En los últimos años el cine tiene en su punto de mira tres fuentes fundamentales a las que habitualmente acude para saciar su cada vez más acuciante sed de ideas. La primera es la historia de la humanidad y el repertorio biográfico de los principales personajes que han participado en ella, los biopics. La segunda es la propia historia del cine, con sus clásicas obras maestras reinterpretadas una y otra vez hasta la saciedad, los remakes. La tercera es el cómic, un ejercicio gráfico acostumbrado a producir en cadena auténticos referentes culturales, figuras de gran calado popular que cada día contribuyen a revitalizar los valores de una sociedad recta y saludable, según los designios de la tierra de Donald Trump.
Así las cosas, la nómina de deudores que tiene el cómic, el noveno arte, en su haber desborda los límites del séptimo y abarca al común de los mortales. Por ello, hoy, 85 años después de la primera publicación de una revista de viñetas en un kiosco norteamericano, el mundo occidental está en la obligación de celebrarlo.
Casi todas las grandes ideas nacen de la necesidad, y este acontecimiento no escapa a la norma. Famous Funnies, nombre del primer cómic publicado como revista el 10 de mayo de 1934, es el resultado de una iniciativa para impulsar la industria viñetista, consistente en la reimpresión de cómics ya antes publicados. Estas nuevas ediciones, hoy conocidas como cómic-books, relanzan la carrera de históricos combatientes del mal como Batman o promueven las de otros como The Spirit, el antihéroe creado por Will Eisner en 1940 y adaptado al cine en 2006 por el también novelista gráfico Frank Miller.
Pionero de gran parte de lo que más tarde iría llegando, nacido de la imaginación y la creatividad de Jerry Siegel y Joe Shuster, Superman vio su primer número en los kioscos el 1 de junio de 1938 con su distintiva e icónica imagen de su traje azul y rojo con capa y el escudo de la 'S' bordado sobre su musculoso pecho.
Eran, aquellos años 30 convulsos marcados por la caída de los mercados bursátiles y la posterior gran Guerra Mundial. Un terreno extraordinariamente abonado para el lucimiento de rimbombantes héroes como El Capitán América nacido en 1941 de la imaginación de Jack Kirby y Joe Simon, o Airboy de 1942. El cómic adquiere una dimensión propagandística, y los protagonistas de éstas historias tienen el único objetivo de combatir al enemigo real, léase Japón o Alemania, desde las páginas de la ficción. Y a todo ello ayuda la popularidad concedida por la nueva estrategia de distribución.
Tras el conflicto bélico, en el que perecieron 60 millones de personas, más de 400.000 eran estadounidenses, no resultó nada fácil devolverle la normalidad al noveno arte, pues muchos de sus creadores habían perdido por el camino la capacidad o energía suficiente para concebir el humor de las viñetas satíricas o la heroicidad de las historietas de aventuras. Es más, comparado con la auténtica épica de los combatientes, el aventurero de tebeo era poco menos que un fantoche. De semejante trauma nació la profundidad intelectual y la tenebrosidad ideológica en la viñeta, una fórmula bien reivindicada durante la resaca de la segunda guerra mundial en los medios.
El cómic de posguerra
En 1954, un psiquiatra, Frederic Wertham totalmente ajeno al mundo del cómic marcaría su destino con la publicación de The seduction of the innocent (La seducción de los inocentes), un manifiesto bastante paranoico sobre los peligros que genera esta forma de expresión tan provocativamente violenta en la juventud que accede a ella. Wertham acusa a los tebeos de influir de forma directa en la delincuencia juvenil de la época y con ello da el primer paso para llegar a una política restrictiva que obligará a orientar la temática de las viñetas hacia un estilo mucho más inocente e infantil. La herencia de esta censura es un lector menos erudito e intelectual.
Paralelamente, títulos como Steve Canyon de Milton Caniff ahondan en 1947 en los rasgos clásicos de la historieta bélica de carácter estereotipado, un estilo muy discutido tiempo después por otros autores. En aquellos tiempos tan prolíficos también nacen algunos de los tebeos norteamericanos más recordados, como Pogo (1942) de Walt Kelly o Peanuts (1950), traducido en España como Carlitos y Snoopy, de Charles M. Schulz, que reflejan, de forma sutil y menos explícita, mediante niños o animales antropomorfos, las inquietudes del norteamericano medio.
La fórmula será exportable y muy explotable, pues soporta desde versiones filosóficas como la Mafalda de Quino y visiones más prosaicas como el Garfield de Jim Davis. En ambos casos, los personajes se alejan del prototipo impuesto por Walt Disney, carentes de mordacidad y sobrados de ingenuidad.
Marvel o la fábrica de inadaptados
En el renacimiento del superhéroe a finales de los sesenta y principios de los setenta, participan activamente Stan Lee y Jack Kirby, creadores de la editorial Marvel. Esta factoría se caracteriza por crear identidades mutantes, con serios problemas de adaptación en un sistema preestablecido que no concibe o acepta este tipo de personalidades. Tiene fuerza la metáfora, pero también el amplio abanico de secundarios que rodean a estos individuos.
Algunos de los personajes más consolidados en Marvel son Los cuatro fantásticos, X-men o la joya de la corona, Spiderman. Además del éxito con sus viñetas, Marvel ha sabido explotar de manera insuperable el poder visual de sus creaciones y en las dos últimas décadas parece tener un contrato de colaboración permanente con la industria del cine.
Por último, resulta obligado nombrar, en el breve relato de estos 85 años de cómic estadounidense, a Robert Crumb, el creador de dos de las grandes obras Fritz the cat de 1959 y Mr. Natural de 1967. Crumb, junto a otros como Richard Vance Corben autor en los 70, entre muchos otros, de Tales from the plague (Manuscritos de la plaga), revolucionan el mundo del dibujo con creaciones underground, críticas con la sociedad coetánea y con la industria dominante.
Como curiosidad, recordaremos una inspirada película de Robert Pulcini titulada American Splendor y basada en el cómic autobiográfico de Harvey Pekar, de culto en los años 80, que retrata a la perfección esta etapa del cómic. De nuevo, como tantas veces, el cine recurriendo a la viñeta.