofrito rápido, o con carne y verduras, más conocidas como salsa boloñesa o salsa napolitana, que alegran la pasta. Todas estas preparaciones que encontramos en el mercado son muy ricas y nos ahorran tiempo en la cocina, pero cuando se tiene una buena materia prima, hacer una salsa de tomate casera permitirá disfrutar de todo el sabor natural del tomate y hará que nuestros platos sean aún más deliciosos. Eso sí, aunque sea sencilla de preparar, seguir estos trucos hará que te quede perfecta:
Para preparar la salsa de tomate será necesario hacernos con tomates rojos que son más dulces y carnosos que los verdes, los cuales tienen un punto de acidez más alto y son más duros. El tomate ha de estar maduro o incluso algo pasado, si no están suficientemente maduros se pueden dejar a temperatura ambiente, nunca en la nevera, unos días para que cojan el unto deseado.
Como comentaba, hay muchos tipos de tomate y, especialmente, cuando hablamos de tomate rojo la variedad es aún mayor. Para realizar la salsa casera el que mejor nos viene es el de tipo pera, que es muy carnoso.
Antes de rallar el tomate le quitaremos la piel por completo, de esta manera la salsa tendrá una textura más suave. Para ello escaldaremos el tomate. Esta técnica es muy interesante, no solo para evitar encontrar trozos de piel en la salsa, sino también para retirar el polvo, las bacterias y restos de fertilizantes que pudiera contener. Para ello, con un cuchillo haremos una cruz en la base del tomate, así será más fácil poder retirar el primer trozo de piel. Sumergiremos el tomate en agua hirviendo durante unos segundos, lo sacaremos y volveremos a sumergir en agua, pero esta vez en agua con hielo.
Una vez que tengamos el tomate pelado y rallado es el momento de preparar la salsa. Necesitaremos unas cinco cucharadas de aceite de oliva por kilo de tomate. Antes de hacer el tomate podemos sofreír una cebolla, un par de dientes de ajos o un chile para darle un punto de sabor a la salsa. La cocción podemos hacerla de dos manera: una a fuego fuerte durante unos 15 minutos y, otra, mucho más larga, a fuego lento, dejando que vaya reduciendo. Esta última cocción tiene el inconveniente de que requiere mucho más tiempo, pero el resultado será una salsa más sabrosa, pues los sabores y aromas de los distintos ingredientes se habrán integrado entre sí.
Una vez hayas corregido de sal, puedes añadir una cucharadita de azúcar para compensar la acidez, aunque si lo haces con tomate de pera no será necesario. Para darle un toque más personal a la salsa este truco la hace aún más sabrosa: al finalizar la cocción y mientras aún está caliente, esparce un poco de ajo molido, pimienta u orégano. El calor potenciará el aroma de estos condimentos y, a su vez, ellos aportarán todo su sabor a la salsa de tomate.