Periodista y licenciada en Derecho, Esther Ruiz Moya ha publicado su primer libro, Cuando esto pase (Ed. Círculo Rojo), que cuenta con un prólogo del periodista Carlos Herrera. Y el éxito de su obra no se ha hecho esperar: va por su segunda edición, a las pocas semanas de su llegada a las librerías. Se trata de una recopilación de artículos publicados desde el pasado 14 de marzo, a modo de diario, de los casi 100 días de estado de alarma que nos ha tocado vivir por la pandemia de covid-19.
PREGUNTA: ¿Cómo surge la idea de escribir y publicar 'Cuando esto pase'?
RESPUESTA: Cuándo esto pase es una recopilación, en realidad algo más que una recopilación, de una serie de artículos publicados en madriddiario.es y diariocritico.com durante el estado de alarma que fue cuando comenzó todo, cuando vivíamos felices y nos creíamos que nuestra vida era nuestra. Íbamos cada uno a lo nuestro y, de repente, comienza a hablarse de alarmas y confinamientos. Cuando finalmente llegó, el 14 de marzo, escribí un artículo desde la incredulidad, necesitaba sacar fuera esas emociones, ese tener que quedarse en casa y no poder disponer de nuestra vida.
Además, no entendía como, en el mundo hiperconectado en el que vivimos, nadie se había dado cuenta de la que se nos venía encima. Todo empezó con ese artículo en el que de repente todo se para y, como iban a ser quince días de alarma, decidimos hacer un artículo diario... pero se fue prorrogando todo, se prorrogaron los artículos y tuve material suficiente como para que naciera un libro.
P.: Un libro que, según nos cuentas, construiste día a día, columna a columna...
R.: Así es. Contiene mucha actualidad, porque aunque todos los días parecían iguales, en realidad, en todos pasaba algo. Hay mucha actualidad, sí, pero sobre todo hay mucha emoción, alma y corazón. Todos hemos tenido ese mismo sentimiento colectivo de viajar en una montaña rusa de emociones, y pasamos desde casi la alegría del principio al parar y vivir una experiencia nueva, a la incertidumbre, el miedo, la soledad, no poder abrazar ni besar... sin por supuesto, olvidar aquellas horrorosas despedidas. Son casi cien días –lo que duró el estado de alarma–, vistos día a día.
P.: Comenzaste a escribir el 14 de marzo, pero si bien podemos poner fecha a cuando empezó el estado de alarma, en realidad no podemos poner fecha al inicio de esta pesadilla...
R.: Es cierto. Recuerda que cuando nos empezaban a hablar de esto, quienes intentaban ponernos sobre aviso eran poco menos que alarmistas y conspiranóicos porque, al principio, se dijo que esto era poco más que una gripe: 'Si tu hijo quiere ir a una manifestación, yo, por mí, si mi hijo quiere, que se manifieste'. Por aquel entonces, se presentaba todo como algo muy liviano y, sin embargo, ahí estaba. Y se nos venía encima desde febrero, enero, diciembre... En realidad, no consiguen datarlo.
P.: ¿De alguna forma, aquellos artículos y este libro te han servido como una especie de tabla de salvación o válvula de escape, como algo terapéutico?
R.: Sí, incluso hay un artículo que habla de que las palabras sanan. Creo que lo hacen, cuando estamos en un momento malo y viene alguien con una palabra o con un tono de voz que te reconforta y te hace sentir mejor. Para mí, sobre todo al principio, sí resultó ser terapéutico, porque para nosotros, en la vorágine de nuestros días, en las urgencias que no nos dejan ver lo importante, escribir es como parar y preguntarte que haces con todo eso. Fue sanador, porque hablaba de mis emociones y también fue muy gratificante, porque vi que esas emociones y sentimientos eran colectivos y compartidos.
P.: Un periodista lo es durante toda la vida y a todas horas, 24/7. ¿Dirías que te centraste más en vivencias y sentimientos o no pudiste olvidarte del día a día, de la dictadura de la actualidad?
R.: Un amigo me dijo entonces que había dejado de ser Bambi. Al principio, era mucho de sentimientos, porque además mi familia estaba fuera y no sabía cuándo podría volver a verla, a besarla, a abrazarla... Pero, como han pasado tantas cosas, no podía dejar de lado la actualidad y en todos los artículos hay un toque de actualidad. Más aún cuando empezaron las contradicciones y no sabíamos si la verdad era realmente la verdad o era la verdad oficial. Había que plasmarlo, por mucha emotividad que tuviese, no podía ni quería dejar a un lado mi alma de periodista.
P.: Para tí, ¿qué fue lo peor de estar encerrada, el no entender nada, el ver Ifema en la televisión, el miedo al adiós en soledad y sin remedio, la angustia que sentías por los tuyos, el ataque de locura colectiva que sufrimos con la repostería?
R.: Lo peor han sido muchas cosas. Por muchas ganas que le quisieras poner, lo que sucedía era todo muy malo. Pero creo que lo peor de todo es –al igual que nos pasa ahora–, la incertidumbre, ese no saber que está pasando, qué va a pasar y el miedo a perder a los tuyos.
