Periodista, escritora, presentadora de televisión, analista política, Sonsoles Ónega acaba de publicar la última de sus cinco novelas, Mil besos prohibidos, un libro rabiosamente contemporáneo que se ocupa del amor, el destino, la pérdida, la pasión, de segundas oportunidades, del papel del poder y de la Iglesia en nuestra sociedad... Con ella hemos hablado de su novela, pero también de la pandemia que lo condiciona todo y de la vida, que constantemente nos obliga a tomar decisiones.
PREGUNTA: Muchos españoles recordarán mayo de 2020 como el mes de la esperanza en la desescalada, pero a eso Sonsoles Ónega debe añadir un mes de rotundo éxito profesional, porque 'Ya es mediodía' cumple dos años en antena, debuta en la conducción de 'A propósito de Supervivientes', se estrena en 'La casa fuerte' y publica su nueva novela: ‘Mil besos prohibidos'.
RESPUESTA: Se habían quedado muchas cosas pendientes durante este paréntesis al que nos ha obligado la pandemia y la verdad es que todo lo que me está pasando es bueno, pero de lo que realmente me alegro es de que ya haya días sin fallecidos. Eso es lo mejor que nos puede pasar y la noticia que todos estamos esperando desde hace meses.
P.: Díganos, ¿cuál es el secreto para que le dé tiempo a todo?
R.: Disciplina germánica, una dosis de sacrificio en su justa medida y sin perderme nunca los grandes momentos de mis hijos, y también intentar siempre ser muy exclusiva con cada una de las parcelas. El tiempo que le dedico a la literatura es el tiempo de la literatura, el de la tele es el de la tele, lo mismo con los niños... Al final acabas teniendo una vida un poco escaletada, a veces rígida, pero no hay otra manera de hacerlo. Quiero creer, por imposición de los acontecimientos vitales, en la calidad más que en la cantidad y por eso el tiempo que le dedico a cada cosa debe ser súper provechoso.
P.: Y además, educar a Yago y Gonzalo y también descansar de vez en cuando...
R.: Sí, a mis hijos tengo que cuidarlos, educarlos, estar muy pendiente... y también hay que dormir, yo necesito dormir ocho horas. Por eso no le puedo robar demasiado tiempo a la noche, de lo contrario al día siguiente no tengo la cabeza en su sitio. Las exigencias de un programa en directo no son las de una conexión para el informativo y por eso necesito tener la cabeza sobre los hombros. En cualquier caso, al final siempre acabas encontrando tiempo para hacer lo que te gusta y para mí escribir es sanador y siempre busco el espacio en el que escribir.
P.: Antes hablábamos de la pandemia, ¿qué tal la está viviendo y cómo vivió el confinamiento?
R.: La desescalada la estoy viviendo casi igual que el desconfinamiento porque no salgo de casa después de trabajar. El confinamiento fue relativo porque cada mañana iba a Telecinco para hacer el programa, pero a lo que sí tardaré meses en sacudirme es el contagio del miedo, esa sensación de poder contagiarme y contagiar a los míos al llegar a casa me ha acompañado durante estos meses de una forma casi obsesiva, rastreaba los espacios que iba tocando para saber si luego me había llevado la mano a la boca... Han sido meses muy difíciles, de contacto muy extraño con tus compañeros de redacción, con la gente del plató, una sensación muy extraña.
P.: Estoy seguro de que le duele especialmente el destino de tantos mayores...
R.: Personalmente creo que todos tardaremos en cerrar la herida que nos ha producido ver la muerte en soledad de tantísimos mayores. Como civilización no estamos acostumbrados a morir solos, si hay algo que nos hace humanos es tener la posibilidad de despedir a nuestros muertos, de llevar nuestros duelos y practicar nuestros ritos, sean los que sean. Estas muertes en soledad nos han dejado a todos encogidos por dentro y tenemos que pasar a limpio esta enseñanza para ponerle remedio y entender que tenemos que cuidar mucho más a los que nos han dado tanto, a nuestros mayores.
P.: Todos tenemos uno. ¿Cuál ha sido el peor día de su confinamiento?
R.: Uno de los días más duros de la pandemia que recuerdo, aparte de los que hemos tenido en el trabajo, es hablar con mi abuela de 94 años y empezar a contar, me la imagino pasando el pulgar por sus dedos, las amigas que se le habían muerto. Me dijo que no iba a tener ni con quien ir a misa. Ha sido brutal y pasaremos página porque el ser humano necesita pasar página a sus dramas, pero no deberíamos olvidar jamás lo que ha sucedido. Debe ser una línea con mayúsculas dentro de la historia y de la que saquemos enseñanzas de todo tipo.
P.: ¿Durante el confinamiento ha leído y escrito más o menos de lo habitual?
