Paula Buedo
Cultura
William Utermohlen, el pintor que retrató el avance del alzhéimer
Una serie de autorretratos recorre la evolución de la enfermedad durante siete años
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El arte es una de las formas en las que la humanidad ha expresado su mundo interior con más frecuencia. A través del pincel y la pintura, los artistas dejan fluir sus sentimientos y pensamientos más profundos y los plasman en un lienzo para mostrarlos a los demás y compartir esa pequeña parte de su subjetividad, que queda inmortalizada.
Una de los legados plásticos más llamativos de las últimas décadas es el de William Utermohlen, quien documentó a través del autorretrato cómo el azhéimer afectó a su cerebro y a su pintura. Toda una vida dedicada al arte que, en sus últimos años de vida, dejó una gran huella al representarse a sí mismo como prueba del deterioro que conlleva la enfermedad.
El autor nació en Filadelfia en 1933 y estudió arte desde joven. Después, se mudó a Londres donde se casó con la historiadora del arte Patricia Redmond. Sin embargo, en 1995, con 61 años, fue diagnosticado con esta enfermedad degenerativa tras sufrir algunos episodios de apatía y desorientación.
El dolor y abatimiento de la noticia comenzó a permear en sus obras. Impacta su serie de autorretratos iniciada precisamente ese año y que llega hasta el 2002. En ellos, se percibe claramente una mirada con miedo y un progresivo deterioro cognitivo en el dibujo.
In 1995, William Utermohlen, a UK artist, received a devastating diagnosis of dementia. Despite facing such difficult circumstances, Utermohlen decided to channel his condition into his artwork and began creating a series of self-portraits between 1995 and 2000. The comparison… pic.twitter.com/vjgKDg1zmY
— Historic Vids (@historyinmemes) May 28, 2023
Formas que se desdibujan
Utermohlen arrancó su andadura artística con influencias de lo más variadas. Francis Bacon o el italiano Giotto fueron algunas de las referencias más destacadas. Realizó diversos murales y diferentes series de obras, inspiradas por la mitología clásica y la literatura de Dante.
Sin embargo, a partir de 1995, las formas comenzaron a desdibujarse. Perdieron progresivamente el volumen y la perspectiva. Los colores comenzaron a generar inquietud por su desconexión con el mundo real, con pieles amarillas o blanquecinas. Líneas con gran peso visual daban forma a unos rasgos duros que reflejaban el avance de la enfermedad.
Pese a todo, aunque la destreza técnica se fue perdiendo, la creatividad persistió. Con ella, se mantuvo hasta 2002 la capacidad para transmitir sus emociones a través del retrato. Sus ojos son, probablemente, el rasgo que más traspasa la frontera del lienzo para llegar al espectador. Los autorretratos presentan una mirada que se aferra al arte y a la vida, que se extraña de su propio rostro y teme el olvido.
En los últimos años, el color dejó paso al lápiz, herramienta con la que realizó unos últimos dibujos donde el rostro roza la abstracción y es apenas reconocible. Poco después, en 2007, su vida llegó a su fin con 73 años. Este último legado ha servido, además, para que investigadores y científicos pudieran analizar cómo afectó el alzhéimer a las capacidades.