Así es la vida de una monja de clausura: "Estáis más encarcelados ahí fuera que nosotras aquí"
Es la primera vez que estas Carmelitas Descalzas se dejan fotografiar
Llegué al pueblo y me encontré con las mismas sensaciones de los últimos 53 años: sol, silencio, calles vacías y alguna cortina que se movía ante el ruido de la llegada de un coche ajeno. No hay construcciones nuevas, ni un solo bloque de pisos. Hay carteles de 'se vende' clavados en muchas puertas. Las ovejas siguen haciendo el mismo recorrido y también se escucha alguna vaca entre medio de las moscas, que parecen alteradas por la visita.
Es Mancera de Abajo, Salamanca, una pueblito de la Ruta Teresiana en el que viven viven 16 monjas de clausura en un Convento de las Carmelitas Descalzas que fundó la Madre Maravillas, hoy Santa. Seguramente son más habitantes dentro de los muros que los que no se dejan ver fuera. No es para tanto, en el pueblo son casi 200, pero tan poco se dejan ver las unas como los otros. Mi tía Carmiña, fallecida en 1998, fue una de sus carmelitas y es el vínculo que me une a esa Comunidad. Aunque Carmiña ya no esté, consideramos y somos considerados por las monjas como miembros de una familia.
Este Convento es de los mas estrictos dentro de la orden del Carmelo. Por no decir el más. No es fácil entender que alguien haya elegido esta vida, es una pura cuestión de Fe, pero de la radical, Fe de verdad, intensa y duradera.
Las monjas, entregadas a Dios y su vida de oración y contemplación, no salen de entre sus muros si no es estrictamente necesario por motivos de salud. Antes salían a votar a la plaza del pueblo, “nos convertíamos en un espectáculo”, dice una de ellas. Ahora votan por correo, una oportunidad menos. Y reciben visitas en un locutorio donde una doble reja con pinchos de acero de 15 cm impiden que te acerques a ellas. Entre reja y reja, 50 centímetros de separación entre nosotros y la habitación en que se reúnen para conversar, que está a oscuras. Sobre las rejas del locutorio, un aviso: “Hermano una de dos / o no hablar o hablar de Dios / que en la casa de Teresa / esta ciencia se profesa”. Así de claro.
La vida en clausura es muy dura. Han hecho y cumplen votos de pobreza, castidad y obediencia. Se levantan a las 06:30h todos los días. Una de las Hermanas hace sonar una tablilla al son de “Alabado sea Jesucristo y la Virgen María, su madre. A la oración, Hermanas, a alabar al Señor”. Celda por celda hasta que se escucha la respuesta de la durmiente. El mismo despertador, la tablilla, que se lleva usando durante siglos. Agua fría, un hábito hecho a mano por ellas y que pesa como el capote de un torero, y unas alpargatas de esparto. Se acuestan en camas de madera con un jergón de hoja de trigo entrelazado a mano. No piensen en algo blandito como el heno de la cama de Heidi; al contrario, es duro como una losa. Y sobre él, una colcha marrón oscuro. Comen y cenan en silencio mientras una de ellas, en turnos de una semana, lee para el resto. No tienen calefacción. Durante el día solamente tienen una hora de “recreación” durante la cual pueden hablar entre ellas. El resto del día, en silencio. Cuentan en Mancera que las monjas son tan alegres que cuando el buen tiempo les permite tener esa hora de recreación en el huerto, muchos manceranos se acercan a sus muros sólo para escucharlas reír.
Tampoco tienen televisión, ni radio, ni leen la prensa. Solamente una Hermana, “experta en estos temas”, sabe manejar lo básico de un viejo ordenador por si tuvieran que comunicar o recibir algo del exterior. No tienen email. Lo que saben del mundo exterior lo conocen a través de las familias y la correspondencia epistolar que nuestros jóvenes ya no saben ni lo que es. Las monjas se acuestan a las 00:00h en invierno y a las 01:00h en verano. En Adviento y Cuaresma no reciben visitas y sólo se permiten “parletas” (conversación) un ratito los días de Solemnidad. Sus ratos de ocio muchas veces consisten en ver con una lupa unas viejas diapositivas que tienen de una visita del difunto Papa Juan Pablo II a España. Se las envié junto a un proyector que rechazaron por considerarlo un lujo innecesario y en desacuerdo con su voto de pobreza.