R.: Muchísimo menos. Tampoco he consumido tantas series como pensaba para ponerme al día y poder conversar sobre ello de manera aceptable en una cena en la que la gente habla de series que no has visto, pero se ha debido a la obsesión que he tenido por leer todo sobre la covid-19, vacunas, tratamientos, gestión en otros países... me interesa mucho esa información y reconozco que llegaba a casa y me ponía a bucear por Internet en su busca. Pero eso sí, lo que he hecho es leer poesía, por ejemplo de Joan Margarit, del que tras la concesión del Premio Cervantes he comprado todos sus libros. Pero he leído menos que de costumbre porque estaba muy desconcentrada y creo que le ha pasado lo mismo a mucha gente.
P.: Usted es madrina de la campaña 'Que la diabetes no te pare'. ¿Ha sido especialmente duro este confinamientos para los que la padecen?
R.: Estos enfermos se han sentido, más que nunca, como grupo de riesgo. En mi caso, tengo un niño pequeñito con esta enfermedad, él mismo era consciente de que corría más riesgos y nos lo decía y nos preguntaba si le podía pasar algo por ser diabético. Yo le contestaba que no, pero que es importante que sea consciente de que serás grupo de riesgo ante todo tipo de enfermedades, aunque solo se trate de una gripe. En ese sentido he tenido que hacer con él un poco de terapia para que no se sintiera especialmente vulnerable. En televisión hablaban de los diabéticos como grupo de riesgo y me parece bien que se haya informado de esto, evidentemente es lo que hay que hacer, pero no imaginas el impacto que recibe el que lo sufre hasta que no lo padeces en casa. Mi hijo Gonzalo veía la televisión compungido y sentía que corría un mayor riesgo que su hermano, por eso le he dado una explicación más detenida sobre su enfermedad. Lo que sí he descubierto es la telemedicina, los controles de mi hijo se han hecho por teléfono y lo cierto es que funciona.
P.: Volviendo a Mil besos prohibidos, ¿qué va a encontrar el lector de la novela?
R.: Va a encontrar una grandísima historia de amor que pulsa los instintos y las pasiones pero también la memoria. Es una novela sobre los caprichos de la memoria. Una novela de personajes que se han quedado anclados en su pasado sin saber que el destino les tenía reservado un último capitulo. Siempre tendemos a querer volver a aquel instante en el que fuimos felices y hemos archivado como un salvavidas para rescatar nuestro presente cuando no nos gusta. Esto es lo que les sucede a los personajes de la novela.
P.: Se trata de una historia narrada desde una realidad muy actual...
R.: Esta novela me ha permitido hurgar en las costuras de todo lo establecido. Es una novela rabiosamente contemporánea, de nuestro tiempo, con un paisaje al rededor de los personajes que retrata todo eso que hemos vivido hace no tanto tiempo, una crisis económica, institucional y de lo establecido. Es en ese marco en el que Constanza y el padre Mauro desmitifican aquello de que las segundas partes nunca fueron buenas.
P.: ¿Cómo nacen en la mente de Sonsoles Ónega Costanza y Mauro, los protagonistas de esta historia y cómo los definiría?
R.: Primero surgió la idea de escribir sobre un amor interrumpido y después empezó la búsqueda de los personajes. Con ella tenía ganas de construir una mujer generacionalmente parecida a mí, con todos los sentimientos que esto acarrea, especialmente el de la culpa que empapa a Constanza durante toda su vida, un sentimiento que siempre me gusta explorar en las novelas y que está presente en las tres últimas. Y la figura del sacerdote es, en realidad, la del hombre casado. Es cualquier hombre casado que se enfrenta a una pasión que no puede controlar. Ambos personajes padecen lo mismo que ha padecido nuestro país, la destrucción de todo lo que nos había cimentado durante muchos años. Todo se desvanece y se reconstruye a la vez en esta novela porque al final hay también un grito de esperanza, de reivindicación del amor como fuerza salvadora y me gusta que sea así porque para mí, esta novela ha sido redentora, me ha ayudado a superar algunos episodios de mi vida en los que he dudado del amor. En cierto modo, para mí ha sido terapéutica
P.: Usted parte de que a veces las casualidades se hacen cómplices de los deseos, algo así como aquello de ‘ten mucho cuidado con lo que pides a los dioses porque a veces lo conceden’...
R.: Cierto, cuidado con lo que desea, así es. En este caso si los protagonistas albergaron en su interior un permanente recuerdo de lo que vivieron siendo jovencitos nunca pensaron que pudieran resolverlo y ahí es donde se impone el destino como tema literario que a mí siempre me ha interesado. No podemos luchar contra el destino y en ocasiones las casualidades suponen no ya unos puntos suspensivos sino la posibilidad de continuar escribiendo aquello que quedó pendiente. Esta novela tiene mucho de ajuste de cuantas con el pasado, con aquellas conversaciones que no se concluyeron y a las que, finalmente, los personajes ponen palabras.
P.: Se aborda el tema del destino, pero también el de la pérdida.
