Cuando a Pedro Iturralde (Falces, Navarra, 3 de julio de 1929), el único español que junto con Tete Montoliu está incluido en el Gran Diccionario de Jazz de Larousse, se le pregunta cuál es el secreto para seguir siendo uno de los mejores saxofonistas de jazz del mundo y seguir en activo y dando conciertos regularmente a sus 89 años, que el 13 de julio serán 90, aunque en realidad será el 3 “que es cuando nací, pero se hicieron un lío entre la iglesia y el juzgado”, la respuesta es tan humilde como sincera: “Pues no sabría decirte, es que no veo que pueda ser de otra forma. Yo desde siempre he sido es muy aficionado al jazz, desde que nací, y después no tuve más remedio que seguir hasta ahora porque yo nací ya saxofonista profesional”.
Tal vez Pedro exagera y no nació ya saxofonista, pero sí lo hizo en una casa donde se amaba y vivía la música. “Mi padre era molinero de profesión, pero músico de afición, tocaba muy bien el saxofón y yo desde muy jovencito empecé a trabajar en la banda de allí y también en un grupo de mi pueblo, en Falces. Luego, con el tiempo, me fueron conociendo y ya nos contrataban al grupo, no solo en Navarra, sino también en Barcelona, Valencia y Asturias. Había que tocar primero para el baile y luego una sesión que se llamaba sesión concierto, después de comer, entonces tocábamos música clásica, pero la banda conocía muchos temas y lo hacíamos bien y muy agusto. Esto, claro, ya ha desaparecido hace mucho tiempo. Yo en esas sesiones me lucía porque interpretaba muchos solos y en Navarra me hice famoso, querían que fuese a tocar a todas las fiestas y si contrataban a otra orquesta la gente protestaba y decía ‘esos no, queremos que venga el chaval de Falces, el hijo del molinero’ (Risas) y ya desde entonces podía vivir de la música, ganaba yo más como músico que mi padre como molinero”.
Y de ganar más que su padre, el músico se convirtió en un auténtico profesional con tan sólo 18 años. “Me salió un contrato con un cantante catalán, Mario Rossi, que formó una orquesta de siete u ocho miembros, con dos trompetas, tres saxos y demás. Quería que los saxofonistas tocaran también el violín y yo había estudiado violín con un profesor cuando estuve un año trabajando en un café de Logroño”.
Fue entonces cuando el músico navarro salió por primera vez de España. “Salimos con Rossi para tocar en Lisboa, yo le dije que tenía a mi profesor de violín sin trabajo y al final se vino con nosotros en la gira, pero como era muy bueno y le oyeron en la Orquesta Sinfónica de Lisboa se quedó allí y ya para el resto de su vida. Los demás, después de Lisboa, fuimos a Marruecos en Tánger y Casablanca, Orán, Argel y Túnez. Esa fue mi primera gira”. Y una vez más Pedro nos sorprende con sus habilidades musicales. “En aquella etapa yo viví la época de oro de la ‘chanson française’. Eran unos temas buenísimos tanto en la música como en la letra. Me gustaban mucho y empecé a cantar algo por allí. La verdad es que lo hacía bien. Lo cierto es que me podía haber pasado toda vida allí porque, la verdad, estaba a gusto, muy bien, pero como no había hecho ‘la mili’ me reclamaron desde España y tuve que dejarlo todo y regresar par a cumplir con el servicio. Aquello me partió por la mitad, pero, qué le iba a hacer yo. Luego, al acabar ‘la mili’, como no sabía qué hacer, me fui a Madrid para estudiar la carrera de saxofón en el Conservatorio".
Iturralde es de los pocos grandes del jazz en el mundo que tocan el clarinete y el saxofón. Y es que no era fácil en aquellos años que se aceptara el saxo y menos aún en un conservatorio no excesivamente amigo de abrir sus puertas a la modernidad. “Los profesores de clarinete que nos daban clase, porque no existía cátedra saxofón, nos miraban mal a los estudiantes de saxo en aquella época. Era un instrumento muy mal visto, y el jazz también o peor, decían que eso no era música y que el saxo era un instrumento de payasos. Claro, yo pregunté porque no había un profesor de saxofón que fuese saxofonista como sucedía en Francia y en muchas otras partes y años después cuando se creó la cátedra yo hice las oposiciones y fui el primer profesor de saxo que era saxofonista”.
