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El alzhéimer, que en la actualidad padecen unos 45 millones de personas en el mundo, es la demencia degenerativa primaria más habitual y, además, tiene un inevitable curso progresivo. Entre sus consecuencias está el hecho de que, como señala la doctora Carmen Terrón, coordinadora de la Unidad de Deterioro Cognitivo y Demencia, integrada en el Servicio de Neurología del Hospital Nuestra Señora del Rosario (@HNSRMadrid), más del 90% de los enfermos presentan en algún momento de su enfermedad alteraciones conductuales. Estos trastornos se concretan en cambios en el ánimo, el comportamiento, el sueño, los hábitos alimenticios o la conducta motora.
Según concreta la neuróloga, entre estas alteraciones se encuentran la anosognosia (falta de conciencia de enfermedad), los delirios (de robo, de prejuicio, de sustitución del cónyuge por un impostor…), las alucinaciones visuales, auditivas, táctiles u olfatorias, la agnosia (dificultad para reconocer objetos o personas con una capacidad visual normal), la depresión (llanto, sentimiento de culpa, baja tolerancia a la frustración, pérdida de voluntad…), la labilidad emocional/irritabilidad (propensión a cambios de humor y fluctuaciones en sus sentimientos y en la expresión de las emociones), la ansiedad, el síndrome del atardecer o sundowning, la agitación/agresividad, la apatía, los trastornos del sueño (insomnio, somnolencia excesiva, parasomnias…), los trastornos de la conducta alimentaria, la deambulación errante y el seguimiento persistente del cuidador.
Doctora Carmen Terrón, coordinadora de la Unidad de Deterioro Cognitivo y Demencia del Hospital Nuestra Señora del Rosario“Estas alteraciones pueden acabar provocando el ingreso residencial o la hospitalización del paciente, una menor calidad de vida, agresiones hacia los cuidadores o la sobrecarga de estos”, apunta la doctora Terrón, quien ofrece a las personas encargadas de los cuidados de los enfermos de alzhéimer los siguientes consejos generales.
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Expresar los sentimientos de aprecio con palabras afectuosas y caricias, respetando los momentos y las necesidades.
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Tener paciencia e intentar disfrutar con el paciente, dándole la oportunidad de hacer las cosas por sí mismo o con la mínima ayuda. Esperar a ver si corrigen los errores.
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Sentir empatía, intentar entender los errores y los sentimientos.
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Ser comprensivos y tolerantes, evitando los comentarios negativos.
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Ser flexibles, capaces de adaptarse a las necesidades y los ritmos del paciente.
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Controlar la propia salud sin dejar de organizar el cuidado del enfermo.
Por último, la doctora propone para el beneficio del enfermo y del cuidador evitar en la medida de lo posible las discusiones, pues sus consecuencias negativas son mucho mayores que sus ventajas. Así, sugiere las siguientes pautas:
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Aunque el paciente tenga problemas para comprender, es sensible a los gestos, el tono de la voz y un ambiente tranquilo.
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Decidir la importancia de cada asunto, para evitar mucha frustración para ambos.
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Cualquier tipo de conflicto causará un estrés innecesario para el cuidador y el paciente.
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No llamar la atención por un fracaso y mantener la calma.