Yo lo único que pedía era que al acostarme, pudiese contar a los míos y que estuvieran todos. Porque esta pandemia le ha robado a mucha gente el adiós, el abrazar y el despedirse de los suyos. Pero también ha sido muy duro el miedo a deshumanizarnos. Nos hablaban de cifras, pero detrás había muchas personas, muchas familias, muchas historias y mucha gente que se fue sin que aún le tocase marchar. Ha sido muy descorazonador.
P.: Desgraciadamente, parece que el virus ha venido para quedarse. ¿Seguirás contándolo en una segunda parte?
R.: A veces digo, medio en broma medio en serio, que esto va a dar para una trilogía, pero quiero pensar que no. Aunque estoy de acuerdo, el virus a venido para quedarse y ahora nos toca aprender a convivir con él. Tendremos que vivir a caballo de las instrucciones que nos den y nuestra responsabilidad individual. La verdad es que para mí fue un desgaste muy importante y me gusta contar lo que pasa, pero también otras cosas, porque quiero mantener la esperanza de que si bien el virus está con nosotros, al final, le vamos a vencer nosotros a él.
P.: Uno de los temas que mayor dolor ha producido y más grandes ampollas ha levantado durante la pandemia es el de las personas mayores, ¿cómo has vivido el horror de las residencias durante estos meses?
R.: Eso nos ha tocado a todos. Yo lo he vivido con muchísima tristeza, por supuesto, con incredulidad, porque no me cabe en la cabeza que si se sabe dónde está el problema o dónde está la población más vulnerable, se mire para otro lado cruzado de brazos o, incluso peor, directamente se haga un cribado por edad. Eso es imperdonable.
Por justicia social y por gratitud. A los que han hecho posible que hoy estemos aquí y tengamos una serie de libertades y comodidades como jamás habíamos conocido, no se les puedes abandonar. Entiendo que gestionar puede ser muy difícil, pero lo que no se puede hacer es mirar hacia otro lado, sólo porque en un historial médico ponga que el paciente tiene 70 años. Ahora no, pero en algún momento, se deberán depurar responsabilidades.
P.: Sin embargo, parece que volvemos a tropezar en la misma piedra…
R.: Al hombre le gusta mucho hacer eso. Viendo las imágenes que vemos y la situación como está, no sé si estaremos ya tropezando. El problema es no hacerlo una y otra vez, eso sí me da miedo, quiero pensar que a pesar de que tenemos la memoria muy corta, y la tenemos cortísima, habrá un momento en el que reaccionemos y nos daremos cuenta de que esto es cosa de todos.
P.: ¿Qué hemos aprendido desde el 14 de marzo y qué no hemos aprendido y deberíamos haber hecho?
R.: En el libro hay un capítulo que se titula Desaprender para aprender. Creo que eso era lo que nos tocaba. Muchas cosas que estábamos haciendo, digamos regular, no las hacíamos muy bien, incluso con nosotros cuando no nos paramos o no pensamos. Para saber lo que estas haciendo mal hay que mirarlo y desaprenderlo, me refiero a esas urgencias que teníamos y que nos impedían ver lo importante, ese individualismo que más tarde se convirtió en solidaridad pero que ahora vemos que tal vez fue un espejismo. Aprender siempre aprenderemos, sobre todo a quejarnos menos y a valorar más y a que lo realmente importante es a lo que, en muchas ocasiones, no damos importancia, es decir, estar pendientes de los nuestros, saber que en la vida no se trata de sobrevivir sino de vivir. Por la vida no se puede pasar, hay que vivirla.
P.: El libro lo dedicas muy especialmente a tu padre…
R.: Sí, porque mi padre ha sido mi primer referente, él también tenía su alma de periodista, yo le he visto cada noche escribir sus anhelos, sus sueños, sus frustraciones, sus enfados, sus alegrías... Cuando cada día me sentaba a escribir, era como si se sentara a mi lado y empezásemos a escribir. Él se fue hace mucho tiempo, pero siempre he tenido la sensación, incluso hoy, de que nunca me he soltado de su mano. Sin lugar a dudas, este libro es suyo, es parte de él.
P.: Supongo que en Madrid Diario y en Diario Crítico seguirás escribiendo, pero también quiero suponer que continuarás por esta senda literaria, ¿cuáles son los nuevos proyectos que, seguro, ya te están pasando por la cabeza?
R.: Sigo escribiendo en Madrid Diario y Diario Crítico, colaboro también en Onda Cero, pero es cierto que la literatura me ha tocado muy adentro. Siempre quise escribir, pero aunque escribía mucho, lo hacía para mí. Tal vez ahora toca otra cosa, me gustaría que la pandemia dejase lugar a historias más bonitas y pienso que como han surgido historias tan increíbles y con tanta alma, pienso que una novela, no sé si en tiempos de coronavirus o de postcoronavirus, tendrá que salir.