Desde que Concha Velasco anunciara que iba a comenzar a vivir en una residencia, se ha hablado mucho del sentimiento de culpabilidad que sienten algunas personas al verse obligados a hacer lo mismo que los familiares de la artista.
Y es que muchas veces nuestros mayores necesitan vivir en un lugar adaptado a sus necesidades físicas y donde estén atendidos las 24 horas del día, tal y como recuerda Paulino Campos, portavoz de la Plataforma Estatal de Organizaciones de Familiares y Usuarias de Residencias, a 65YMÁS: “En las familias comprometidas existe una mala conciencia por buscar o aprobar el ingreso de las personas mayores en las residencias, pero hay determinadas situaciones en las que se precisa el ingreso, como el agravamiento de las patologías de la persona afectada, la imposibilidad de la familia de cuidar bien a los mayores por no poder conciliar su vida laboral o por la falta de adecuación de la vivienda a las necesidades del mayor”.
María José Carcelén, Coordinadora de Familiares de Residencias 5+1 (@CooResidencias), suscribe las palabras de Paulino y añade: “Normalmente no se pasa de ser independiente a ser completamente dependiente, hay un proceso y en ese tiempo siempre hay algún familiar, sobre todo mujeres, que se queda más tiempo con esa persona, pero la realidad es que en la inmensa mayoría de las casas no se puede vivir con un sueldo, y no hay dinero para contratar a una persona 24 horas”.
Lo que comentan Campos y Carcelén es una realidad, que aún así no evita que sea una situación muy complicada de gestionar tanto para el mayor como para la personas que haya ejercido de cuidador principal: “Cuidar de otro puede ser muy recompensante y hacer que el vínculo con la persona se estreche, pero también puede ser una situación demandante, estresante que genere muchas consecuencias negativas, y que haga que la persona se de cuenta de que no puede proporcionar el cuidado que su familiar necesita y por ese motivo valoren la opción de institucionalización”, cuenta a 65YMÁS la psicóloga Gema Pérez Rojo.
Esther Ortega, que colabora con Marea de Residencias (@MareaResidencia), sabe muy bien de lo que habla la psicóloga, ya que ella misma vivió esta situación con su padre, que vivía en un edificio sin ascensor lo que impedía que se pudiera desplazar, porque además padecía Parkinson: “Durante tres meses estuvimos cuidándole en casa como podíamos, hasta que tuve que buscar una residencia porque así no podíamos seguir”, comenta Ortega.
Una decisión complicada que Esther tuvo que plantear a su padre, que no quería irse de su casa. Para este tipo de situaciones, Gema Pérez nos ha explicado lo que pueden hacer los familiares: “Es fundamental poder ponerse en el lugar de alguien que ve sus capacidades físicas y/o cognitivas limitadas para poder entender las reacciones que vemos en ocasiones. Ser consciente de que uno no es el mismo y que depende de otros no es nada sencillo y se necesita un período de adaptación. Puede ayudar también analizar las expectativas de cada uno para valorar si están ajustadas a la realidad o no, y tratar con la persona cómo se imaginaba que sería su vida en este momento para poder ver las discrepancias entre el ideal y lo real y poderlo trabajar. Aquí la validación y aceptación de las emociones también serán estrategias muy útiles. Y finalmente preguntarle por cómo le gustaría que fuese su cuidado en estos momentos con el objetivo de negociar que puede ser lo mejor en su caso y circunstancias para que al final la realidad sea lo más parecida al ideal y que por supuesto se sienta parte no del problema, sino de la solución”.
Cómo gestionar la culpabilidad
Para Esther el día que dejó a su padre en su primera residencia fue muy complicado: “Es lo más duro que he hecho en mi vida, fue horroroso”, reconoce. A pesar de todo, Esther y su familia acudían todos los días a visitar a su padre y salían a pasear con él, para que el hombre se sintiera acompañado, al mismo tiempo que trabajaba la movilidad.
Pero el sentimiento de culpa de Esther no desapareció, en parte porque su padre le repetía continuamente que quería salir de la residencia, y ha necesitado ayuda psicológica para gestionar esta situación: “Aunque yo no tenía más opciones y no podía hacer nada más de lo que estaba haciendo, no lo podía asumir, a pesar de que todos me recordaban que no podía hacer otra cosa. Nunca lo asumí y nunca lo acepté”, asegura.
En este punto es necesario saber cómo se puede adaptar el cuidador principal de manera adecuada a esta nueva situación para no experimentar los mismos sentimientos que Esther. En este sentido, Gema Pérez puntualiza: “El proceso de adaptación varía de persona a persona, pero que su familiar esté en una institución no significa que deje de ocupar un papel importante en la vida de ese familiar. Puede ser un estupendo momento para fortalecer el vínculo con el familiar al no tener que dedicar un tiempo a las tareas más relacionadas con el cuidado o puede involucrarse en el cuidado de alguna manera en coordinación con la residencia. Puede aprovechar para que el tiempo que pase con su familiar sea un tiempo de calidad, un tiempo para crear recuerdos que siempre estarán y pueden ser muy valiosos cuando el familiar fallezca”.
