Cuando era un chaval que se pasaba la vida poniendo a todo volumen vinilo tras vinilo en aquel entrañable tocadiscos Cosmos mi madre llegó a suplicarme: "Me da igual, pon lo que quieras y tan alto como quieras, pero al Bob Dylan ese ni se te ocurra porque no hay quien le aguante". Lo siento mamá, vuelvo a pedirte perdón tantísimos años después. No podía hacerlo porque, créeme, la música de la segunda mitad del siglo XX hasta hoy no habría sido la misma sin él. Ha influido en folkies, rockeros, poperos, indies e incluso en raperos de todo el mundo. Dylan es la historia viva de la música desde hace ya 60 años.
Robert Allen Zimmerman, universalmente conocido como Bob Dylan nació en Duluth (Minnesota) el 24 de mayo de 1941. Acaba de cumplir por tanto 78 años. A los 18 años abandonó la universidad en su primer año para trasladarse a Nueva York con la esperanza de conocer a su, por entonces muy enfermo, ídolo y mayor influencia musical al comienzo de su carrera, Woody Guthrie. “Sus canciones en sí tenían el barrido infinito de la humanidad. Él fue la verdadera voz del espíritu norteamericano. Me dije a mí mismo que iba a ser el discípulo más grande de Guthrie”, escribiría años después y desde luego, lo consiguió.
Su primer álbum, que llevó por título Bob Dylan por aquello de decir 'aquí estoy yo’, llegó a las tiendas de discos en marzo de 1962. Estaba producido para Columbia por John Hammond, famoso productor que había descubierto, entre muchos otros, a Billie Holiday, y había conocido a Bob apenas seis meses antes cuando en una sesión privada le escuchó tocar la armónica. Aquel disco se grabó en tan solo tres sesiones en noviembre del año anterior y su costo de producción fue de 402 dólares.
Para su biógrafo Tim Riley: “Estas canciones de debut son ensayos con diferentes grados de convicción, pero incluso cuando su alcance supera su comprensión, nunca suena como si supiera que había en su cabeza. Al igual que Elvis Presley, lo que Dylan podía cantar, rápidamente lo dominaba; lo que no podía, lo retorcía hacia a sus propios dispositivos. Y al igual que con las sesiones de Sun Records de Presley, la voz que salta desde el primer álbum de Dylan es su característica más llamativa, un aullido determinado, iconoclasta que mastica influencias y escupe la señal sin intentarlo”.
Al año siguiente apareció su segundo álbum con la famosa portada compartida, por una calle nevada, entre Dylan y su entonces novia Suze Rotolo, una joven artista neoyorquina de convicciones comunistas, mientras caminan del brazo. Ese segundo disco era una joya llamada The Freewheelin' Bob Dylan, segundo álbum de los casi 40 que ha grabado en estudio a los que se suman otra decena en directo, otros tantos recopilatorios además de los tres que publicó con aquél impagable e irrepetible grupo de amigos que se autodenominaron como The Traveling Wilburys. Bajo este nombre se reunían a componer y grabar a finales del ochenta junto al propio Dylan nada menos que Jeff Lynne y los ya fallecidos George Harrison, Roy Orbison y Tom Petty.
Aquel histórico de The Freewheelin considerado como uno de los 100 mejores álbumes de la historia y que figura entre las 50 grabaciones elegidas por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para incluirse en el Registro Nacional de Grabaciones, almacenaba maravillas como Girl from the North Country, A Hard Rain's a-Gonna Fall, Don't Think Twice, It's All Right y por supuesto Blowin' in the Wind, desde entonces himno pacifista adoptado en todo el mundo.
Después vinieron muchos más discos que iban sumando muchas más canciones emblemáticas, legendarias, imprescindibles. Tras aquel segundo disco vinieron otros cuatro de carácter eminentemente folk hasta que el genio la volvió a liar y ésta vez de manera rotunda. En 1965 y 1966 apostó un sonido eléctrico radicalmente enfrentado a sus anteriores trabajos en Bringing It All Back Home (1965), Highway 61 Revisted (1965) y Blonde on Blonde (1966). Con esto, Dylan abandonó lo que hasta entonces había sido su seña de identidad y cayó rendido en los brazos de un sonido eléctrico a medio camino entre el rock y el blues. Aquello admiró a la mayoría, pero no gustó a todo el mundo. De hecho, su antaño admiradora, mentora en el Festival Folk de Newport de 1963, pareja intermitente durante años y defensora a ultranza del folk acústico, Joan Baez, le definió por aquel entonces como “una enorme burbuja transparente de ego”.