No obstante, Iturralde que gracias a aquellos profesores hoy es uno de los raros saxofonistas de jazz en todo el mundo que también dominan el clarinete al más alto nivel, fiel a sus ideas no dejó el jazz y siguió tocándolo y tocándolo. “Y el caso es que cuanto más lo tocaba más me llamaba todo el mundo para trabajar y así me convertí en el saxofonista de grabaciones de estudio de muchos y conocidos cantantes. Recuerdo que en aquellas sesiones a veces hacía alguna improvisación y disfrutaba mucho con eso, pero tuve que dejar de hacerlo porque el sindicato exigía cobrar más si se hacía algo fuera del papel. Así que entonces forme un grupo con dos saxofones, trompeta, piano, batería y contrabajo. Lo hacíamos bien y mi primer trabajo después del conservatorio y de hacer aquellas grabaciones fue para trabajar en el Hotel Plaza, que era lo más bonito y selecto de Madrid y también lo más alto que había en aquella época. Popularmente se conocía como ‘el coño’, porque mucha gente que iba a verlo decía, ¡coño, que pedazo de edificio!”.
Eso fue a principios de los sesenta. Allí tocaba todos los días el saxofón, el clarinete, la guitarra y también cantaba. “Trabajando allí cuando vino a buscarme directamente para hacerme una oferta el dueño de un café de Beirut. Así que salí de España con mi orquesta rumbo al Líbano que por aquel entonces era conocido como la Suiza del medio Oriente”.
El inquieto navarro, pasado un tiempo, pensó en dejarlo y volver a España para seguir aquí su carrera, pero no fue así porque “el hotel en que trabajaba me montó una orquesta con los mejores músicos del medio Oriente. Era la típica formación de piano, batería, contrabajo, saxo tenor, saxo alto -que este sí era español afincado en Beirut- y un trompeta. Eran griegos que vivían en El Cairo y vinieron a Beirut para hacer una orquesta con el otro español y conmigo y ganar lo suficiente para poder volver a Grecia. Hablaban todos inglés, árabe, griego e italiano y allí estuvimos trabajando tres años con esa orquesta que además tenía un cantante que cantaba los temas americanos tan bién que parecía Sinatra o Nat King Cole, y también canciones italianas y griegas”.
Pero al final los griegos se salieron con la suya y “con ellos fuimos después a Grecia y yo me quedé un año en las islas. Además aproveche para aprender griego que, como todos los idiomas que hablo, lo aprendí viajando, porque el griego de Grecia no tiene ni mucho menos la pronunciación del griego que estudiábamos entonces en el bachillerato, tiene la misma fonética que el castellano”.
De vuelta a España siguió trabajando sin parar y creando nuevas maneras interpretativas al mismo ritmo. “El primer disco de Flamenco Jazz que hice consistió en interpretar música española de la época de la copla, que fue la mejor época que ha vivido la música española porque había poetas buenísimos que escribían canciones fantásticas como La Lirio y tantas otras. Aquella música no era flamenco pero sí música andaluza y a mi me llamaban para hacer grabaciones de este tipo. De hecho, hace poco me llamaron de Hispavox para decirme que tenían grabaciones de tres artistas conocidos ‘y tú estás en ese grupo pero no es tenor, ni alto, ni clarinete’, me dijeron. De pronto recordé que yo había tocado muchísima guitarra, porque había pocos guitarristas para trabajar como músicos de estudio en sesiones de grabación, y efectivamente era yo el que figuraba en aquellas grabaciones. Desde Hispavox me enviaron el listado de aquellas grabaciones y resulta que hice 704 en un año entre el saxo y la guitarra”.
Siguiendo con su incesante búsqueda de nuevas fronteras musicales, Pedro Iturralde recuerda que “para las grabaciones, durante una época adapté la música de jazz a mi música pero haciendo música de diferentes lugares como Cataluña, Galicia, Grecia -por ejemplo la Suite Helénica que aún tengo en mi repertorio-, y también cosas de diversos autores como Granados, del que, por cierto, hace un par de años que me comunicaron desde Autores que pasaban a constar a mi nombre porque hice un arreglo respetando la melodía pero con armonías más modernas y improvisaciones de jazz, etc. La verdad es que lo que yo llamé Homenaje a Granados era al cien por cien mío”.
Fue entonces, a finales de los sesenta, cuando el genio de Iturralde se juntó con el de otro grande entre los grandes, Paco de Lucía, y ambos dejaron una joya que aún hoy emociona y entusiasma, un increíble disco que se tituló Flamenco Jazz. “A aquello al principio no lo llamaban flamenco jazz, luego ya sí. Con Paco de Lucía hice aquello y muchas otras cosas aunque a veces en los créditos de los discos porque cada uno estábamos en compañías discográficas diferentes y entonces Paco de Lucía figuraba como Paco de Algeciras. En fin, que lo estrené para RNE y se bautizó Flamenco Jazz y, por cierto, se me ocurrió mandarlo a Alemania y como les gustó muchísimo la idea fui a actuar allí y trabajé bastante”.
