Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es licenciado en Filología Hispánica y autor de una reconocida obra poética con títulos como El cielo, Resurrección o El hundimiento. Su obra lírica se ha compilado en Amor, que reúne lo publicado hasta 2010, y en Poesía completa de 2016. Su obra narrativa se inicia en 2008 con España, a la que siguen Aire Nuestro, Los inmortales, Luminoso regalo, Setecientos millones de rinocerontes y Ordesa, uno de los mayores fenómenos literarios de 2018 que ha sido traducida a catorce lenguas y acaba de ser galardonada en Francia con el prestigioso Premio Femina Étranger. Su última novela, Alegría, acaba de resultar Finalista del Premio Planeta 2019.
PREGUNTA.: ¿Cómo nace la idea de 'Alegría'?
RESPUESTA: Venía de acabar mi anterior libro, Ordesa, y vi que tenía que continuar el retrato autobiográfico que había en él, que la puerta que había abierto aún no estaba cerrada. Por eso, el narrador que aparece en Alegría viene de una experiencia de dolor y vislumbra un sentimiento que cree que es el auténtico sentimiento de la vida, la alegría, que a él le parece superior a otros sentimientos que gozan de mayor prestigio como la felicidad, por ejemplo, y decide que su vida va a ser la búsqueda de la alegría.
P.: ¿Cuánto hay de confesión y cuanto de autoficción en la novela?
R.: Al narrador de Alegría le entrego información sobre mi vida, cosas que me han ocurrido, y ese narrador se está construyendo con esos hechos pero al mismo tiempo se va haciendo autónomo conforme va creciendo la novela, hasta que alcanza un grado de autonomía tan grande que se convierte en un personaje de novela.
P.: ¿Es posible pasarse la vida buscando, anhelando la alegría?
R.: La alegría es un sentimiento muy primitivo, muy atávico. Tiene mucho que ver con la maravillosa sensación de estar vivo. La felicidad es un sentimiento más social, una convención de carácter social. Para mi la alegría nos conduce hacia la noche de la especie, al primer homo sapiens que siente fervor, probablemente injustificado, por la vida que no es algo social sino ideológico. Yo quería ir hacia ese sentimiento y le llamé alegría. Es la idea del milagro, del milagro de que estemos aquí, de que estemos vivos. Al milagro de la vida yo le llamo alegría. Deberíamos estar todo el día cantando y bailando porque somos un milagro, existir es un milagro, pero somos tan necios que no nos damos cuenta. Es al mismo tiempo un milagro y un misterio. Realmente, la vida inteligente es un misterio, incluso para quienes se dedican a la ciencia y están haciendo muchísimos descubrimientos maravillosos, pero el misterio de la vida sigue cerrado a cualquier tipo de exploración. Y aquí la literatura tiene mucho que decir porque siempre ha tratado con los misterios.
P.: ¿Cómo es el camino a la belleza a partir de la alegría?
R.: Tiene que ver con los sentimientos del amor y también con que el siguiente paso después de sentir alegría es sentir la belleza. El mundo es bello, hermoso, y el amor a otros seres humanos también es hermoso, en este caso el amor a los padres, a los hijos, a una pareja, también a las cosas. En ese amor y en un sentido casi musical de la existencia… todos los personajes de la novela tienen nombres de músicos, de compositores famosos. En todo eso, el narrador cree ver un vínculo entre alegría y belleza que yo creo que realmente hay en la vida.
P.: Usted incluye en su novela la realidad social, política y cultural… ¿qué reflexiones le llevaron a ello?
R.: Me gusta que todas mis novelas tengan un componente de contextos reales donde transcurre la historia que en este caso es la sociedad española. Por eso introduzco un encuentro del narrador con Felipe González y reflexiones históricas sobre la realidad de España porque me parece que reflexionar sobre dónde estás viviendo es consustancial con el hecho de escribir. Reflexionar sobre donde vivo, cómo es donde vivo. En ese momento en el que tu escritura quiere reflejar las circunstancias sociales de tu vida es cuando aparece lo político.
P.: ¿Es, de alguna manera 'Alegría' una suerte de continuación de 'Ordesa'?
R.: Sí, pero al mismo tiempo son obras independientes. La atmósfera, el planteamiento, el sentimiento, la obsesión por la familia, por las relaciones familiares, por el padre y la madre, siguen estando presentes, pero son novelas independientes.
P.: En Ordesa contaba cosas de sus padres, también en Alegría. ¿Qué opinarían, que opinan, sus padres, ya muertos, de su novela?
R.: Hay algunas páginas en Alegría en las que el narrador se encuentra con una señora mayor, nonagenaria y amiga del padre del narrador, que ha leído un libro, que aunque no se dice cual es Ordesa, y ella le dice que que cree que a su padre no le habría gustado.
P.: Supongo que al recoger el premio como finalista del Planeta pensaría en ellos…
R.: Sí. Es uno de los grandes misterios de la vida que nos acompañan de manera silenciosa. Yo recogí el premio, pero ellos estaban en otro sitio. La comunicación que tengo con ellos es misteriosa.