El epicentro del cataclismo tuvo lugar el 25 de julio de 1965. El hijo predilecto del folk, el gran poeta, el dios de la canción protesta, actuaba una vez más en el sagrado templo de esta música, el Festival de Newport. Y lo hizo abrazado a una guitarra eléctrica ante un público que no daba crédito a lo que veía y escuchaba. ¡Su mesías electrificado! El concierto comenzó con I ain't gonna work on Maggie's farm no more y con este tema empezaron también los abucheos, las botellas lanzadas al escenario, los gritos de ‘¡Judas, Judas!' y, todo hay que reconocerlo, los tímidos aplausos de unos pocos que eran conscientes de estar siendo privilegiados espectadores del nacimiento de una nueva realidad musical. Dylan, impávido ordenó al grupo que le acompañaba que continuase tocando y así lo hicieron. Aquel grupo se llamaba The Hawks, pero después conocería fama universal como The Band.
Al año siguiente, Bob Dylan sufre un accidente de moto y su música vuelve a dar un giro hacia lo minimalista con John Wesley Harding y a lo country con el fundamental Nashville Skyline. Además dejó durante ocho años las giras hasta que en 1974 regresó a los escenarios junto a The Band. Aunque no por ello dejó de seguir grabando aquellos años obras como Self Portrait, Pat Garret & Billy the Kid o Planet Waves con el inolvidable Forever young, antes de lanzar en 1975 uno de sus más celebrados trabajos, Blood on the Tracks y en 1976 el imprescindible Desire.
Ya a finales de los setenta el Trovador de Minnesota, una vez más, deja boquiabierto al mundo cuando anuncia su conversión al cristianismo y, en línea con su nueva fé, publica títulos como Slow Train Coming, Saved o Shot of Love, todos ellos de marcada temática religiosa. Los temas de aquellos álbumes no cosecharon, ni mucho menos, el éxito de los anteriores ni entre la crítica ni entre su nuevamente desorientado público. Una etapa de bajón creativo que coincidió en el tiempo con el auge de nuevas y muy distintas modas musicales y un, por suerte, momentáneo ostracismo de los músicos de su generación que no obstante, la unión hace la fuerza, supieron remontar a finales de los ochenta con los ya mencionados The Traveling Wilburys.
Tras unos años de dejar de componer en 1992 reapareció con dos nuevos álbumes de inspiración folk Good as I Been to You y World Gone Wrong y a finales de los noventa grabó el minimalista Time Out of Mind. A partir de entonces Dylan compaginó actuaciones con apariciones en programas radiofónicos como Theme Time Radio Hour, colaboraciones en el cine en películas como Anónimos y su labor con escritor editando Chronicles y grabaciones cada vez más espaciadas como Love and Theft, Modern Times, Together Trough Life o Triplicate en los que, reinventándose por enésima vez, se mueve entre el rockabilly y el blues, que en todo momento han sido respaldados por crítica y público.
Su indomable y controvertida idiosincrasia le impidió en 2007 recoger en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, “lamentablemente, no puedo estar ahí para recibir el premio en persona, pero espero regresar pronto a España para manifestar mi gratitud por este galardón", se excusó por carta, ni tampoco en 2016 el Premio Nobel de Literatura aunque, en esta ocasión, recibió la prestigiosa medalla más de tres meses después de la ceremonia oficial de entrega durante una reunión con miembros de la Academia Sueca en Estocolmo.
Lo cierto es que en los últimos tiempos Dylan parece haber sucumbido definitivamente a los tiempos del show business, pero no por eso dejará nunca de ser un músico extraordinario, posiblemente el que más a influido en las últimas seis décadas de la música y al que, con todos sus defectos, resulta casi imposible dejar de reverenciar.