Olga Selma
Olga Selma es redactora especializada en temas de salud, alimentación y consumo.
… saber más sobre el autorEl concepto de alimentos funcionales nació en Japón, en los años 80, cuando las autoridades sanitarias japonesas se percataron de que para controlar los gastos sanitarios, generados por la mayor esperanza de vida de la población mayor, había que garantizar también una mejor calidad de vida. Se introdujo así un nuevo concepto de alimentos que se desarrollaron específicamente para mejorar la salud y reducir el riesgo de contraer enfermedades.
Generalmente, se consideran alimentos funcionales los que contienen ingredientes biológicamente activos, que ofrecen beneficios para la salud y reducen el riesgo de sufrir enfermedades crónicas. En unos casos se trata de alimentos tradicionales y en otras ocasiones se refiere a nuevos productos diseñados para que tengan propiedades funcionales. Los productos lácteos, las frutas y verduras, los cereales integrales, los alimentos y bebidas enriquecidos o reforzados con diferentes nutrientes o componentes y algunos suplementos dietéticos son algunos ejemplos.
Normalmente son productos a los que se añaden prebióticos (yogures), probióticos (cereales integrales); vitaminas como Vitamina B6, Vitamina B12, ácido fólico, vitamina D o vitamina K (zumos y refrescos); minerales como calcio, magnesio y zinc (lácteos); antioxidantes, ácidos grasos o fitoquímicos (margarinas)…para mejorar la función intestinal, reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares y osteoporosis, fortalecer el sistema inmunitario, reducir los niveles de colesterol y los síntomas de la menopausia.
Estos alimentos están especialmente indicados para grupos de población con necesidades nutricionales especiales, estados carenciales, intolerancias a determinados alimentos, colectivos con riesgos de determinadas enfermedades (cardiovasculares, gastrointestinales, osteoporosis, diabetes, etc.) y personas mayores, indica la Guía de los alimentos funcionales de la Sociedad Española de la Nutrición Comunitaria.
Sin embargo, son muchos los expertos en nutrición que son de la opinión es que cualquier alimento es realmente funcional porque proporciona nutrientes y tiene un efecto fisiológico. La mayoría de frutas, verduras, granos, el pescado y los productos lácteos y cárnicos contienen varios componentes naturales que brindan beneficios más allá de la nutrición, como el licopeno en tomates, los ácidos grasos omega n-3 en salmón o las saponinas en la soja. Por lo tanto, los alimentos funcionales deben considerarse un término de marketing.
La Fundación Española del Corazón (@cuidarcorazon) advierte que si una persona sana ya ingiere todos los nutrientes que necesita, no hace falta recurrir a esta nueva categoría de alimentos, y debe quedarnos muy claro que una persona que deba bajar sus niveles de colesterol no lo conseguirá solo por el hecho de comer un yogur o una margarina con esteroles. De hecho, antes de consumir este tipo de alimentos deberíamos consultar a un especialista para que nos aclare cómo complementar su ingesta con un estilo de vida saludable y obtener resultados positivos.
El principal escepticismo de los consumidores también reside en la veracidad de las informaciones sobre sus propiedades saludables. ¿Realmente cumplen estos alimentos con lo que prometen? El debate está sobre la mesa, porque si se sigue imponiendo la estrategia de los alimentos funcionales frente a la promoción de hábitos alimentarios saludables, ¿qué consecuencias puede suponer?
La opinión de los expertos coincide en que los alimentos funcionales deben consumirse dentro de una dieta sana y equilibrada y en las mismas cantidades en las que habitualmente se consumen el resto de los alimentos. No deberían ser un recurso para compensar dietas inadecuadas o insuficientes. Y recuerdan que la primera regla para una correcta alimentación sigue siendo una dieta variada y equilibrada.