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Sam Reck, de 90 años y su mujer, Joann Reck, de 86, llevaban juntos 30 años. Joann había olvidado ya demasiadas cosas por culpa de la demencia que la obligó a recluirse en un centro de Florida especializado en su tratamiento. Nunca sabremos si también olvidó o no el amor que le entregaba a diario Sam cada uno de los días que estuvo ingresada. Él desde luego no.
Sam Reck nunca abandonó a su pareja ni un solo instante y se mudó donde ella estaba para que solo fuese un muro lo que se interpusiese entre ellos.
"Quiero agradecerte, Sam, por ser un marido tan increíble para mi madre. Le duele y está confundida acerca de su situación, pero estás allí todos los días, de la mañana a la noche. También lamento el dolor que debes sentir a veces. Fue un día de suerte para mi madre y toda nuestra familia cuando te conoció en el club social de la iglesia. ¡Todos te amamos, Sam!", explicó Scott Hooper, el hijo de Joann, en su cuenta de Facebook.
"Pasaron todos los días juntos. Sam iba a su habitación todas las mañanas y se quedaba con ella todo el día. Todas las noches le daba un beso de buenas noches", ha contado Scott Hooper en varias entrevistas concedidas a medios locales.
Pero un día todo cambió para siempre. Con la pandemia de COVID-19 y las visitas a las residencias y centros de mayores en Florida fueron prohibidas. El coronavirus separó lo que nada ni nadie había conseguido separar durante tres décadas.
La situación era devastadora y Sam Reck, que vivía prácticamente al lado se sentaba en el balcón del segundo piso del edificio para poder hablarle JoAnn. Pero no funcionó, "fue devastador para ella. Su demencia se salió de control. Tenía días buenos y malos o semanas buenas y malas", explica Scott Hooper.
Joann llegó a un punto en que se despertaba cada noche desorientada, sin saber dónde estaba, y la familia decidió instalar un dispositivo en su habitación que le permitiría hablar con Sam Reck por vídeo chat.
"Cualquiera que haya lidiado con eso sabe de lo que estoy hablando, porque no siempre te recuerdan o saben la situación en la que se encuentran o piensan que algo extraño está sucediendo y tratas de decirles que no", asegura Hooper que más tarde animó a toda la familia para que grabaran vídeos a su madre para hacerle más llevadero el coronavirus. "Tenía la esperanza de que cuando mi madre tuviera problemas, este fuera un juego que le ayudara. Eso funcionó muy bien", ha explicado.
El 8 de julio Joann comenzó a toser, tener fiebre y dificultades respiratorias. la trasladaron al hospital Lakeland Regional y una prueba confirmó que era positiva de COVID-19. Los médicos decidieron que era necesario aplicarle el doloroso e invasivo respirador, pero la mujer había dejado escrito en su testamento vital que no quería que se le aplicase respiradores artificiales, con lo que la familia no tuvo más remedio que ver como se le aplicaban tratamientos paliativos.
La vida se le escapaba entre los dedos pero su hijo tomó la decisión de hablar con su marido y decirle que "como hombre de 90 años, no debía ir a la habitación de mi madre. Al principio estuvo de acuerdo, pero luego dijo que tenía ir, independientemente de los resultados, pasase lo que pasase".
A Sam Reck no le importó el coronavirus y se presentó en el hospital para estar con Joann. "Hola cariño, hola cariño. No me reconoces con toda esta basura en mi cara, pero soy Sam. Te amo, cariño, te amo mucho. Por fin voy a poder tomar tu mano después de todos estos meses", le dijo Sam a su mujer.
Al día siguiente de la visita de Sam, el 12 de julio, Joann falleció por el coronavirus. Joann crió a tres hijos, incluida una hija que murió antes que ella, y además tenía nietos y bisnietos. Sam, con 90 años, se ha quedado solo en medio de la pandemia que se llevó a su gran amor.