"Somos libres de irnos cuando queramos"
Llegué el sábado pasado al convento con mis dos hijos, de 9 y 7 años, y su primera impresión fue la de que las monjas estaban encarceladas y así lo dijeron. “Somos libres de irnos cuando queramos, estáis más encarcelados vosotros en el mundo que nosotras aquí. No tenemos ni un minuto libre y disfrutamos y somos felices con nuestra vida”, dice la Madre Paloma, Priora del Convento.
Mauro y Martina están absortos, no se creen lo que ven y lo que escuchan. Ven los pinchos “que marcan la distancia con el mundo exterior, escuchan hablar de celdas, de silencio… a unas monjas que apenas intuyen porque están completamente a oscuras. Los niños bombardean a preguntas de todo tipo, y entre risas de la Comunidad, van contestando todas sus inquietudes. A veces para contestar a alguna sencilla pregunta como “¿qué vais a cenar?”, las monjas deben pedir “licencia”, que no permiso, para contestar.
Las madres Paloma y Carmen, Priora y Sub-Priora respectivamente, no son precisamente jovencitas. La vocación de antes escasea y el Convento no llega a las 21 religiosas que Santa Teresa fijó como cifra ideal. La Madre Paloma lleva 53 años sin salir, y la sub-Priora, cuesta creerlo, 73 años en clausura. Y no tienen la mente desordenada ni mucho menos ni ansia siquiera por ver el exterior. Su entrega y su dedicación las mantiene en plena forma y en mucho mejor estado que las grandes cabezas del mundo exterior.
Son, y han sido, conscientes del COVID. Su doctora las cuida y ya están todas vacunadas “y a salvo”. Ellas viven en ese silencio atronador que para nosotros se convirtió en toda una experiencia durante el confinamiento: sin coches, sin aviones, sin contaminación acústica, en la ciudad escuchamos entonces sonidos que a diario viven ocultos y silenciados por lo artificial. Se nos hicieron duros los meses de confinamiento. ¿Qué pensamos de 73 años confinados y con una sonrisa en el rostro? Es algo casi sobrenatural.
Si poca gente se acuerda de estas monjas en tiempos de rutina, ¿quién se iba a molestar por ellas en medio de una pandemia? “Somos conscientes del sufrimiento que ha provocado esta enfermedad en todo el mundo y hemos rezado con mucha dedicación, porque nos lo habéis contado cuando habéis podido venir; pero la verdad es que, aunque no suene bien, para nosotras la pandemia ha sido una bendición: nos han colmado de comida, hasta pescado fresco, y todo tipo de cosas que ni siquiera necesitamos. La gente se ha volcado con nosotras, que siempre estamos tranquilas porque sabemos que Dios proveerá. Y nunca falla”.
La Priora, vaya usted a saber, dio positivo en Covid (asintomática) y se contagiaron algunas monjas más. Cinco para ser exactos. Sin mayor problema. Al convento sólo entra la doctora, que apenas tiene acceso a los “tránsitos” (pasillos) y el responsable de mantener la huerta, que no pasa del jardín. Quizá en una de las pruebas PCR que se vieron obligadas a hacer o quizá una salida al hospital de un a Hermana que lo necesitó…
Mauro, 9 años, dice que hay una voz de una de ellas que le gusta mucho y que le da mucha paz. Seleccionando la voz, por descarte, descubre quién es y se acerca a la reja. Lleva el velo blanco, es la única: una joven de Madrid que ha entrado como novicia hace menos de un año. "Soy feliz y estoy preparada para pasar mi vida aquí". Es muy guapa.
Cuando los niños han salido un rato del locutorio aprovechan para preguntar: “Fernando, ¿que ocurre en Afganistán? Nos han contado algo pero no entendemos muy bien, ¿qué pasa con las mujeres?, ¿por qué les han abandonado los Ejércitos? (pregunta fundamental) ¿por qué?… ¿cómo es una guerra?, ¿por qué ni se soluciona el hambre en el mundo? Preguntas sencillas pero de muy difícil respuesta. Por Mancera no pasan grandes expertos que les expliquen nada, y deben pensar que yo, por periodista, puedo dar respuesta a muchas cosas. Error.
Antes de irnos, después de dormir en las dos camas que tienen para las visitas, pido por favor que me dejen hacer algo que llevo pidiendo casi 35 años y siempre me han denegado: permiso para hacer una fotografía. Para mi sorpresa, la Priora accede, aunque se aparta, convencida de que con tal oscuridad en su lado, no saldrá nada. El sistema de “modo nocturno” de un iphone hace un milagro y pone luz donde apenas el ojo humano puede ver. No llevaba cámara, sólo el teléfono.
Es la primera imagen de las monjas carmelitas de Mancera de Abajo. Algo parecido a haber descubierto un gran tesoro.