Dicho esto, la psicóloga reconoce que a pesar de que en muchos casos los familiares son conscientes de que no tienen más opciones, la culpa aparece de todas formas: “Es una emoción, un sentimiento asociado al reconocer que se ha vulnerado un derecho moral o social que es relevante y se ha asociado a depresión y malestar en cuidadores familiares y puede estar moderado o mediado por variables como el apoyo social, las actividades agradables y el nivel de satisfacción. La culpa puede aparecer en diferentes momentos. Por ejemplo, al tomar la decisión de la institucionalización, especialmente si la persona no quería ir a una residencia. También puede aparecer durante la institucionalización y hacer que se generen conflictos con los profesionales si el cuidador familiar considera que en la institución no están haciendo todo lo que deberían por su familiar. Y que eso al mismo tiempo genere más culpa, al pensar que puede que fuese una mala idea institucionalizar a su familiar”.
Por eso, la mejor manera de gestionar esta culpabilidad es reconociéndola: ”El reconocimiento de la culpa es una estrategia fundamental ya que permite darse permiso para experimentar emociones de forma natural en base a las situaciones o interpretaciones que se hagan de ella para comenzar a analizar su causa y buscar posibles soluciones a la misma. También puede ayudar la aceptación, aceptar que en la vida no podemos controlarlo todo y centrarnos en lo que depende de nosotros para que nuestro familiar esté lo mejor posible. Y para ello puede ayudar analizar lo que cada uno valora, lo que es prioritario para comprometerse con ello y si es necesario establecer algún cambio. Puede contactar con profesionales que le puedan ayudar a ver la situación con perspectiva para analizarla sin que las emociones lo nublen todo. Y finalmente, contraargumentar esas ideas en las que aparece la culpa para poner a prueba los pensamientos y analizar hasta que punto son adaptativos o no”.
El papel de las residencias
En esta situación es muy importante también el papel que juegan las propias residencias de mayores. El padre de Esther pasó por tres diferentes y ninguna cubrió las necesidades del hombre, que finalmente regresó con su familia: “Fue una pesadilla porque piensas que va a ser un segundo hogar, y te encuentras con algo completamente distinto y sabes que tu padre va a vivir allí, lo que aumenta el sentimiento de culpa”.
A la crítica de Esther, se unen también María José y Paulino, dos personas con qué funcionan las residencias a día de hoy: “Si tienes unas residencias donde lo más importante es hacer dinero, que es lo que sucede a día de hoy, en las que no hay personal suficiente, ¿cómo vamos a hacer atención centrada en la persona? Lo que hay es atención centrada en el reloj porque cuando atiendes a un residente tienes a otros detrás esperando”, se lamenta Carcelén.
Por su parte, Miguel Vázquez, presidente la Plataforma por las Dignidad de las Personas Mayores en Residencias (@pladigmare) considera que para entender tanto el sentimiento de culpa de personas como Esther, como las críticas al sistema residencial, hay que recordar que “el envejecimiento es un deber no solamente de las familias, sino de toda la sociedad, y de la misma manera que los padres no se encargan exclusivamente de la educación de sus hijos, pues lo mismo debe pasar con las personas mayores. Sería una injusticia total que las familias fueran las únicas responsables de sus cuidados”.
Para el presidente de PLADIGMARE no hay nada de qué avergonzarse o pensar que es un problema únicamente de las familias “porque el asistir o el tener la posibilidad de ser derivado a un centro residencial es un derecho establecido por el Estado, y tiene que velar por el mismo”.
La opinión de Miguel la comparte también Carmen Herreros, que desde que su padre está en una residencia, tanto ella como sus hermanos están mucho más tranquilos porque ven que su padre está bien cuidado y feliz: “Como hija siento que mi padre está acompañado, que todas sus necesidades están cubiertas y que sea el mismo quien te lo transmita con sus palabras sencillas y con su mirada, es un alivio y una tranquilidad para todos nosotros”.
Aunque las experiencias de Carmen y Esther son muy diferentes representan las dos caras de la moneda, y una realidad que está claro que hay que cambiar porque experiencias como la de Esther deben desaparecer, y avanzar hacia una sociedad donde nuestros mayores estén bien atendidos en las residencias, y que éstas cuenten con los profesionales y los materiales necesarios para que los familiares dejen de sentirse culpables por dejar el cuidado de sus padres y madres en manos ajenas.
Sobre el autor:
Laura Moro
Laura Moro es graduada en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid, y está especializada en temas de salud y género. Su trayectoria profesional comenzó en Onda Cero Talavera.