R.: Sin duda. Constanza es una gran coleccionista de pérdidas, una mujer que durante toda su vida ha aprendido de lo que ha perdido y no de lo que ha ido ganando. Una mujer que ve como se rompe su matrimonio, pierde a su hija y, además, debe conservar un secreto de su madre para hacer realidad su último deseo. La novela también quiere reflexionar sobre una de las grandes asignaturas que, como sociedad, tenemos pendientes, cómo resolver el derecho a resolver como morimos. Dándole una vuelta de tuerca a la realidad, en la historia esto se aborda a través de la madre de Constanza. Se trata de un tema que me preocupa, cómo diseñamos el fin de nuestros días cuando sabemos que estamos abocados a la muerte o a padecimientos incurables, un tema al que la política no está aportando grandes soluciones.
P.: También habla en Mil besos prohibidos de los poderosos sin escrúpulos…
R.: Sí, el poder sin escrúpulos está retratado en la novela a través de un banquero, un personaje secundario pero muy importante porque, como el resto de secundarios, me permite colocar el andamiaje de la historia. El banquero es ese ser poderoso y sin escrúpulos que piensa que saldrá impune de todas fechorías que hace. Sin embargo acaba sentado en el banquillo de los acusados y comprende que lo único que tiene es su libertad y está en juego. Es algo que también hemos vivido en este país. La impunidad y la soberbia con la que los poderosos se han dirigido al resto de la sociedad durante tantos años es un ingrediente más de la novela.
P.: Tiene usted para todos, porque otro de esos ingredientes es la Iglesia y su papel en la sociedad...
R.: Tú lo has dicho, tengo para todos (Risas). La Iglesia no es el tema central de esta novela pero sí es una de las circunstancias que rodean al padre Mauro, el otro protagonista. A este asunto me he acercado con muchísimo respeto y con cierto pudor intelectual por desconocer muchas cosas, sobre todo la manera en la que puede reaccionar un sacerdote que se ve asaltado por una pasión humana. He trabajado codo con codo con un sacerdote para poder entender esta situación y yo necesitaba que las reacciones del personaje ante esta situación fuesen verosímiles desde el punto de vista narrativo. Los lectores juzgarán si lo he conseguido o no, pero tengo la tranquilidad intelectual de haberme documentado muy bien y de que todo lo que siente el padre Mauro, más allá de la floritura literaria, está contrastado con alguien que ejerce el sacerdocio sin tener dudas, pero ha compartido con otros religiosos, que sí las han tenido, sus experiencias.
P.: ¿Qué es peor o mejor: los sentimientos, las obligaciones o tal vez nuestras propias contradicciones?
R.: Siempre tiendo a dejarme llevar por los sentimientos y los sentimientos suelen perdonar todo lo demás. Sea lo que sea, si lo has hecho con el corazón, de alguna manera, el perdón ya está asociado a esa acción. Soy así, a veces cometo errores, por supuesto, pero no suelo razonar demasiado, me muevo más por los impulsos de lo que me dice el corazón o la intuición.
P.: ¿Cree que al final la vida no es más que una constante toma de decisiones en las que a veces aciertas y otras no?
R.: Así es. La vida es un estreno constante, no nos dejan ensayar el día que vamos a vivir. Nos levantamos y allá vamos. Hay veces que te equivocas y veces que aciertas. Pero mientras te equivoques si lo haces guiándote por el corazón y sin hacer mal a nadie, no me parece una mala guía.
P.: Todas sus anteriores novelas han conocido el éxito y con Después del amor consiguió el Premio de Novela Fernando Lara, ¿qué trayectoria espera de estos Mil besos prohibidos?
R.: Con poder mantener a los lectores que se acercaron a mis anteriores libros, sobre todo con el último, Después del amor, ya me sentiría más que satisfecha. Me gustaría no defraudar a ninguno y si algo me produce zozobra es el estar a la altura de las expectativas de los lectores que, espero, vuelvan a reconocer mi narrativa en Mil besos prohibidos, como ya lo hicieron en la anterior novela.
P.: ¿Tiene miedo a la exigencia?
R.: Mucho, soy muy exigente, me fustigo mucho y ese es probablemente uno de mis defectos. Me cuesta mucho disfrutar porque siempre hay una parte que me da vértigo. Siento el peso de la exigencia y no me importa nada reconocerlo. Me da miedo que algún lector pueda decir que éste no es como el anterior.
P.: A parte de continuar haciendo mil cosas, ¿tiene en mente algún otro proyecto literario?
R.: De momento estoy escribiendo de manera desordenada la que puede ser, o no, mi próxima novela. Entre una novela y otra siempre hay algún proyecto que termina por no llegar a ningún lado, pero en ello estoy, y sobre todo en encontrar la manera de contarlo. Me cuesta armar las tramas de los libros, tal vez por deformación profesional periodística intentando tener una escaleta en la cabeza y pensando que las novelas pueden ser lo mismo y estén muy bien armadas. Por suerte mi editorial no me exige un libro cada año y tengo toda la calma y la tranquilidad del mundo para ir viendo cuál es el camino del próximo trabajo. Próxima novela habrá, seguro.