Hace algo más de 15 años, un grupo de jóvenes españoles que estaban haciendo voluntariado en Francia conocieron el proyecto Les Petits Frères des Pauvres (los pequeños hermanos de los pobres), una ONG creada en los años 40 para combatir la soledad de las personas mayores que se habían quedado solas después de la II Guerra Mundial. La organización gala tenía un lema: “las flores antes que el pan”. Con esta metáfora se quería transmitir la idea de que el cariño y la ayuda material eran complementarios y necesarios para dar una correcta asistencia a las poblaciones más necesitadas. Entusiasmados por la idea, el grupo de voluntarios volvió a España y trató de implementar este tipo de ayuda social más psicológica.
Comenzaron en el barrio madrileño de Prosperidad y se organizaron bajo el nombre de Amigos de los Mayores. Hacían acompañamientos puntuales a personas mayores en riesgo de exclusión social. Un servicio que, hasta el momento, prestaban objetores de conciencia. Y es que, cuando se terminó con el servicio militar obligatorio, los ayuntamientos y comunidades autónomas dejaron de contar con la ayuda de los miles de ciudadanos que elegían la vía civil en vez de la militar.
“Las personas que acompañábamos necesitaban ayuda para ir al hospital pero también calor afectivo”, comenta a 65Ymás la directora y cofundadora de Grandes Amigos (antes Amigos de los Mayores), Mercedes Villegas. Al darse cuenta de la carencia emocional que tenían muchos mayores, decidieron dar una vuelta a toda su actividad y se enfocaron en la ayuda a domicilio, donde podían prestar mejor un servicio de apoyo psicológico. Además, también se dieron cuenta que estos lazos no sólo debían ser cosa de dos sino que era muy importante que se tejiesen redes en el barrio. Por ello, decidieron organizar “encuentros en la Prosperidad para tomar café de manera grupal para que los voluntarios y los mayores se conocieran”.
La mayoría de las personas mayores que acudían a estos programas de la ONG (cafés y ayuda a domicilio) eran derivados desde los servicios sociales de Santa Hortensia (Madrid), que identificaban previamente quién podía sufrir soledad no deseada. “Me acuerdo de uno de los primeros mayores. Fue una mujer que acababa de enviudar. Le dijeron que se pusiese en contacto con nosotros. Al principio, era muy reticente a la idea. Se preguntaba: ‘¿Qué quieren? ¿Qué intención tienen?’ Había cierta desconfianza”, recuerda Villegas.
Pero, al final, las personas mayores se acostumbraron y se dieron cuenta que esos jóvenes que querían entrar en sus casas sólo querían charlar y disfrutar de una buena compañía. “Poco a poco se fue corriendo la voz y ahora estamos en todo Madrid”, apunta. Y no sólo en la capital: la ONG también cuenta con voluntarios en San Fernando de Henares, Móstoles, Torrejón de Ardoz, Vigo, San Sebastián y Lasarte. "En total, fueron 875 para 850 personas mayores en 2018", detalla.
¿Qué necesidades tienen los mayores?
“Quieren conectar con otras personas, ver que les escuchan y poder ofrecer sus experiencias”, anota la directora de Grandes Amigos en referencia a las personas mayores. De esto se dieron cuenta en sus primeras visitas a domicilio cuando, en el corto plazo de dos horas, conseguían entablar muy buenas relaciones y se "acababan contando su vida entera”.
El proceso de selección de los mayores también conlleva trabajo. “Cuando derivan a alguien desde servicios sociales, los profesionales les hacen una visita y miran en qué programa pueden encajar. Tenemos uno enfocado en la prevención de la soledad (Grandes Vecinos) y otro que trata de paliarla”, explica. Y añade: “En cuanto a las actividades, hay de todo, desde acompañamiento personal, que consiste en hacer una visita semanal de dos horas, hasta quedar para participar en encuentros culturales”.
Para conseguir que los mayores, que están en riesgo o en situación de soledad no deseada, encuentren ese calor humano, es imprescindible la formación de los voluntarios. “Les formamos en la escucha activa”, explica Villegas. La Fundación les hace una entrevista personal y, según su disponibilidad, se les deriva a un programa u otro y se les asigna una persona mayor. “Intentamos que los carácteres sean compatibles, que las personas encajen. A veces funciona y otras no. Cuando no lo hace, se cambia de voluntario”, comenta. Además, siempre tienen contacto directo con ellos para recibir su feedback y seguir formándoles.
Los requisitos para participar en los programas de Grandes Amigos son muy fáciles de cumplir: ser mayor de edad y tener sensibilidad por las personas mayores. Asimismo, dependiendo de las actividades, se exige también un compromiso mayor o menor. Pero, una vez que se cumple con estos estándares, toda persona que quiera compartir tiempo con una persona mayor es bienvenida.
Lazos intergeneracionales
“Todos los voluntarios dicen: ‘Yo recibo más de lo que doy’. Nos gusta trasladar la imagen de reciprocidad, horizontalidad y de no abordarlo desde un enfoque paternalista. Hay muchos casos de voluntarios que también quieren paliar su soledad”, afirma Villegas. Por este motivo cambiaron de nombre, de Amigos de los Mayores a Grandes Amigos, para resaltar la importancia del vínculo creado en todos estos años.
Según la directora, cada vez más jóvenes quieren buscar relaciones intergeneracionales en sus barrios y disfrutar de la sabiduría de los mayores. Por esta razón, crearon, en 2015, el programa Grandes Vecinos, inspirado también en un proyecto francés (Voisinage). Desde entonces, su página web sirve de plataforma para tejer redes de amistad y apoyo en los barrios de Madrid.
Otro elemento que ha cambiado, y que acorta la distancia entre generaciones, es el rol de los mayores. “Hace 20 años, con 70 eras muy mayor”, explica la directora de Grandes Amigos. Y apunta: “Muchas personas se sienten así por la imagen estereotipada que se tiene de ellos”. En la fundación intentan luchar contra estas prácticas edadistas y tratan de dar una imagen positiva del hecho de ser mayor: “Nada de fotos en blanco y negro. No hay que dar pena. Si sólo nos centramos en las imágenes más duras, el colectivo no se sentirá identificado”, comenta. Además, otro elemento contra el que intentan luchar es el estigma de la soledad: “Hay que aprender a trabajar la soledad. Si se dice, en los medios, que estar solo mata, se refuerza una idea muy negativa sobre el hecho de haber vivido muchos años en una situación determinada”.