Ignacio Casanueva
Ignacio Casanueva es redactor especializado en temas de tecnología y salud.
… saber más sobre el autorMás de la mitad de los españoles (53%) entre 18 y 65 años tienen malos hábitos si hablamos de alimentación. Comidas impulsivas, sin fijarse en los ingredientes, y sin “escuchar” a nuestro cuerpo nos llevan a consumir alimentos sin saber de verdad si se tiene hambre o es por algún otro motivo a nivel psicológico.
Y es que, aunque siempre se hable del “hambre” no es un concepto homogéneo, sino que podemos distinguir varios tipos a su vez: la de los sentidos es la que se despierta al ver u oler alimentos, como por ejemplo las historias de Instagram o al pasar por una pastelería. La física es la más real, ya que surge cuando nuestro cuerpo esta falto de nutrientes. La celular es la que surge cuento nuestro organismo pide un alimento específico, como por ejemplo cuando estamos enfermos. Y por último la emocional, que se corresponde con una necesidad fisiológica.
Si englobamos estos tipos de hambre podríamos decir que existen dos tipos de hambre: hambre real y hambre emocional.
Este último es el que confundimos cuando por diversas razones pensamos que comer es la solución. Por ejemplo al llegar cansado a casa, estresado o de mal humor, pensamos que comiendo nos alegrará el día.
Otro ejemplo significativo es el de la persona que apenas dedica tiempo a comer y lo trata como un trámite, una obligación física, sin pararse a analizar qué está comiendo, qué cantidad o por qué lo está comiendo.
Los expertos nutricionistas recomiendan que, para diferenciar este tipo de hambre hay que mejorar nuestra relación con la comida. El objetivo es que seamos conscientes del acto de comer, volviendo a convertirlo en una experiencia saludable, alegre y que se disfrute por si misma, no por su cantidad.
Para mejorar esta experiencia hay que intentar recordar la última comida con detalle. Si no conseguimos recordarlo con detalle, es que no la hemos disfrutado. Y es que la comida que no se disfruta, hace que queramos aumentar su cantidad ya que es como “si nunca hubieras comido la primera”.
Otra forma de diferenciar es analizar qué pasa cuando vamos a comer. Si el ansia que provoca las preocupaciones no se arregla comiendo, el hacerlo no mejora este problema psicológico, sino que lo empeora al aumentar el descontento con uno mismo.
Darse cuenta de nuestros hábitos alimenticios es algo que en un primer momento cuesta tiempo, pero aprendiendo a apreciar la cocina y escuchando nuestro cuerpo podremos diferenciar cuando éste nos pide alimentos por una necesidad real, y cuándo nos lo pide por una causa emocional.