Para entonces Pablo era ya un músico reverenciado por cualquier aficionado y que tocaba en todos los clubes de jazz, aunque aún recuerda que “aún no se llamaban clubes de jazz” y que “el primero en el que toqué, pasé por allí y me ofrecieron trabajo que es para lo que vine porque si no hubiera seguido dando vueltas por el mundo, y en el que estuve casi toda mi vida, fue en el madrileño Whisky Jazz Club de la calle Marqués de Villamagna y también en el de Diego de León que antes se abrió con el nombre de Bourbon Street. El de Villamagna era más de jazz moderno y el de Diego de León más dixieland, un jazz más para bailar. Por cierto, que un año después de actuar en el local de Villamagna me asocié con ellos y fue un error no haberlo hecho con el de Diego de León, me habría hecho millonario porque fue un éxito tremendo. Además, la gente podía entrar sin corbata. Al Whisky Jazz llevamos gente muy importante de fuera como Hampton Hawes, de hecho yo grabé allí un disco con él, también he tocado con Donald Byrd, Lionel Hampton … todo el que pasaba por Madrid tocaba en el Whisky Jazz”.
En cualquier caso, aquello solo fue el principio porque el maestro a ejercido durante décadas su magisterio en los mejores y más famosos clubes del mundo, desde el Blue Note de Nueva York o The Green Mill de Chicago hasta el Ronnie Scott’s de Londres o el New Morning de París, pasando por el Quasimodo de Berlín o el Upstairs de Montreal.Y, cómo no, en el Jamboree de Barcelona y en los templos sagrados del Jazz en Madrid, el desaparecido San Juan Evangelista, el Café Central, Clamores, Galileo Galilei y, por supuesto, el Bogui Jazz de su entrañable amigo Dick Angstadt, un club que llegó a ser la segunda casa del tristemente desaparecido Juan Claudio Cifuentes ‘Cifu’ y donde era una delicia pasar las noches escuchando hablar a esos tres monstruos del jazz.
Pero entre la época del Whisky Jazz y todo lo que vino después, a mediados de los setenta, Pedro fue a estudiar al Berklee College of Music de Boston, en el que años después daría clases como profesor de saxo, y para ello “tuve que dejar una gira de todo el verano con Raphael, que eran muchas galas y hubiera cobrado un dinero. Pero en Berklee hice el examen de armonía moderna avanzada y composición empleando varios elementos y me dieron la máxima puntuación”.
En este punto Iturralde no puede evitar explicar cómo “tocar la melodía no es demasiado complicado, pero lo que sí es lo importante, es la forma de decirla. Mucha gente piensa que en la improvisación el músico hace lo que quiere y ya está. No es eso. En la improvisación haces lo que puedes y lo que debes hacer. Si tienes una melodía bonita la tocas es como si hablases. Con la improvisación desaparece esa melodía pero se mantiene la estructura rítmico armónica de la pieza y es lo que queda, con el ritmo, el acompañamiento y entonces el solista, si quiere, puede hacer lo que le de la gana, siempre respetando esos compases y esas armonías. Eso es la improvisación y es muy difícil. Es una creación espontánea sobre el ritmo y la estructura melódica y armónica de una pieza”.
Ya metidos en estas profundidades resulta inevitable preguntarle a Pedro Iturralde por sus referentes musicales y entonces confiesa: "Yo empecé a escuchar la música de Coleman Hawkins que fue el mejor improvisador que hubo en su época. Pero lo que aportó el jazz a la historia de la música puede verse en cualquier tema de Duke Ellington y esa melodía suya, no se porqué, me encantaba y hacía un acorde mi sol do, o mi o mi sol si re y yo me quedaba fascinado, aunque mi padre me decía que decía tonterías, que eso sonaba muy mal (Risas). Pero el mejor saxofonista de la historia ha sido Charlie Parker, su aportación fue importantísima porque en la época moderna lo cambió todo con el beep boop junto a Gillespie. Pero, insisto, también conocí la época antigua y mi ídolo era Coleman Hawkins le escuchaba y me preguntaba cómo se podía hacer eso. Yo entonces no tenía radio, tenía que ir a casa de un amigo para escucharla. Pero después también me encantaba John Coltrane, es de los que más complicado hizo el desarrollo en temas como en el Giant Steps que es dificilísimo lo que hace armónicamente, pasar por todos los acordes. Y claro, también Sonny Rollins, que nació el mismo día que yo que por cierto, últimamente estaba un poco mal, no se si se habrá curado ya”.
Nos despedimos y Pedro me dice adiós con el mejor resumen de esta larga conversación en tan solo una frase: “Ya ves, esto es lo que hay, mi vida, toda mi vida, ha sido vivir la música”.