P.: ¿Cree que algún día descubrirá por qué le quiso tanto su padre?
R.: No. Nunca. Es un misterio, la gran pregunta de mi vida, pero también es el motor de mi vida y mi alegría.
P.: El protagonista va de ciudad en ciudad hablando de su libro. ¿Cómo y por qué ha decidido los distintos escenarios de Alegría?
R.: Tienen que ver con las ciudades que fui visitando y las experiencias que iba teniendo en ellas mientras hacía la promoción de Ordesa. Para mi viajar es importante porque el que viaja tienen una identidad móvil, no se sabe muy bien quien eres. Mientras estás viajando estás ocupado y no piensas en tu cosas porque el viaje se lleva toda tu energía. De hecho la novela termina cuando el narrador se queda quieto. Mientras se mueve es como si no tuviera tiempo de pensar en quién es.
P.: ¿Qué buscaba el narrador en esas habitaciones?
R.: Buscaba el útero materno, el regreso al vientre materno. Es algo totalmente psicoanalítico. También estaba buscando el regreso a la habitación de la infancia, al dormitorio infantil, volver al lugar de la protección máxima. Esto también es muy misterioso, yo, como escritor, tampoco sé muy bien qué me está pasando. Probablemente por eso escribo. Yo entiendo que en esa obsesión que tiene el narrador con los hoteles está buscando una habitación primitiva, una habitación de antes de comer el fruto del bien y del mal, antes de saber qué está bien y qué está mal, ese es el momento primero de la niñez. Busca el dormitorio de la casa de su madre donde estaba protegido. Insisto, busca volver al lugar de la máxima protección.
P.: Su narrador tiene un antagonista contra el que lucha, ¿mantuvo Manuel Vilas la misma lucha consigo mismo?
R.: Sí. Es un personaje negativo, un personaje que simboliza la depresión contemporánea , la infelicidad y la frustración, el dolor, la amargura. Es un personaje muy importante en la novela contra el que el narrador lucha constantemente, porque le recuerda continuamente que hay razones para el abatimiento y el fracaso.
P.: El narrador de la novela es un hombre obsesionado con el dinero, ¿también su autor?
R.: Esto tiene que ver con la sensación agobiante del capitalismo, con esa sensación de abundancia y al mismo tiempo ver todas las cosas que tiramos. Es tal la necesidad de la abundancia que el narrador lo experimenta como algo dramático y yo, como ciudadano, también. Recuerdo a mi padre, era un hombre austero, con una familia austera y de repente veo que estamos todos enloquecidos, tenemos de todo, un montón de zapatos y de no sé qué y no se cuanto, mucho de todo y el narrador se vuelve un tanto místico ante tanta abundancia y reclama un poco de austeridad, un poco de serenidad, de decir que ya está bien, que no es necesario tener tanto. Él dice que no merece tantas cosas, de hecho, cuando está comiendo con su hijo en Chicago en un restaurante de comida rápida y ven que hay un plato que cuesta un dólar más si se le añade un ingrediente, al estar con su hijo sí se gasta ese dólar de más, si estuviese solo no lo habría hecho.
P.: Usted ha comentado que el escritor, mientras escribe, siembra un campo de bombas que una vez publicado el libro no es sencillo desactivar. ¿Ha tenido que desactivar muchas esta vez?
R.: Eso se lo oí decir a Javier Cercas y me lo he aplicado a mí mismo. En realidad un escritor mete en sus novelas bombas y luego, cuando tiene que socializar la novela, la edulcora, la convierte en algo más amable. Pero eso pasa con la literatura en general porque es el terreno que tenemos para ser totalmente libres donde aparecen las incomodidades que no diríamos en la vida normal. Pero luego al socializarla tenemos que amansarla .
P.: ¿Es cierto que sigue vivo gracias a la literatura, pero no como autor, sino como lector…?
R.: Sí, claro, para mí ha sido y sigue siendo muy importante el hecho de leer libros. La lectura sigue siendo una pasión para mí. Si no leo me pongo nervioso porque es una fuente de conocimiento y el conocimiento también es vivir. Es un derecho de los seres humanos el conocer y ampliar sus vidas a través de los libros.
P.: Mientras recibía el premio Planeta las calles de Barcelona ardían, ¿cual es su opinión sobre la situación que estamos atravesando?
R.: Me parece que quemar un contenedor o quemar el mobiliario público significa que alguien se va a tener que gastar el dinero en comprar lo quemado. Me gustaría que lo pagara el que lo ha quemado.
P.: ¿Qué solución tiene, si es que la tiene?
R.: La única solución que se me ocurre es la intervención directa del Espíritu Santo, el advenimiento de los poderes celestiales. Es una situación de una distorsión tremenda, es muy difícil opinar, la situación es un lugar de irracionalidad donde cualquier juicio que apele a la racionalidad no va a ser bienvenido porque es un tablero en el que de adherirse a una causa o a otra y no es posible generar un espacio de ideas, de análisis. A donde no se puede analizar, mejor no vayas, y esta es una situación que ya no se puede analizar.